A finales de abril se reunió en Birmingham, Inglaterra, un congreso internacional de convencidos de que la tierra es plana, los flat earthers (terraplaneros). Lo más curioso de esta convención delirante —según reporta Harry Dyer para el Independent— es que los miembros de esta secta se consideran científicos. Su batalla, sostienen, no es contra la ciencia ni contra la evidencia científica, sino contra las estructuras opresivas del conocimiento, contra la ciencia mainstream asociada al poder. Según ellos hay una alianza entre el poder y la ciencia oficial, empeñada en ocultar la verdad (que la tierra es plana) y en promover, gracias al monopolio de la información y a la manipulación de masas, la gran mentira de que la tierra es redonda.
Los terraplaneros detestan a los astrónomos, a los expertos, desdeñan las instituciones universitarias y denuncian el complot de los poderosos que nos han inculcado “la narrativa oprimente” de la redondez de la tierra. El congreso tuvo tanto éxito que se va a replicar en Canadá y en Estados Unidos.
Son notorias las analogías entre este movimiento que defiende la llaneza de la tierra y otros movimientos culturales contestatarios en asuntos de economía, biología, medicina y política. Todos se oponen a los “dogmas” de los expertos y de la ciencia mainstream que defienden las libertades económicas (de iniciativa, emprendimiento, comercio), la evolución, las vacunas, y el sistema democrático liberal. Los antivacunas, los creacionistas, los antisistema, proponen derribar, con poemas y alegría, los dogmas anquilosados de la vieja academia.
Negar las simpatías y los nexos directos entre Gustavo Petro y el coronel Hugo Chávez es como negar que la tierra es redonda. Tan claros son esos vínculos que por los mismos, al principio de la campaña electoral, una alianza con Petro era considerada “tóxica” por parte de los demás candidatos y por parte de los más agudos analistas políticos. Se daba por supuesto que, dada su cercanía con el movimiento bolivariano, y dada la catástrofe social, económica y humanitaria de Venezuela, los colombianos no votarían jamás por un candidato como Petro.
Pero la campaña de Petro, hábilmente, ha sabido tapar esa evidencia y ha actuado con la misma cara dura y la misma impavidez de los “terraplanistas”: negando lo que indican años de observación y experiencia y sosteniendo que los supuestos vínculos de Petro con Chávez son un invento de la mala prensa, del monopolio de los medios de información, y de una alianza nefasta entre el poder, el gran capital y la oligarquía que quiere hacer ver como redondo (chavista) lo que siempre ha sido plano (abierto y democrático).
Para negar su chavismo (pese a sus innumerables defensas y elogios públicos al comandante) Petro se escuda en una idiotez de última hora: que Chávez acentúo la dependencia de las energías fósiles (petróleo) y que en cambio él promueve las energías alternativas: solar, eólica, etc. Como si una de las banderas de Chávez no hubiera sido, precisamente, acabar con la dependencia del petróleo como único producto de exportación venezolano. Otra cosa es que no lo haya conseguido (como no lo lograría Petro), pero su propuesta era igual de demagógica e ilusoria a la de Petro: convertir a Venezuela, de la noche a la mañana, en un país verde de pequeños productores.
Con la vice de Petro, Ángela Robledo, tuve por Twitter polémicas por su defensa del régimen de Maduro. Petro apoyó la fraudulenta constituyente de Maduro. Los más connotados tuiteros petristas que me atacan en manada cuando he dicho que Petro es criptochavista, son los mismos que me atacaban con furia cuando yo criticaba a Venezuela. Petro es chavismo disfrazado de mala poesía; y esto no es un invento de la ciencia mainstream ni de los intelectuales aliados del poder ni de los grandes medios de información oligárquicos. Petro es un chavista redondo, por mucho que ahora él y sus seguidores digan que el petrochavismo es plano.
A finales de abril se reunió en Birmingham, Inglaterra, un congreso internacional de convencidos de que la tierra es plana, los flat earthers (terraplaneros). Lo más curioso de esta convención delirante —según reporta Harry Dyer para el Independent— es que los miembros de esta secta se consideran científicos. Su batalla, sostienen, no es contra la ciencia ni contra la evidencia científica, sino contra las estructuras opresivas del conocimiento, contra la ciencia mainstream asociada al poder. Según ellos hay una alianza entre el poder y la ciencia oficial, empeñada en ocultar la verdad (que la tierra es plana) y en promover, gracias al monopolio de la información y a la manipulación de masas, la gran mentira de que la tierra es redonda.
Los terraplaneros detestan a los astrónomos, a los expertos, desdeñan las instituciones universitarias y denuncian el complot de los poderosos que nos han inculcado “la narrativa oprimente” de la redondez de la tierra. El congreso tuvo tanto éxito que se va a replicar en Canadá y en Estados Unidos.
Son notorias las analogías entre este movimiento que defiende la llaneza de la tierra y otros movimientos culturales contestatarios en asuntos de economía, biología, medicina y política. Todos se oponen a los “dogmas” de los expertos y de la ciencia mainstream que defienden las libertades económicas (de iniciativa, emprendimiento, comercio), la evolución, las vacunas, y el sistema democrático liberal. Los antivacunas, los creacionistas, los antisistema, proponen derribar, con poemas y alegría, los dogmas anquilosados de la vieja academia.
Negar las simpatías y los nexos directos entre Gustavo Petro y el coronel Hugo Chávez es como negar que la tierra es redonda. Tan claros son esos vínculos que por los mismos, al principio de la campaña electoral, una alianza con Petro era considerada “tóxica” por parte de los demás candidatos y por parte de los más agudos analistas políticos. Se daba por supuesto que, dada su cercanía con el movimiento bolivariano, y dada la catástrofe social, económica y humanitaria de Venezuela, los colombianos no votarían jamás por un candidato como Petro.
Pero la campaña de Petro, hábilmente, ha sabido tapar esa evidencia y ha actuado con la misma cara dura y la misma impavidez de los “terraplanistas”: negando lo que indican años de observación y experiencia y sosteniendo que los supuestos vínculos de Petro con Chávez son un invento de la mala prensa, del monopolio de los medios de información, y de una alianza nefasta entre el poder, el gran capital y la oligarquía que quiere hacer ver como redondo (chavista) lo que siempre ha sido plano (abierto y democrático).
Para negar su chavismo (pese a sus innumerables defensas y elogios públicos al comandante) Petro se escuda en una idiotez de última hora: que Chávez acentúo la dependencia de las energías fósiles (petróleo) y que en cambio él promueve las energías alternativas: solar, eólica, etc. Como si una de las banderas de Chávez no hubiera sido, precisamente, acabar con la dependencia del petróleo como único producto de exportación venezolano. Otra cosa es que no lo haya conseguido (como no lo lograría Petro), pero su propuesta era igual de demagógica e ilusoria a la de Petro: convertir a Venezuela, de la noche a la mañana, en un país verde de pequeños productores.
Con la vice de Petro, Ángela Robledo, tuve por Twitter polémicas por su defensa del régimen de Maduro. Petro apoyó la fraudulenta constituyente de Maduro. Los más connotados tuiteros petristas que me atacan en manada cuando he dicho que Petro es criptochavista, son los mismos que me atacaban con furia cuando yo criticaba a Venezuela. Petro es chavismo disfrazado de mala poesía; y esto no es un invento de la ciencia mainstream ni de los intelectuales aliados del poder ni de los grandes medios de información oligárquicos. Petro es un chavista redondo, por mucho que ahora él y sus seguidores digan que el petrochavismo es plano.