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Mediante la legalización de drogas como la marihuana y la cocaína se aspira a que autoricen los gobiernos a escala global su producción, su comercialización y su consumo, sin que por ello se penalice a nadie en tal cadena.
Esta legalización no incluiría, al parecer, drogas muy nocivas y muy adictivas como la heroína, las metanfetaminas y la basura de coca o “basuco” como la llamaba Carlos Lehder.
Otra propuesta, la despenalización pretende que no vayan a prisión los consumidores de algunas drogas, al tiempo que sigan siendo delitos sancionables con el encarcelamiento la producción, el contrabando, la comercialización y la posesión de drogas narcóticas en cantidades comerciales. En esta alternativa, el consumo personal de unas pocas drogas narcóticas en “dosis recreativas” pasa a ser un problema de salud pública, una enfermedad prevenible y tratable.
Los partidarios de la legalización consideran que fracasaron 40 años de combate contra las drogas, a pesar de que no abundan los que sí las combatieron de veras. Recomiendan permitirlas para poderlas controlar y someterlas al pago de impuestos, gracias a la desaparición del contrabando. De paso se reducen las persecuciones y el costo de sostener las cárceles. En resumen, ser ilegal resulta ser para estos muchísimo más costoso que estar regulado, porque la prohibición es la madre de la violencia.
Profetizan, además, que tras la legalización se reducirán o evaporarán las utilidades de los carteles productores, contrabandistas y comercializadores de las drogas. Las narcoguerrillas en los países productores verán afectadas sus fuentes de financiación. Las pandillas integradas por jóvenes desadaptados de los países ricos se reducirán. Más sencillo será controlar el consumo de los jóvenes, así como se controla la venta del alcohol. Se ahorrará el encarcelar a consumidores no violentos.
Algunos expresidentes jubilados e inconsecuentes apoyan la funesta despenalización definida al comienzo. Adoptan muchas de las razones anteriores. Defienden las libertades individuales, mientras los consumos de drogas no afecten la vida de sus semejantes. En síntesis: los países ricos deben, según los expresidentes, dedicarse a la prevención y a la curación de sus enfermos, al tiempo que dejan las guerras para el resto de la cadena productiva.
Sostienen los despenalizadores de la marihuana y, al parecer, de la coca que en países como Holanda y Portugal tal medida ha sido sumamente exitosa. En forma paradójica, Colombia ya tiene despenalizados a sus consumidores con su dosis “para el libre desarrollo de la personalidad” y todo parece indicar que el consumo de las drogas suaves se ha disparado entre nosotros y se ha pasado a los consumos de las duras.
Por ahí se oye decir que el alcohol es mucho más dañino que la marihuana recreacional, por ejemplo, y que, sin embargo, está autorizado. Ciertamente, pero “suficientes problemas tenemos con el licor para adicionarle otras drogas que intoxiquen más la productividad, la posibilidad de ganarse la vida en forma honesta, el tránsito por las vías, las escuelas y la vida familiar”.
Estudios recientes en Gran Bretaña concluyen que las nuevas variedades de marihuana son muy adictivas y no resultan ser tan inofensivas tanto para los consumidores como para sus semejantes como creen algunos. Los efectos de los derivados de la cocaína pura o mezclada son aún más alarmantes.