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Es necesario leer serenamente lo ocurrido en la madrugada de este jueves con el video difundido en redes por Iván Márquez y sus secuaces. Lo que mata es el pánico, dicen en los incendios; lo que ahoga es el miedo, dicen en los naufragios; lo que hace daño es el escándalo, podría añadirse sobre nuestra vida política siempre cargada de alarmas y de sobresaltos. A este anuncio debemos darle el peso que se merece —sin restárselo ni aumentárselo—. Ante todo, Iván Márquez no representa a la mayoría de las Farc, y su guerrilla será un fracaso gracias al repudio que hoy sienten los colombianos por la lucha armada. Más que la paz, la narrativa de la paz tuvo éxito, y este nuevo levantamiento va en perfecta contravía de la historia.
Vi con paciencia los 32 minutos del manifiesto leído por Márquez, supuestamente desde el río Inírida (pero no lo mostraron), es decir, desde ninguna parte. Ante las cámaras había 16 hombres y cuatro mujeres. Los uniformes no habían sido hechos con la misma tela y el calzado era desigual, aunque predominaran las botas de caucho; las armas, de distinto tipo; los guerrilleros, en su gran mayoría —salvo dos de las mujeres— de media edad, y muchos de ellos gordos, con las barrigas que, en algunos casos, estaban a punto de reventar los botones de las guerreras.
Si algo nos ha mostrado el conflicto armado, y cualquier guerra internacional (y hasta la misma película Monos), es que para ir a la batalla no sirve un grupo de caciques cincuentones o sesentones, de barba y pelo cano, sino muchachos. La carne de cañón de las guerras siempre la ponen los jóvenes al final de la adolescencia, esos niños grandes que todavía no se han dado cuenta de que son mortales, o que en su intrepidez y temeridad esto no les importa. Y lo que se nota en la pequeña banda del video es que en ese grupo están muy escasos de muchachos. Lo que hizo más larga la guerra colombiana fue que esta coincidió con un momento demográfico en el que había más adolescentes que nunca en nuestra historia. Hoy esto no es así, y cuantos más muchachos consiga el país llevar a la educación y a la esperanza, muchos menos niños podrá reclutar Márquez.
Con los típicos eufemismos cínicos de siempre, Iván Márquez anunció la modalidad operativa del nuevo grupo armado. Garantizó el “desmarque total de las retenciones con fines económicos” (léase secuestros), y aseguró que “priorizaremos el diálogo con empresarios, ganaderos, comerciantes y gentes pudientes del país para buscar por esa vía su contribución…” (es decir que se dedicarán a la extorsión y al boleteo), como forma de “impuestación”, así dijo. También dijo que cobrarán su parte a las economías ilegales (léase narcotráfico y minería salvaje) y a las empresas trasnacionales. Es aquí, en estas fuentes de financiación del nuevo grupo armado, donde tiene que intervenir también la acción y la inteligencia del Estado.
En todo caso no es justo conceder todo el espacio a quienes están incumpliendo y traicionando flagrantemente los acuerdos de paz. Otros líderes, senadores y representantes del grupo desarmado siguen cumpliendo y están en la política, en la palabra, en el diálogo. El excomandante de las Farc y su líder en La Habana, Rodrigo Londoño, sigue fiel a la paz. Victoria Sandino, Sandra Ramírez (la viuda de Marulanda), Carlos Antonio Losada y otros siguen defendiendo sus convicciones pacíficamente. Y tras ellos están más de 10.000 exguerrilleros desmovilizados, muchos de ellos muy jóvenes, que tienen puesta su esperanza en una vida pacífica y digna si se cumplen los acuerdos del posconflicto. Muchos están estudiando, graduándose, trabajando en pequeños proyectos.
Así como se debe combatir a los que traicionan la paz, a quienes la están cumpliendo hay que protegerlos y cumplirles lo firmado. Este Gobierno, por absurdo que suene, tendrá que ser ahora el primer defensor del acuerdo de paz, pues los traidores lograron algo muy importante: legitimar a los que sí han cumplido.