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Las fronteras porosas de la violencia en las universidades

Helberth  Choachí González
12 de octubre de 2024 - 05:00 a. m.

En homenaje al profesor Mayron Díaz, quien cursaba su último semestre de la Licenciatura en Deporte de la Facultad de Educación Física de la UPN.

En nuestras universidades se entronizan discursos sobre excelencia, evaluación, construcción de currículos pertinentes, formalizaciones laborales, regionalización, etc., entrelazados en unas intencionalidades de buen gobierno que se preguntan por estos presentes y futuros de próximas generaciones de maestros(as) que le apuestan a un porvenir donde se pueda ser y estar de otros modos, convivir en un espacio cultural y simbólico en el que los sentidos a la vida se constituyan desde una política y una ética del cuidado.

Sin embargo, la realidad de nuestro país es tenebrosa. El 28 de septiembre, el estudiante Mayron Díaz, quien trabajaba ya como profesor, fue asesinado en Bogotá en la Calle 19 con carrera 7 por un supuesto “habitante de calle”, presuntamente por robarle sus pertenencias y donde hoy no avanza la investigación.

Asesinatos, exilios internos en la misma ciudad, estigmatizaciones, y las amenazas a estudiantes al interior y fuera de la universidad son una constante con las que tiene que lidiar la comunidad universitaria. Atender estas situaciones sobrepasa nuestras capacidades de atención, protección y acompañamientos, sin embargo, no claudicamos en este esfuerzo por garantizar la vida de quienes habitamos la universidad.

Sabemos de los cientos de estudios existentes acerca de la violencia, las formas en que se presenta, sus manifestaciones, causas, impactos y efectos. Pero, contamos con una dificultad, y es precisamente en la producción de una multiplicidad de violencias y entre éstas la singularidad de sus causalidades que están situadas en los contextos históricos, sociales, culturales, económicos y políticos en el que se ubican en sus estructuras. Por ello, en Colombia, están dadas las condiciones de posibilidad para la generación de violencias (en plural) como lo destaca Martín-Baró (2023) que pueden comprender el establecimiento de ciertas ideologías y estructuras sociales que estarán en la base de los comportamientos y los hechos de violencia. De igual modo la existencia de causas más inmediatas, atendiendo las relaciones establecidas entre diferentes actores sociales y los espacios específicos donde estas se desarrollan y desde luego, el hecho más inmediato y visible que hace explotar manifestaciones de violencia física y directa, sumado a las condiciones de pobreza extrema y exclusiones en las que se encuentran las poblaciones más vulnerables. Es quizá estos entramados de la violencia los que necesitamos deconstruir, para que no naturalicemos sus lógicas de crueldad, no se hagan paisaje cotidiano y no las justifiquemos.

Los rasgos de la violencia que se van imprimiendo en nuestras corporeidades y subjetividad, dan cuenta de rupturas y desarraigos que cuestan mucho restituir, pérdida de horizontes temporales y espaciales, anulación de expectativas de vida; además, se encuentra la desprotección histórica por parte del Estado que no garantiza el derecho a la existencia digna. Las pérdidas de vidas son irreparables. Sus efectos dejan lesiones profundas que necesitan de un sostén afectivo y psicosocial para poder tramitar el sufrimiento.

El profesor Jean–Claude Chenais, en su libro Histoire de la violence (1981) argumenta que “la violencia en sentido estricto, la única violencia medible e incontestable es la violencia física. Es el ataque directo, corporal contra las personas. Ella reviste un triple carácter: brutal, exterior y doloroso. Lo que la define es el uso material de la fuerza, la rudeza voluntariamente cometida en detrimento de alguien” (p. 12).

Hablamos entonces de espirales, escaladas, reciclajes de la violencia. Pero detengamos para que podamos abordar en nuestros espacios formativos lo que constituye cada uno de los casos de la violencia política y social que se producen a diario en Colombia. Hacemos referencia a: genocidios, ecocidios, memoricidios, etnocidios, feminicidios, juvenicidios, ejecuciones extrajudiciales, torturas, desapariciones, desplazamientos forzados, asesinatos, masacres. Intentemos hacer memoria de estas violencias. No renunciemos en seguir trabajando por la educación en/para los derechos humanos, la construcción de paz y el nunca más, para que transformemos desde un proyecto educativo la cultura de las violencias y para que el Estado genere todas las condiciones de justicia.

Concedámonos dinámicas de reflexión sobre las consecuencias de esas afectaciones en las corporeidades de los cuerpos universitarios y exijamos siempre los derechos a la verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición.

Permitámonos también hacernos estas preguntas: ¿Desde dónde pensar hoy las reconceptualizaciones sobre la violencia?, ¿porque sigue cobrando tanta intensidad y recurrencia?, ¿qué hacemos con sus manifestaciones de la crueldad en Colombia y, particularmente en las universidades?, ¿cómo desactivar la impotencia que nos producen los hechos de la violencia?

Posibilitémonos transitar por la universidad produciendo nuevos sentidos, saberes, conversaciones y activación de vínculos de solidaridad reconociéndonos desde la diferencia, para que el miedo no sea la emoción que impulsa y configura nuestros distanciamientos y exclusiones, que es otro modo en que la violencia se encarna en nuestras cotidianidades.

Helberth  Choachí González

Por Helberth Choachí González

Rector de la Universidad Pedagógica de Colombia

 

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