Leer, escribir y pensar, hoy. El arte y el oficio de leer (V)
Cuán útil saber dialogar con la herencia del espíritu humano que se plasma en los libros.
Leer se me presenta como un proceso de búsqueda de sentido, de ir recorriendo el texto y encontrar sus significados. Un camino puede ser el inductivo, otro el deductivo. Leer es realmente escudriñar el texto; buscar cuidadosamente sus mensajes.
Leer bien implica tener una formación previa variada; la posibilidad de penetrar el texto, de abrirlo a la comprensión y correlacionarlo con otros textos y lenguajes. Lo icónico, lo auditivo, lo proxémico, y lo kinésico, son lenguajes que facilitan el aprender a leer; también a escribir[1]. Se trata de que leamos bien no sólo las letras sino los distintos lenguajes y, por supuesto, el nuevo del computador. Recordemos: “La experiencia de la lectura no consiste solo en entender el significado del texto sino en vivirlo”[2]. Y “para leer bien hay que tener afinados todos los sentidos”[3].
Ser alfabetos hoy, implica tener conciencia metalingüística (reflexión sobre el lenguaje), propiciar el diálogo, la comprensión, el intercambio de estilos y sentidos. Leer bien no es sólo tener la habilidad de descodificación, de logros o juego de interpretaciones. Es más bien un proceso de abducción; de levantamiento y formulación de indicios e hipótesis sucesivas[4]
Cuando pensamos especialmente en los profesionales contemporáneos parece conveniente observar la utilidad que tiene el disponer de una lectura interdisciplinaria y transdisciplinaria. Los bárbaros especialistas de los que hablaba Ortega y Gasset, pueden contribuir a la deformación personal y profesional. Al pensar en el leer, deseamos incorporar nuevos conocimientos y vivencias al acerbo que poseemos en un momento dado. “Leer bien, sostiene Jorge Larrosa, es darle al cuerpo el máximo de energía pero permitiendo que se mueva por sí mismo y en libertad”[5].
Nótese que al aprender a leer, nos estamos acercando al conocer; es una apertura a la cultura. Es decir, a una forma de ver, de vivir y de sentir el mundo en un momento y espacio determinados. Cuando aprendemos a leer y escribir, nos acercamos a una forma de pensar; por ello es por lo que el tipo de lectura potencia o limita el pensamiento[6].
Frente a la “cultura” impartida por la mayoría de los actuales medios de comunicación, debemos estar atentos para recuperar el amor a los libros y sus lecciones. El libro es un compañero, es un amigo. Los buenos libros son savia para nuestro desarrollo integral como seres humanos del siglo XXI.
Recordemos que la lectura bien hecha es un espacio excepcional que excita al cerebro; lo invita a ser fecundo y a ir conservando, poco a poco, con especial delicadeza, los compañeros inolvidables de nuestra existencia que son los libros [7] y por supuesto, esos recintos espléndidos que son las bibliotecas. “Biblioteca, nos dice Fernando Vásquez, lugar donde los vivos buscan interrogar a los difuntos, y en donde los muertos recuperan, momentáneamente, su antiguo hálito de vida…” Y continúa: “Bazar o mercado en donde cada cual ofrece o recibe según su oficio, inteligencia y riesgo. Biblioteca: guardiana del secreto. Esfinge, pirámide, laberinto”.
Vayamos a las bibliotecas, disfrutemos el espacio que nos ofrecen para instruirnos y ejercer la imaginación. Cuán grato y útil ir a las de las capitales y ciudades importantes del mundo y ver, cotidianamente a la juventud -mas no sólo a ella- en su búsqueda de saber y de conocimiento en su deseo de informarse, pensar, aprender y superarse.
Visitemos las nuevas bibliotecas que disponemos en Bogotá y la ya tradicional Luis Ángel Arango; son patrimonio público, hechas con sentido histórico para nuestra formación y recreación; disfrutemos también las bibliotecas y los centros de documentación de nuestras universidades, donde quiera que nos encontremos realizando la existencia.
