Hace más de medio siglo, en 1969, ocurrió un duro encuentro en Washington entre el canciller de Chile, el demócrata cristiano Gabriel Valdés, y el consejero de Seguridad Nacional del presidente Nixon, Henry Kissinger. Hablando frente al presidente Nixon, Valdés cometió la imprudencia de decirle en la cara dos verdades: que para los países de América Latina era muy difícil hacer negocios con Estados Unidos en vista de la enorme disparidad económica; y que, por cada dólar de ayuda norteamericana, el sur del continente les devolvía 3,8 dólares a los Estados Unidos. Nixon se enfureció con estas palabras (como si un sirviente le hubiera levantado la voz) y le pidió a Kissinger que llamara al orden al ministro de Exteriores chileno. Así lo hizo al día siguiente:
“Señor ministro, usted hizo un discurso bien extraño. Vino aquí a hablar de Latinoamérica, pero eso no tiene importancia. Nada importante puede venir del sur. La Historia no se ha producido jamás en el sur. El eje de la historia empieza en Moscú, continúa por Bonn, cruza hasta Washington y de ahí pasa a Tokio. Lo que pase en el sur carece de importancia. Usted está perdiendo el tiempo”.
Valdés cuenta que se limitó a responderle: “Señor Kissinger, usted no sabe nada de nosotros, no sabe nada del sur”. A lo que Kissinger contestó: “No, and I don’t care” [”No, y no me importa”]. Valdés, sintiéndose insultado, no se quedó en silencio: “You are a German Wagnerian, you are a very arrogant man” [”Usted es un alemán wagneriano, un hombre muy arrogante”].
Aunque nada importante pueda venir del sur, apenas un año después, Kissinger demostró que Chile, por muy al sur que estuviera, por mucho que llegara hasta la Patagonia, sí le importaba. Sorprendido de que un socialista declarado, el médico Salvador Allende, hubiera ganado democráticamente las elecciones, y siguiendo órdenes de Nixon (últimamente se han desclasificado muchos papeles secretos gringos al respecto), hizo todo lo posible por que Allende no se pudiera posesionar. Para esto mandó secuestrar al general que defendía el orden constitucional en Chile, René Schneider, con tan mala suerte que durante el secuestro los sicarios chilenos lo mataron. Allende se pudo posesionar, pero Kissinger siguió trabajando activamente para su desprestigio y luego para apoyar el golpe militar del 11 de septiembre del 73. Este lunes se cumplen 50 años del asalto a la Moneda de Pinochet, que marcó el comienzo de su sangrienta dictadura de más de quince años.
Poco después de que Putin y el grupo Wagner invadieran Ucrania a principios de 2022, el wagneriano Kissinger, ya casi centenario, sostuvo en Davos una posición definida por otros como “geopolíticamente válida”. Básicamente, que Ucrania estaba en el área de influencia rusa y que tanto Ucrania como los países bálticos estaban en una zona de interés estratégico para Rusia. Genio y figura. Se ve que el hombre sigue siendo el mismo que mandó tumbar a Allende. Para él, el sur de Rusia, Ucrania, es como el sur de Estados Unidos: países sin importancia, subalternos a una u a otra potencia, en los que no importa si hay democracia o no. Lo importante para mantener el orden mundial es que los del sur nunca se rebelen a los grandes imperios del norte, bien sea Rusia, China, Estados Unidos...
Quienes defienden hoy la invasión rusa a Ucrania sufren del mismo tipo de desprecio por el sur que ha mantenido Kissinger. Los países supuestamente subalternos deben limitarse a obedecer a las potencias del norte en cuya área de interés geoestratégico viven. Para Ucrania hoy, como para Chile hace medio siglo, la decisión de ser independiente y de gobernarse según el voto mayoritario y democrático no cuenta. Como están al sur, deben obedecer a la potencia del norte.
En esta misma lógica, aquí hay quienes quieren que Petro no acabe su periodo. Grave error. Las equivocaciones democráticas se corrigen también democráticamente, no con golpes.
