No hay justificación para el uso de la violencia con reales o supuestos fines de reivindicación social. No sólo porque es inaceptable, sino porque ninguna ventaja ha surgido como consecuencia del conflicto armado interno y en cambio sí han sido protuberantes los efectos dañinos, entre otras cosas, afectando a los más pobres. Para salirle de una vez al contraargumento de los opositores al Acuerdo de La Habana, no hay en esto contradicción. Primero, porque precisamente de lo que se trató y se logró fue el ingreso de la guerrilla más antigua y más poderosa al ejercicio civil de la política. Y en segundo lugar, porque por primera vez en el mundo bajo la vigencia del Estatuto de Roma, una guerrilla, así como los demás responsables, deben afrontar decisiones de carácter judicial como epílogo de sus actos. No hubo amnistía para los crímenes más graves. Por eso es importante apoyar a la JEP para aterrizar lo pactado.
El atentado del Eln a la Escuela de la Policía General Santander fue un acto terrorista y un crimen de enormes proporciones. La reacción del Gobierno, por tanto, fue justificada. La situación creada hacía insostenible una mesa de conversaciones.
En general, la posición del Gobierno se ha perfilado de dos maneras: liberación de secuestrados y suspensión de hostilidades. El primer punto es acertado. Sobre el segundo, si bien sería lo deseable, siendo realistas es algo que difícilmente aceptará una guerrilla. Sin que esto signifique justificación de sus andanzas, en una visión realista de la evolución del conflicto, el cese de fuego definitivo difícilmente puede ser el punto de partida. En el caso de las Farc fue un punto que se logró más adelante cuando ya existía un cúmulo importante de acuerdos. Se entiende que el Gobierno no quiera negociar bajo el fuego por el costo político que eso significa y, quizás también, porque implicaría reconocer algún acierto en las conversaciones de La Habana. Curiosamente tanto Gobierno como Eln censuran ese Acuerdo.
Pero además de los graves crímenes, las últimas decisiones del Eln son errores monumentales. En primer lugar, porque les dan aire a los opositores al diálogo. Y en el caso del Gobierno, le brindan una palanca importante para buscar apoyo social. En la respuesta al terrorismo, el presidente Iván Duque puede encontrar, para horror de Colombia y de él mismo, un punto que le puede servir para encontrar la gasolina política que le está haciendo falta.
La pregunta de fondo es, sin embargo, pese a la retórica triunfalista de la derecha, si no es necesario buscar algún camino para superar este conflicto o al menos para amortiguar su crudeza. En el caso de las Farc, insistimos en negociar bajo fuego y nos opusimos a diversas ideas sobre humanización de la guerra. Tomando una expresión de Manuel Marulanda, dijimos que la mejor manera de humanizar la guerra era darla por terminada. Pero dadas las características de la confrontación con el Eln, su compleja estructura de mando, la insistencia en que ellos son voceros de la sociedad —y es cierto que hay zonas donde tienen carácter endémico— y el crecimiento del reclutamiento, quizás las ideas sobre búsqueda al menos de acuerdos parciales de humanización, que tanto ha pregonado Ernesto Samper, pudiera ser un camino digno de examen en estas complejas circunstancias.
No hay justificación para el uso de la violencia con reales o supuestos fines de reivindicación social. No sólo porque es inaceptable, sino porque ninguna ventaja ha surgido como consecuencia del conflicto armado interno y en cambio sí han sido protuberantes los efectos dañinos, entre otras cosas, afectando a los más pobres. Para salirle de una vez al contraargumento de los opositores al Acuerdo de La Habana, no hay en esto contradicción. Primero, porque precisamente de lo que se trató y se logró fue el ingreso de la guerrilla más antigua y más poderosa al ejercicio civil de la política. Y en segundo lugar, porque por primera vez en el mundo bajo la vigencia del Estatuto de Roma, una guerrilla, así como los demás responsables, deben afrontar decisiones de carácter judicial como epílogo de sus actos. No hubo amnistía para los crímenes más graves. Por eso es importante apoyar a la JEP para aterrizar lo pactado.
El atentado del Eln a la Escuela de la Policía General Santander fue un acto terrorista y un crimen de enormes proporciones. La reacción del Gobierno, por tanto, fue justificada. La situación creada hacía insostenible una mesa de conversaciones.
En general, la posición del Gobierno se ha perfilado de dos maneras: liberación de secuestrados y suspensión de hostilidades. El primer punto es acertado. Sobre el segundo, si bien sería lo deseable, siendo realistas es algo que difícilmente aceptará una guerrilla. Sin que esto signifique justificación de sus andanzas, en una visión realista de la evolución del conflicto, el cese de fuego definitivo difícilmente puede ser el punto de partida. En el caso de las Farc fue un punto que se logró más adelante cuando ya existía un cúmulo importante de acuerdos. Se entiende que el Gobierno no quiera negociar bajo el fuego por el costo político que eso significa y, quizás también, porque implicaría reconocer algún acierto en las conversaciones de La Habana. Curiosamente tanto Gobierno como Eln censuran ese Acuerdo.
Pero además de los graves crímenes, las últimas decisiones del Eln son errores monumentales. En primer lugar, porque les dan aire a los opositores al diálogo. Y en el caso del Gobierno, le brindan una palanca importante para buscar apoyo social. En la respuesta al terrorismo, el presidente Iván Duque puede encontrar, para horror de Colombia y de él mismo, un punto que le puede servir para encontrar la gasolina política que le está haciendo falta.
La pregunta de fondo es, sin embargo, pese a la retórica triunfalista de la derecha, si no es necesario buscar algún camino para superar este conflicto o al menos para amortiguar su crudeza. En el caso de las Farc, insistimos en negociar bajo fuego y nos opusimos a diversas ideas sobre humanización de la guerra. Tomando una expresión de Manuel Marulanda, dijimos que la mejor manera de humanizar la guerra era darla por terminada. Pero dadas las características de la confrontación con el Eln, su compleja estructura de mando, la insistencia en que ellos son voceros de la sociedad —y es cierto que hay zonas donde tienen carácter endémico— y el crecimiento del reclutamiento, quizás las ideas sobre búsqueda al menos de acuerdos parciales de humanización, que tanto ha pregonado Ernesto Samper, pudiera ser un camino digno de examen en estas complejas circunstancias.