Ahora, desearía compartir una experiencia: Invitado por el Gobierno de Brasil, asistí en 1996 a un Encuentro Internacional, sobre las Escuelas de Administración Pública, en Brasilia. Fui informado que la Biblioteca Pública, tenía servicio 24 horas. Mi exposición, en honor de Paulo Freire, era el sábado y terminé de hacerle unos ajustes a las dos de la mañana. Entonces, me dirigí a la Biblioteca que estaba a cuatro o cinco cuadras del hotel, y ¿qué encuentro allí? Cerca de 300 jóvenes universitarios que, en distintas salas, estaban estudiando y preparando sus deberes académicos. Allí me acordé de aquella afirmación de Stefan Sweig: “Brasil el país del futuro”.
Leer. Cuán útil hacerlo contextualmente; saber dialogar con la herencia del espíritu humano que se plasma en los libros. Hoy, se me presenta válido lo que leí hace unos decenios: “Aquel que sabe leer y no lee, es más ignorante que el que no sabe leer”. Entonces, leamos intensa y metódicamente, así se nos facilitarán los bellos ejercicios de pensar y escribir.
Bien sostuvo Irene Vallejo “Mientras permanece cerrado, un libro es solo una partitura muda con la letra y la música de una sinfonía posible. No hay historia, no hay página que palpite sin el roce de unos ojos ajenos. Para cobrar vida necesita intérpretes que hagan vibrar las cuerdas, que recorran febriles el pentagrama, que susurren los campos con su propio acento, que modulen la melodía al compás de sus recuerdos. Leer exige creer la historia, pero también crearla”[8]. roasuarez@yahoo.com
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Referencias
1. Lo icónico está vinculado a la representación; lo auditivo a la virtud de oír; lo proxémico está relacionado con lo proyectivo y lo kinésico está vinculado al restablecimiento de la normalidad de los vivientes.
2. Larrosa, Jorge. (2003). La experiencia de la lectura. FCE. México D.F., p. 365.
3. Op. cit., p.390.
4. Amplíese en Vásquez Fernando. (2000). Oficio de maestro. Javegraf, Bogotá.
5. Op., cit., p. 370.
6. Compleméntese con Vásquez Fernando. Op., cit., pp. 13-42
7. “El libro: Extensión de la memoria y de la imaginación”. Jorge Luis Borges.
8. En: (2001). El infinito en un junco. Siruela. Biblioteca de ensayo. Madrid, p. 407.
Cuán útil saber dialogar con la herencia del espíritu humano que se plasma en los libros.
Leer se me presenta como un proceso de búsqueda de sentido, de ir recorriendo el texto y encontrar sus significados. Un camino puede ser el inductivo, otro el deductivo. Leer es realmente escudriñar el texto; buscar cuidadosamente sus mensajes.
Leer bien implica tener una formación previa variada; la posibilidad de penetrar el texto, de abrirlo a la comprensión y correlacionarlo con otros textos y lenguajes. Lo icónico, lo auditivo, lo proxémico, y lo kinésico, son lenguajes que facilitan el aprender a leer; también a escribir[1]. Se trata de que leamos bien no sólo las letras sino los distintos lenguajes y, por supuesto, el nuevo del computador. Recordemos: “La experiencia de la lectura no consiste solo en entender el significado del texto sino en vivirlo”[2]. Y “para leer bien hay que tener afinados todos los sentidos”[3].
Ser alfabetos hoy, implica tener conciencia metalingüística (reflexión sobre el lenguaje), propiciar el diálogo, la comprensión, el intercambio de estilos y sentidos. Leer bien no es sólo tener la habilidad de descodificación, de logros o juego de interpretaciones. Es más bien un proceso de abducción; de levantamiento y formulación de indicios e hipótesis sucesivas[4]
Cuando pensamos especialmente en los profesionales contemporáneos parece conveniente observar la utilidad que tiene el disponer de una lectura interdisciplinaria y transdisciplinaria. Los bárbaros especialistas de los que hablaba Ortega y Gasset, pueden contribuir a la deformación personal y profesional. Al pensar en el leer, deseamos incorporar nuevos conocimientos y vivencias al acerbo que poseemos en un momento dado. “Leer bien, sostiene Jorge Larrosa, es darle al cuerpo el máximo de energía pero permitiendo que se mueva por sí mismo y en libertad”[5].
Nótese que al aprender a leer, nos estamos acercando al conocer; es una apertura a la cultura. Es decir, a una forma de ver, de vivir y de sentir el mundo en un momento y espacio determinados. Cuando aprendemos a leer y escribir, nos acercamos a una forma de pensar; por ello es por lo que el tipo de lectura potencia o limita el pensamiento[6].
