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Toca ahora defender la Constitución

Humberto de la Calle
26 de julio de 2020 - 05:00 a. m.
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Mis amigos laureanistas eran una aristocracia del pensamiento. Una derecha civilizada. Perdedora siempre en el terreno electoral, pero significativa en el plano de las ideas. El clima político era de un liberalismo omnipresente que permeaba todo el ambiente. Por ahí venía el gusanito de la izquierda, parcialmente acaballada en la violencia. Pero la palabra derecha era una mala palabra. Ni los más conservadores se atrevían a pronunciarla. Uno de los efectos nocivos de esta autocensura fue convertir a la derecha en cofradía de catacumba. Como la violencia fue devorándolo todo, el problema de Colombia se convirtió en la discusión sobre el fusil más largo. Circunstancia ésta aprovechada para proponer la defunción del enfoque derecha/izquierda con el argumento de que era algo obsoleto. Simple forma de sacar el bulto.

Pues ahora el Centro Democrático se ha venido con toda la artillería de la derecha. El rosario de iniciativas cubre casi todo el horizonte. Ataques al aborto hasta el punto de exigir el consentimiento del violador; parálisis de la restitución de tierras obligando al despojado a probar la mala fe del segundo ocupante; el espejismo de la cadena perpetua; jurisdicción separada para militares que han delinquido; combate al consumo de estupefacientes (aunque Ruby Chagüi propone reconocer el porro como patrimonio cultural), y exigencia de título universitario para ser congresista, bizarra propuesta porque ni el título significa nada (en ocasiones se ha reemplazado por una declaración notarial) y en cambio sí es una talanquera contra el voto igualitario.

Aunque con carácter más abstracto, la verdadera bomba de neutrones es la creación del referendo para anular sentencias de la Corte Constitucional que amplíen la carta de derechos.

Es ni más ni menos que el regreso a una desueta concepción de democracia en la que priman los números sobre los valores. La democracia hoy no se limita a gobernar con mayorías, sino que es de su esencia la preservación de los derechos de las minorías. Cada fallo que amplíe derechos fundamentales contramayoritarios sería despellejado en las urnas. Ya lo han propuesto para los derechos de la comunidad LGBTI, el aborto, la cuestión religiosa, el libre desarrollo de la personalidad y tantas otras formas de protección. La idea es que las minorías sucumban en las urnas.

El gran riesgo es que esta idea se presenta como un avance democrático. Pero es un lobo con piel de oveja que además descuaja de raíz la Corte Constitucional que ha sido el bastión en la búsqueda de una sociedad democrática.

Es el Estado de opinión, el cesarismo democrático basado en una encarnación homogénea de la sociedad. La primera víctima será el pluralismo, el carácter multiétnico y pluricultural de la nación, el derecho al disenso. Esto es, pseudodemocracia de himnos y proclamas, patriotismo alborotado y viejos recuerdos de agitación de banderas inicuas con la idea de que necesitamos una sociedad sin fisuras.

La hoja de ruta es clara: primero, volver trizas el Acuerdo; después, cumplir parcialmente dejando de lado elementos esenciales, y ahora se trata de descuajar la Constitución. El llamado centroizquierda, adormilado por las disputas intestinas. Todavía hay tiempo para organizar la defensa de la democracia real. De lo contrario, se repetirá el 2018. ¿Somos ciegos? ¿O solo miopes a la espera de correctivos?

 

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