El Gobierno de Israel dio a conocer su plan para el territorio que ocupan los palestinos una vez que hayan concluido las operaciones militares.
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El Gobierno de Israel dio a conocer su plan para el territorio que ocupan los palestinos una vez que hayan concluido las operaciones militares.
El plan comienza por demoler las construcciones en un kilómetro de la Franja de Gaza que colinda con Israel. Este país ejercería el control militar por tierra, mar y aire de la Franja y también del territorio al este del Jordán; sus fuerzas armadas tendrían libertad para actuar en el lugar y momento que deseen; el porte de armas estaría prohibido y la policía tendría acceso restringido; la frontera con Egipto sería “clausurada” para evitar el paso directo o bajo tierra; las mezquitas, iglesias y escuelas adelantarían programas masivos de “desradicalización”; un gobierno “tecnocrático” distinto de la actual Autoridad Palestina se encargaría de los servicios públicos; la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos sería desmantelada, y los gobiernos de países árabes autorizados por Israel financiarían la reconstrucción de Gaza.
Este plan es la única manera de evitar nuevos ataques terroristas, y es también la prueba plena de que esos ataques no se pueden evitar. Por el contrario: acorralar y humillar de esta manera a 4,9 millones de personas es el modo más seguro de dejar sin protección a los 9,3 millones de habitantes de Israel (un 21 % de los cuales son árabes). Esto fue lo que aprendieron los ingleses en Malasia o Palestina, los franceses en Indochina, los rusos en Afganistán y Estados Unidos en Irak: el terrorismo nace de la desesperación.
El ataque criminal de Hamás, donde murieron 1.213 personas inocentes y otras 135 permanecen secuestradas (cifras oficiales), fue un producto de la desesperación: desesperación porque desde 2007 Gaza es la cárcel más grande del mundo, porque el año pasado y hasta antes del ataque los colonos y el ejército habían asesinado a más de 200 residentes al este del Jordán (incluyendo 38 niños) y, sobre todo, porque Trump y su proceso “de Abraham” para reconciliar los países del Golfo con Israel habría sido el último tornillo en el ataúd del pueblo palestino.
El plan de Netanyahu no puede funcionar, y sus acciones antes o además son una bofetada a la moral judeocristiana y al derecho internacional: 29.000 bombas sobre la ciudad más densamente poblada del planeta (cifra del Pentágono), 33.035 muertos, 10.500 niños, 1,8 millones de personas desplazadas y encerradas, hospitales destruidos, la hambruna más acelerada de que se tenga noticia (cifras de la ONU), camiones de alimentos saqueados en medio de disparos de Israel… y el ataque que viene contra Rafah, donde se apiñan dos millones de civiles sin que aparezca un plan de evacuación.
Una tragedia de proporciones bíblicas, un genocidio transmitido por televisión, una tragedia que se suma a la complicidad, el cinismo, el silencio, las evasivas y los gestos inútiles de todos los poderes.
La tragedia del pueblo palestino en extinción, la tragedia de Israel que no tendrá seguridad, la tragedia del pueblo judío que así está renunciando a lo que le hizo un pueblo excepcional.
*Director de la revista digital “Razón Pública”.