El martes pasado, por un lugar cercano al frente de guerra entre Ucrania y los invasores rusos, a unos 12,5 kilómetros de las trincheras, vagaba un perro grande y negro con manchas cafés. Cuando la escritora ucraniana Victoria Amelina lo vio, lo miró con una sonrisa triste y nuestra guía en el Donetsk, la corresponsal Catalina Gómez, nos explicó: con los bombardeos del ejército invasor y la huida forzada de miles de familias, hay muchísimos perros que vagan por el campo en busca de sus amos. Tal vez estos estén muertos, o tal vez los perros hayan escapado muy lejos, asustados por el ruido de la metralla, y estén perdidos. El caso es que los perros no encuentran su casa, ni los dueños, si están vivos, encuentran a sus perros.
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El martes pasado, por un lugar cercano al frente de guerra entre Ucrania y los invasores rusos, a unos 12,5 kilómetros de las trincheras, vagaba un perro grande y negro con manchas cafés. Cuando la escritora ucraniana Victoria Amelina lo vio, lo miró con una sonrisa triste y nuestra guía en el Donetsk, la corresponsal Catalina Gómez, nos explicó: con los bombardeos del ejército invasor y la huida forzada de miles de familias, hay muchísimos perros que vagan por el campo en busca de sus amos. Tal vez estos estén muertos, o tal vez los perros hayan escapado muy lejos, asustados por el ruido de la metralla, y estén perdidos. El caso es que los perros no encuentran su casa, ni los dueños, si están vivos, encuentran a sus perros.
La noche anterior, Victoria Amelina me había estado hablando de su novela traducida al español, Un hogar para Dom. Al volver a Madrid, ya muy lejos de las atrocidades de Putin, la novela me estaba esperando en manos de un vecino. José Manuel Cajigas (Avizor Ediciones), su editor, me la había dejado por recomendación de Victoria. El nombre completo de Dom, el narrador del libro, es Dominikus, y es un perro. Empiezo a leer el libro de Amelina como quien reza con las palabras de su novela, mientras ella se debate entre la vida y la muerte en un hospital de Ucrania. Dom, el perro, es un tipo simpático y con un olfato muy fino. Cuando nieva en el libro y en su ciudad, Leópolis (que los alemanes llaman Lemberg, los polacos Lwów, los rusos Lvov, los judíos Lemberik y los ucranianos Lviv), el perro sabe si el agua de esa nieve se evaporó en el Amazonas o en el Danubio o en el Vístula o en el Misisipi, o incluso en el Dniéper. Mucho más probablemente en el Dniéper, que es el río de Ucrania. Es un perro que nos hace siempre sonreír.
No he terminado el libro, lo empecé apenas esta mañana. Ayer jueves en la madrugada Sergio Jaramillo y yo atravesamos a pie la frontera entre Ucrania y Polonia. El martes por la noche, exactamente a las 7:28 p.m., en el mismo momento en el que yo brindaba con Victoria Amelina (ella con una cerveza sin alcohol, yo con un supuesto jugo de manzana, porque había ley seca), la vida se interrumpió con un estruendo de muerte. Al caer al suelo alcancé a pensar que nos habían matado. Lleno de manchas negras desperdigadas por el cuerpo, pensé que estaba herido, pero que nada me dolía, pues eso dicen los heridos cuando sobreviven: que no duele. Me levanté. Victoria seguía sentada en su sitio, erguida, quieta, limpia. Lo único extraño era su extrema palidez y la cabeza levemente inclinada hacia atrás. No parecía herida, pero no respondía. Su cuerpo, de algún modo, se había interpuesto entre las esquirlas y nosotros.
Dom, el maravilloso perro de su novela que todo lo sabe, todo lo ve y todo lo huele, es capaz de oler incluso el pasado. Conoce las historias y las culpas que todos quieren olvidar en un país que ha padecido invasiones, saqueos, pogromos, hambrunas, masacres, atrocidades. En lo que hoy es Ucrania nacieron algunos de los escritores más grandes del siglo XX. Escribieron en distintas lenguas: Joseph Roth en alemán, Mijaíl Bulgákov e Isaak Bábel en ruso, Irène Nemirowski en francés, Joseph Conrad en inglés, Stanislav Lem en polaco, Clarice Lispector en portugués. El libro de Victoria Amelina fue escrito en ucraniano y ella se une a esta lista notable.
En la novela hay dos niñas que quieren superar ese pasado terrible de Ucrania y vivir al fin en un país libre y normal. Dejar de ser el país de las invasiones, el del genocidio de Stalin, el de los nazis… Esas niñas ni siquiera se imaginaban que podría venir una invasión tan terrible y devastadora como las anteriores, la de Putin. Esas niñas crecieron con otra esperanza y no para volver a ver cómo Ucrania era lacerada de nuevo por la maldad. Creo que Victoria Amelina es una de esas niñas y espero con todo mi corazón que logre sobrevivir.