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Comienzo por llamar la atención sobre la tremenda arremetida contra el candidato Petro. Es totalmente legítimo que se le controvierta, así como lo es también que él haga lo propio frente a sus rivales.
Pero la artillería utilizada es condenable por su “poder de fuego”. La vinculación expresada por David Barguil para ligar a Petro con horrendos criminales es inaceptable. Este tono de la campaña va más allá de lo permisible. Creo que todos los candidatos deben hacer un acuerdo para lograr una competencia alejada del insulto.
Si esto es válido en el plano de los valores, también encierra una cuestión estratégica. ¿Creen los promotores que ese intento de linchamiento a Petro producirá el efecto de destruirlo? ¿No deberían examinar si el resultado podría ser la hipótesis contraria? El síndrome de la gavilla puede producir una sensación de victimización que podría generar solidaridad en favor del agraviado. Lo dejo como simple pregunta. Remember Rojas Pinilla.
Cosa distinta son las críticas merecidas a Petro. El sancocho de las nuevas adhesiones muestra veleidades preocupantes. No es posible hacer compatible una plataforma llamada progresista con la incorporación al más alto nivel de un pastor liberticida y enemigo de la diversidad. Petro acude al sofisma: dice que se trata de ampliar su Pacto Histórico. Una cosa es que la sociedad debe ser abierta al pluralismo y que los gobernantes deben respetar la diferencia y hacerla respetar. Pero de allí a convidar a líderes contrarios precisamente a los derechos de las minorías hay un abismo. Uno puede y debe prometer gobernar desde la tolerancia. Respetar a los pastores. Pero eso es muy distinto a sumarlos al tren de la campaña. Se puede abrir un espacio a la intolerancia en la vida social. Lo dijeron Rawls y Popper de manera categórica. Pero eso es distinto a formar una plataforma en la que el lema sea, a la vez, el agua y el aceite. Se trata solo de angurria electoral inconsistente.
Como en todas partes se cuecen habas, tampoco ha sido propiamente muy galante el botafuego de Petro contra Fajardo y hasta contra la alcaldesa López.
De modo que lo recomendable sería una campaña ideológica, dura, inclemente si se quiere, pero dentro de los márgenes de la reflexión política pertinente.
Es aquí donde la tarea del centro debe jugar un papel estabilizador. Cada vez hay más evidencia de la fatiga de la ciudadanía con la ferocidad que estamos padeciendo. Tenemos que ser capaces de recuperar una postura política por fuera de los extremos. Un programa que preserve la economía abierta, que reconozca el papel de la empresa privada, pero también el activismo del Estado para luchar contra la pavorosa inequidad que nos caracteriza. Que gire alrededor del desarrollo sostenible. Una nueva política de seguridad que remedie el descontrol del territorio, cuya explicación basada en el retrovisor no es aceptable.
Creo que los elementos programáticos están. Creo que el deseo mayoritario de los votantes está. La idea de un centro audaz y vigoroso puede contribuir a evitar que la ferocidad impida ver las reales alternativas para los colombianos.
En este momento, petrismo y uribismo se alimentan mutuamente. Cada extremo justifica su existencia en la existencia del otro.
No podemos estar condenados a eso. Pienso que puede haber un nuevo amanecer. La fuerza tranquila del Estado social de derecho.