Frente a la “cultura” impartida por la mayoría de los actuales medios de comunicación, debemos estar atentos para recuperar el amor a los libros y sus lecciones. El libro es un compañero, es un amigo. Los buenos libros son savia para nuestro desarrollo integral como seres humanos del siglo XXI.
Recordemos que la lectura bien hecha es un espacio excepcional que excita al cerebro; lo invita a ser fecundo y a ir conservando, poco a poco, con especial delicadeza, los compañeros inolvidables de nuestra existencia que son los libros [7] y por supuesto, esos recintos espléndidos que son las bibliotecas. “Biblioteca, nos dice Fernando Vásquez, lugar donde los vivos buscan interrogar a los difuntos, y en donde los muertos recuperan, momentáneamente, su antiguo hálito de vida…” Y continúa: “Bazar o mercado en donde cada cual ofrece o recibe según su oficio, inteligencia y riesgo. Biblioteca: guardiana del secreto. Esfinge, pirámide, laberinto”.
Vayamos a las bibliotecas, disfrutemos el espacio que nos ofrecen para instruirnos y ejercer la imaginación. Cuán grato y útil ir a las de las capitales y ciudades importantes del mundo y ver, cotidianamente a la juventud -mas no sólo a ella- en su búsqueda de saber y de conocimiento en su deseo de informarse, pensar, aprender y superarse.
Visitemos las nuevas bibliotecas que disponemos en Bogotá y la ya tradicional Luis Ángel Arango; son patrimonio público, hechas con sentido histórico para nuestra formación y recreación; disfrutemos también las bibliotecas y los centros de documentación de nuestras universidades, donde quiera que nos encontremos realizando la existencia.
Ahora, desearía compartir una experiencia: Invitado por el Gobierno de Brasil, asistí en 1996 a un Encuentro Internacional, sobre las Escuelas de Administración Pública, en Brasilia. Fui informado que la Biblioteca Pública, tenía servicio 24 horas. Mi exposición, en honor de Paulo Freire, era el sábado y terminé de hacerle unos ajustes a las dos de la mañana. Entonces, me dirigí a la Biblioteca que estaba a cuatro o cinco cuadras del hotel, y ¿qué encuentro allí? Cerca de 300 jóvenes universitarios que, en distintas salas, estaban estudiando y preparando sus deberes académicos. Allí me acordé de aquella afirmación de Stefan Sweig: “Brasil el país del futuro”.
Leer. Cuán útil hacerlo contextualmente; saber dialogar con la herencia del espíritu humano que se plasma en los libros. Hoy, se me presenta válido lo que leí hace unos decenios: “Aquel que sabe leer y no lee, es más ignorante que el que no sabe leer”. Entonces, leamos intensa y metódicamente, así se nos facilitarán los bellos ejercicios de pensar y escribir.
Bien sostuvo Irene Vallejo “Mientras permanece cerrado, un libro es solo una partitura muda con la letra y la música de una sinfonía posible. No hay historia, no hay página que palpite sin el roce de unos ojos ajenos. Para cobrar vida necesita intérpretes que hagan vibrar las cuerdas, que recorran febriles el pentagrama, que susurren los campos con su propio acento, que modulen la melodía al compás de sus recuerdos. Leer exige creer la historia, pero también crearla”[8]. roasuarez@yahoo.com
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Referencias
1. Lo icónico está vinculado a la representación; lo auditivo a la virtud de oír; lo proxémico está relacionado con lo proyectivo y lo kinésico está vinculado al restablecimiento de la normalidad de los vivientes.
2. Larrosa, Jorge. (2003). La experiencia de la lectura. FCE. México D.F., p. 365.
3. Op. cit., p.390.
4. Amplíese en Vásquez Fernando. (2000). Oficio de maestro. Javegraf, Bogotá.
5. Op., cit., p. 370.
6. Compleméntese con Vásquez Fernando. Op., cit., pp. 13-42
7. “El libro: Extensión de la memoria y de la imaginación”. Jorge Luis Borges.
8. En: (2001). El infinito en un junco. Siruela. Biblioteca de ensayo. Madrid, p. 407.