Terrorismo y Ockham

Héctor Abad Faciolince
20 de enero de 2019 - 09:30 a. m.
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Cuando ocurre una acción de las que las personas denominan “dementes” (y los actos terroristas son demenciales por definición), es muy común que la imaginación se dispare para tratar de explicarla. Lo que no entendemos bien, porque parece absurdo, dispara el mecanismo de las hipótesis,de las teorías, y es ahí cuando la locura de las explicaciones se abre paso sin freno. Precisamente a esto asistimos el jueves pasado cuando un carrobomba explotó y acabó con la vida de decenas de estudiantes, y devolvió a Colombia a un pasado reciente de rabia, tristeza, miedo e impotencia.

Es en circunstancias así cuando más conviene serenarse y traer a la mente un antiguo principio filosófico conocido como “la navaja de Ockham”. Este consiste en una simple cautela de economía mental que aconseja, en momentos de crisis, “no multiplicar inútilmente las hipótesis”. Para explicarlo con un ejemplo banal, si a una persona le cae un coco en la cabeza en la playa, y el cocotazo la mata, si bien es posible (o al menos no es imposible) que el coco haya caído de un helicóptero, y aunque no se pueda descartar del todo que el coco haya sido lanzado por la esposa del muerto desde un balcón, si la persona fallecida está debajo de un cocotero, y el cocotero muestra un racimo de cocos, y estos ya están maduros, y si además estuvo horas ahí tomando el sol, y hubo brisa, lo más probable es que la caída del coco haya sido desde la palmera y la muerte haya ocurrido de forma accidental. Pensar en el balcón, en la esposa, en el helicóptero, es multiplicar inútilmente las hipótesis. 

Después del atentado en la Escuela de Cadetes General Santander, en las redes sociales asistimos a los más fértiles delirios de la imaginación. Algunos decían que el fiscal había mandado poner la bomba para sabotear las manifestaciones en su contra; otros afirmaban que el carrobomba era una cortina de humo diseñada por Odebrecht; Uribe le echó la culpa (como siempre) al expresidente Santos; otros más acusaron al castrochavismo de querer desestabilizar el país. Y así, con la fiebre de la imaginación encendida, se fueron desarrollando infinidad de teorías conspiratorias. 

Y sin embargo en el bárbaro atentado de la escuela de policía había una especie de palmera que debería habernos impedido multiplicar inútilmente las hipótesis. Al terrorismo acuden, en general, quienes están desesperados por su invisibilidad. Quienes no tienen el poder armado necesario para desestabilizar un país por medio de ningún mecanismo regular. Quienes quieren demostrar que pueden hacer daño y que por eso mismo deben ser tomados en serio. ¿Qué grupos en Colombia tienen estas características de la palmera de mi ejemplo de la navaja de Ockham? Sin duda el Eln, en primer término, y luego las disidencias de las Farc y uno que otro grupo de narcos. En ese mismo orden estas serían las hipótesis más factibles y menos fantasiosas. El origen del carro y del perpetrador del atentado hacen que esta teoría sea la más económica (aunque esto no demuestre que sea cierta). 

Una sociedad que sucumbe al terrorismo es la que en lugar de rechazar unánimemente el acto, y permitir que las autoridades investiguen y aclaren a fondo los hechos, se enfrasca en aquello que el terrorismo pretende: en una lucha de facciones opuestas que se echan la culpa recíprocamente, bien sea por exceso de mano dura, o por mano blanda, o porque en las últimas elecciones algunos votaron en blanco, o por A o por B. Un país que no sucumbe al terrorismo es el que no permite que la convivencia civil se destruya, un país que no pierde la calma ni señala culpables a ciegas. 

El atentado, salvaje y torpe, fue además tan idiota, fallido y repudiado que no ha habido hasta ahora quien quiera cargar con la impopularidad de reconocerlo. El presidente Duque tuvo una reacción firme, pero tranquila, sin dejarse arrastrar a la locura de la ira o las acusaciones a la loca. La palmera más probable, el Eln, pasará a ser un paria nacional e internacional.

 

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