Hace más de medio siglo, en 1969, ocurrió un duro encuentro en Washington entre el canciller de Chile, el demócrata cristiano Gabriel Valdés, y el consejero de Seguridad Nacional del presidente Nixon, Henry Kissinger. Hablando frente al presidente Nixon, Valdés cometió la imprudencia de decirle en la cara dos verdades: que para los países de América Latina era muy difícil hacer negocios con Estados Unidos en vista de la enorme disparidad económica; y que, por cada dólar de ayuda norteamericana, el sur del continente les devolvía 3,8 dólares a los Estados Unidos. Nixon se enfureció con estas palabras (como si un sirviente le hubiera levantado la voz) y le pidió a Kissinger que llamara al orden al ministro de Exteriores chileno. Así lo hizo al día siguiente:
“Señor ministro, usted hizo un discurso bien extraño. Vino aquí a hablar de Latinoamérica, pero eso no tiene importancia. Nada importante puede venir del sur. La Historia no se ha producido jamás en el sur. El eje de la historia empieza en Moscú, continúa por Bonn, cruza hasta Washington y de ahí pasa a Tokio. Lo que pase en el sur carece de importancia. Usted está perdiendo el tiempo”.
Valdés cuenta que se limitó a responderle: “Señor Kissinger, usted no sabe nada de nosotros, no sabe nada del sur”. A lo que Kissinger contestó: “No, and I don’t care” [”No, y no me importa”]. Valdés, sintiéndose insultado, no se quedó en silencio: “You are a German Wagnerian, you are a very arrogant man” [”Usted es un alemán wagneriano, un hombre muy arrogante”].
Aunque nada importante pueda venir del sur, apenas un año después, Kissinger demostró que Chile, por muy al sur que estuviera, por mucho que llegara hasta la Patagonia, sí le importaba. Sorprendido de que un socialista declarado, el médico Salvador Allende, hubiera ganado democráticamente las elecciones, y siguiendo órdenes de Nixon (últimamente se han desclasificado muchos papeles secretos gringos al respecto), hizo todo lo posible por que Allende no se pudiera posesionar. Para esto mandó secuestrar al general que defendía el orden constitucional en Chile, René Schneider, con tan mala suerte que durante el secuestro los sicarios chilenos lo mataron. Allende se pudo posesionar, pero Kissinger siguió trabajando activamente para su desprestigio y luego para apoyar el golpe militar del 11 de septiembre del 73. Este lunes se cumplen 50 años del asalto a la Moneda de Pinochet, que marcó el comienzo de su sangrienta dictadura de más de quince años.
Poco después de que Putin y el grupo Wagner invadieran Ucrania a principios de 2022, el wagneriano Kissinger, ya casi centenario, sostuvo en Davos una posición definida por otros como “geopolíticamente válida”. Básicamente, que Ucrania estaba en el área de influencia rusa y que tanto Ucrania como los países bálticos estaban en una zona de interés estratégico para Rusia. Genio y figura. Se ve que el hombre sigue siendo el mismo que mandó tumbar a Allende. Para él, el sur de Rusia, Ucrania, es como el sur de Estados Unidos: países sin importancia, subalternos a una u a otra potencia, en los que no importa si hay democracia o no. Lo importante para mantener el orden mundial es que los del sur nunca se rebelen a los grandes imperios del norte, bien sea Rusia, China, Estados Unidos...
Quienes defienden hoy la invasión rusa a Ucrania sufren del mismo tipo de desprecio por el sur que ha mantenido Kissinger. Los países supuestamente subalternos deben limitarse a obedecer a las potencias del norte en cuya área de interés geoestratégico viven. Para Ucrania hoy, como para Chile hace medio siglo, la decisión de ser independiente y de gobernarse según el voto mayoritario y democrático no cuenta. Como están al sur, deben obedecer a la potencia del norte.
En esta misma lógica, aquí hay quienes quieren que Petro no acabe su periodo. Grave error. Las equivocaciones democráticas se corrigen también democráticamente, no con golpes.