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“El presidente es revolucionario, pero el Gobierno no lo es”; esta sencilla frase del presidente Petro resume con precisión el drama de su Gobierno.
El presidente, sin embargo, interpretó esa frase en el sentido más superficial: algunos de los ministros tienen “agendas paralelas”, y por eso han incumplido “146 de los 195 compromisos adquiridos con el pueblo”. Siguió un monólogo largo, disparejo y muy revelador sobre algunos de los ministerios y sobre algunos compromisos incumplidos.
La reacción natural de los ministros fue declarar su lealtad, defender sus gestiones respectivas… y responsabilizar a otros funcionarios. Y aquí empezó la opereta o el reality que ha absorbido la atención de los protagonistas, las redes, los medios y los opinadores de derecha e izquierda. No porque les falte razón o les falte material: la vicepresidenta que ha sido humillada, la ministra que no se puede sentar con Benedetti, el “Laura miente” de Gustavo Bolívar, la demanda penal contra el jefe de la Unidad de Protección, las renuncias de ministro y directores, los secretos oscuros que mantienen a Sarabia y Benedetti en el poder, el jefe de Despacho a juicio ante la Corte, el cambio de gabinete, la lucha entre facciones, el fracaso de Petro como líder… son más que suficientes para ocupar y preocupar a todos.
Pero hay otras cuestiones que a mi juicio merecen atención. Comenzando por el florero de Llorente o por los 146 compromisos incumplidos, la lista que preparó la Unidad de Cumplimiento de la Presidencia. No solo porque esta Unidad actuó bajo la orientación de Benedetti, sino porque medir el cumplimiento es una de la tareas más complejas y dudosas de la administración pública. Una cosa es, digamos, la promesa de construir un colegio; otra es la de pacificar el Catatumbo, y otra es la de descarbonizar la economía. Hay promesas cumplidas, incumplidas y otras muchas en proceso o con distintos grados de cumplimiento; los indicadores y las metodologías son enredos de nunca acabar.
Por eso, en vez de compromisos puntuales, la evaluación del Gobierno y la pregunta de Petro han debido referirse a cómo va el país. ¿Qué está pasando con la violencia en las regiones, con la salud, con Estados Unidos, con el déficit fiscal, con la imagen del gobierno entre la gente…? Claro está que este ejercicio exigiría varias reuniones — o una sola de seis horas, pero muy cuidadosamente estructurada—.
Ese simple ejercicio mostraría lo evidente: que cumplir los compromisos del Gobierno no depende del querer de los ministros; que el presidente puede cambiar al ministro por tener agenda propia o por cualquier motivo sin hacer un espectáculo; que Petro tiene el récord del siglo, con 43 ministros en menos de tres años, lo cual nos lleva al punto: el presidente es revolucionario, pero ninguna revolución se hace sin destruir el Estado de derecho.
* Director de la revista digital ‘Razón Pública’.
