Hay quienes me invitan a lanzar mi candidatura presidencial. La cuestión merece algo de reflexión, no sin antes agradecer esas expresiones.
Ya el comienzo es tortuoso: eso de “lanzar” una candidatura, como acto solitario y personal, de por sí tiene ribetes narcisistas. La expresión candidatura, en su origen, cobijaba a quien era promovido por otros, medianamente significativos, para desempeñar una determinada dignidad. Ahora la palabra se ha reventado porque lo que vemos es una horda de personas que se lanzan a sí mismas sin pudor. Ya de por sí el espectáculo es risible. De tal modo que la idea de contribuir a agudizar una faena obscena, que confunde a los ciudadanos en vez de perfeccionar la democracia electoral, no es un paso muy atinado que digamos.
Tampoco me parece buena la idea de quienes me dicen: “Láncese. Con eso contribuye a que haya más votos dentro de determinado grupo”. O, agregan, “eso ayuda a los candidatos al Congreso”. Esto me recuerda que en los circos primero sacan un oso que toca panderetas para animar al público. Y luego vienen los payasos. No es una noble tarea, con perdón de osos y payasos.
Está, por último, la cuestión de la capacidad. Hay candidatos muy buenos. Pero, de entre las varias decenas, son pocos los que se preguntan: ¿soy competente para el cargo? ¿Es útil mi papel? ¿Realmente puedo servir en esta coyuntura?
Esa ausencia de reflexión me hace pensar que muchos candidatos actúan simplemente como si estuvieran comprando una motoneta nueva. O un Ferrari. Da igual. No habla bien de la salud mental de los que toman esto como deporte, frente a las calamidades que estamos viviendo.
Tal como lo ha afirmado Juan Fernando Cristo, una candidatura es una opción, no una obsesión.
Solo prometo esto: si llegase ese momento, sería producto de un examen sobre la utilidad de semejante compromiso. Por mucho que molesten con lo de la edad, por el contrario, la acumulación de canas, ideas, recuerdos, decepciones y cintura me ha llevado a ser más responsable y consciente de mis actos. Y menos egoísta.
La otra cuestión es el para qué. El motor no puede ser el simple deseo de figurar y concluir la vida posando para un óleo en Casa de Nariño. No es una cuestión personal. Tendría que ser una tarea de equipo para cambiar el rumbo funesto que estamos padeciendo ahora.
Coda. Dice Gómez Méndez que me ausenté deliberadamente en la sesión de la Constituyente que discutió la extradición. Falso. Recomiendo la lectura del acta de la sesión del 13 de junio de 1991. Allí, luego de señalar la importancia de ese mecanismo de cooperación y de defender la idea de no aprobar la prohibición de la extradición para permitir su manejo a nivel legal, agregué: el Gobierno “considera que el tema de la extradición no debe tener rango constitucional; la Constitución no debe contener un pronunciamiento sobre este tema”. Juan Carlos Esguerra, como un divertido chascarrillo, dice que yo “me mandé a perder” para no hablar. Curioso. Como decano de Derecho de la Javeriana, meses después de estos hechos, me pidió que escribiera el prólogo de la reedición del libro de Pacho Pérez. Pocas veces he recibido tantos elogios.
Hay quienes me invitan a lanzar mi candidatura presidencial. La cuestión merece algo de reflexión, no sin antes agradecer esas expresiones.
Ya el comienzo es tortuoso: eso de “lanzar” una candidatura, como acto solitario y personal, de por sí tiene ribetes narcisistas. La expresión candidatura, en su origen, cobijaba a quien era promovido por otros, medianamente significativos, para desempeñar una determinada dignidad. Ahora la palabra se ha reventado porque lo que vemos es una horda de personas que se lanzan a sí mismas sin pudor. Ya de por sí el espectáculo es risible. De tal modo que la idea de contribuir a agudizar una faena obscena, que confunde a los ciudadanos en vez de perfeccionar la democracia electoral, no es un paso muy atinado que digamos.
Tampoco me parece buena la idea de quienes me dicen: “Láncese. Con eso contribuye a que haya más votos dentro de determinado grupo”. O, agregan, “eso ayuda a los candidatos al Congreso”. Esto me recuerda que en los circos primero sacan un oso que toca panderetas para animar al público. Y luego vienen los payasos. No es una noble tarea, con perdón de osos y payasos.
Está, por último, la cuestión de la capacidad. Hay candidatos muy buenos. Pero, de entre las varias decenas, son pocos los que se preguntan: ¿soy competente para el cargo? ¿Es útil mi papel? ¿Realmente puedo servir en esta coyuntura?
Esa ausencia de reflexión me hace pensar que muchos candidatos actúan simplemente como si estuvieran comprando una motoneta nueva. O un Ferrari. Da igual. No habla bien de la salud mental de los que toman esto como deporte, frente a las calamidades que estamos viviendo.
Tal como lo ha afirmado Juan Fernando Cristo, una candidatura es una opción, no una obsesión.
Solo prometo esto: si llegase ese momento, sería producto de un examen sobre la utilidad de semejante compromiso. Por mucho que molesten con lo de la edad, por el contrario, la acumulación de canas, ideas, recuerdos, decepciones y cintura me ha llevado a ser más responsable y consciente de mis actos. Y menos egoísta.
La otra cuestión es el para qué. El motor no puede ser el simple deseo de figurar y concluir la vida posando para un óleo en Casa de Nariño. No es una cuestión personal. Tendría que ser una tarea de equipo para cambiar el rumbo funesto que estamos padeciendo ahora.
Coda. Dice Gómez Méndez que me ausenté deliberadamente en la sesión de la Constituyente que discutió la extradición. Falso. Recomiendo la lectura del acta de la sesión del 13 de junio de 1991. Allí, luego de señalar la importancia de ese mecanismo de cooperación y de defender la idea de no aprobar la prohibición de la extradición para permitir su manejo a nivel legal, agregué: el Gobierno “considera que el tema de la extradición no debe tener rango constitucional; la Constitución no debe contener un pronunciamiento sobre este tema”. Juan Carlos Esguerra, como un divertido chascarrillo, dice que yo “me mandé a perder” para no hablar. Curioso. Como decano de Derecho de la Javeriana, meses después de estos hechos, me pidió que escribiera el prólogo de la reedición del libro de Pacho Pérez. Pocas veces he recibido tantos elogios.