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En junio de 2022, en vista de que un año después se vencía mi visa para entrar al paraíso, pagué las tasas para solicitar una cita en los servicios consulares de EE. UU. en Bogotá, de modo que el permiso me fuera renovado. Cuatro meses después, el 13 octubre de ese mismo año, recibí al fin una respuesta que decía: “¡Enhorabuena! Le comunicamos que su cita para la toma de huellas en el CAS se ha confirmado con éxito. Una vez completado este paso, su documentación será enviada directamente a la embajada y así finalizará el proceso de solicitud para la visa B1B2. Solo tendrá que esperar la decisión final del gobierno y la devolución de los documentos”. Ese “enhorabuena” parecía augurar cosas maravillosas, solo que más abajo venía la fecha de la cita, en negrillas: “Fecha de toma huellas y foto: 28/01/2025 16:00″. Es decir, dos años y ocho meses después de pedida; o sea, el martes pasado a las cuatro.
El domingo anterior, después de los delirios nocturnos del presidente Petro, recibí un correo donde se decía que todas las citas habían sido canceladas por orden de Trump. El lunes, después de que Colombia se rindiera (con la dignidad que nos caracteriza) a las amenazas y chantajes de Trump, la cita volvió a ser confirmada. El martes temprano, cuando yo ya iba en el avión para Bogotá, la cita fue anulada de nuevo, porque el presidente de Colombia, con otra de sus ideas brillantes, resolvió que lo mejor era mandar el avión presidencial a recoger deportados.
Otro delirio de megalómano: si los deportados por Trump van a ser (según él dice) centenares de miles de colombianos, el avión presidencial tendrá que hacer miles de viajes de ida y vuelta. Como a su avión le caben, si mucho, cincuenta personas, los viajes van a ser miles, de ida y vuelta. La sola gasolina no cuesta menos de 10 mil dólares por trayecto. Más pilotos, tripulación, mantenimiento, tasas aeroportuarias, retrasos. En fin, multipliquen. Por bruto que uno sea, las cuentas no dan. Para repatriar a diez mil paisanos toca hacer 200 viajes de ida y vuelta, 4 millones de dólares, solo en gasolina. Y ocho meses de tiempo. Delirios, idioteces.
Como ya no tenía cita en la embajada a las 16h del día 28, aproveché para almorzar con amigos en Bogotá y regresé a Medellín por la noche, obviamente sin visa. Puede que algún día llegue otro mail con una nueva cita, pero ya no pienso ir a que me tomen las huellas y la foto. De todos los delirios que Petro dijo cuando pasó toda la noche pegado a su celular y a su Twitter, hubo uno con el que estuve de acuerdo: quitando cinco o seis ciudades con editoriales y universidades extraordinarias, Estados Unidos ha encontrado un estilo de vida diseñado para que uno se aburra o se suicide. Una pesadilla con aire acondicionado, como decía Henry Miller. Me puedo pasar muy bien la vida que me quede sin volver a esa “America Great Again”, ahora con renovados delirios imperiales (bautizar golfos, comprar Groenlandia, invadir Panamá, anexar a Canadá).
Los populistas con poder, narcisistas y megalómanos viven en un universo paralelo que ocurre dentro de sus cabezas. En la cabeza de Petro, por ejemplo, la paz con el ELN se firmaba en tres meses; en la de Trump, la magia que ocurre en su cerebro es todavía más rápida: al llegar a la Casa Blanca, la paz entre Rusia y Ucrania se firmaría en 24 horas.
Según Camus “la estupidez insiste siempre”. Nunca en mi vida había sentido con tanta claridad de que el mundo está en manos de idiotas integrales. Milei que dice que el calentamiento global es un complot de la izquierda; el fraudulento Maduro y su narco-Estado que apoya al ELN que mata y desplaza campesinos del Catatumbo; Petro que insulta a Trump, pero no se atreve a decirle ni mu a Maduro; Ortega y su mujer que iban a hacer otro canal interoceánico en tres años; Trump que cancela todas las ayudas al tercer mundo, que renueva la apuesta por el petróleo y amenaza, amenaza, amenaza. Mejor encerrarse en la casa.