Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Desde hace algunos meses, toda la sangre que circula por mi cuerpo atraviesa una válvula cardíaca de pericardio de vaca. Mi válvula aórtica de repuesto no es exactamente una válvula completa de este noble animal. Es una válvula fabricada con el tejido de la membrana que recubría el corazón de esa vaca (con la que vivo muy agradecido), el cual se acondicionó física y químicamente para hacerlo inerte, de modo que mi cuerpo no lo reconozca como un tejido biológico extraño, y así evitar el rechazo. Hasta hace pocos decenios una persona a la que se le diagnosticara estenosis aórtica severa, mi condición, estaba condenada a morir en poco tiempo, en cinco años en el mejor de los casos. Todos podemos morir mañana, o antes de cinco años, pero a los que nos gusta la vida nos gusta también postergar, en lo posible, nuestra segura muerte.
Esta semana se supo que David Bennett, un hombre de 57 años con una insuficiencia cardíaca grave, y arritmia incontrolable, reducido a una cama de hospital, conectado a un ECMO (membrana de oxigenación extracorpórea) desde hace semanas, y con otros problemas de salud que impedían ponerlo en la lista de espera para un trasplante de corazón humano, recibió el primer xenotrasplante cardíaco. Y le implantaron, a él sí, el corazón completo de un cerdo modificado genéticamente.
¿Qué quiere decir un cerdo modificado genéticamente? No quiere decir que en su cuerpo de cerdo creciera un corazón humano. Lo que quiere decir es que al embrión de ese cerdo se le suprimieron algunos segmentos de ADN y se le agregaron otros. En concreto, se le suprimieron tres genes al corazón del cerdo (los responsables del rechazo del corazón porcino); se le insertaron seis genes humanos que ayudan a que el cuerpo acepte inmunitariamente ese corazón animal; y por último se suprimió en el corazón del cerdo un gen más para prevenir el crecimiento excesivo de su tejido. Es decir que hubo diez ediciones en la información genética del cerdo. El paciente estuvo de acuerdo en correr los altísimos riesgos de este tipo de operación, nunca antes intentada en humanos.
No sabemos si el señor Bennett va a vivir días, semanas o meses con su nuevo corazón de cerdo. Lo que sí se sabe es que está contribuyendo al avance de la ciencia en un campo de investigación científica que abre las puertas a un futuro extraordinario en el que los seres humanos en peligro de muerte podrían recibir órganos de animales modificados genéticamente. Hoy en día los órganos de donantes cadáver no alcanzan a suplir la demanda.
Cuando me implantaron la válvula biológica de vaca, recuerdo que le pregunté a mi cirujano si alguna vez algún vegano, vegetariano o hinduista había rechazado una válvula de vaca sagrada, o si algún musulmán o algún judío se negaban a recibir válvulas de cerdo, en vista de que su carne está prohibida para ellos. Para casos así, me dijo, existen las válvulas mecánicas, pero en el caso de la objeción religiosa hay rabinos y jerarcas islámicos que autorizan la excepción porcina si la válvula se implanta para salvar una vida. En este sentido los animalistas son mucho más radicales que los religiosos. De hecho estos ya han salido a rechazar enfáticamente este trasplante de corazón de cerdo.
Es normal que en las grandes innovaciones y revoluciones científicas haya siempre personas que se opongan con furia a este tipo de experimentos. Durante siglos la Iglesia Católica se opuso a que se hicieran disecciones de cadáveres con el fin de intentar penetrar en los secretos de la anatomía humana. Algunos de los primeros anatomistas eran vistos como demonios que querían develar el secreto divino del lugar en que se esconde el alma.
Casi siempre estos escrúpulos de distintos grupos disminuyen mucho cuando se trata de salvar la vida de un ser amado. En abstracto es más fácil estar de acuerdo en proteger la vida del cerdo. Cuando la elección es entre la vida del cerdo y la de, pongamos, nuestra hija, la decisión es más rápida.