Reafirmo mi creencia en la necesidad de un cambio en 2022. Es posible.
Dicen algunos analistas que ya estamos en el posuribismo, dando a entender que esa corriente política ha caducado. Entre otras cosas, se basan en recientes encuestas que muestran a Petro encabezando la intención de voto, seguido de Fajardo.
No es necesario pelear con las encuestas —no se trata de eso— para examinar otras hipótesis.
En primer lugar, es posible que en efecto estemos en una ola petrista de proporciones importantes. Hasta qué punto el linchamiento de ese candidato puede estarlo favoreciendo. Hay en marcha una estrategia: inflarlo para promover el terror. El viejo castrochavismo se pretende reemplazar con el petromadurismo. Pero en esencia, siendo todo esto muy especulativo, lo único sólido es que es demasiado temprano para establecer las grandes corrientes que se formarán a partir de enero del año entrante. Solo sabemos que nada sabemos.
Con una excepción: de buenas fuentes, eso sí lo sabemos, en los comandos centrales de Uribe hay quienes piensan que ha llegado la hora del recambio. Son varias las voces que piensan que la era de su jefe ya ha terminado. O debe terminar. Pero como se trata de una operación de alta cirugía en las coronarias del régimen, que exige utilización de microscopios poderosos, queda espacio para otra hipótesis: ¿es el fin de Uribe el verdadero fin del uribismo?
No necesariamente.
Hace poco Iván Duque dijo sobre la reelección que le gustaba más la fórmula anterior al 91: admitirla dejando pasar un período. Se apresuró a señalar que era una simple digresión académica. Ocurre que los mandatarios hablan poco de academia. Ocurre también que ese sistema, aun si los intentos reeleccionistas fracasaban —y cuando prosperaban era para arruinarse pronto—, al menos sí mantenía en vigencia hipervalorada la influencia de los expresidentes. No se puede descartar un uribismo sin Uribe. Y tampoco que Duque pueda jugar un papel. De nuevo: sin pelear con las encuestas, no creo que las fuerzas opositoras deban confiar demasiado en la impopularidad del presidente. Una favorabilidad en algunas del 36 % y ahora la sorpresiva cifra del 50 % muestran que Duque no está agonizando. Hay que estar en guardia. Porque a Duque le ha tocado un panorama político patas arriba. En el reciente pasado, era la izquierda la que pregonaba la necesidad de subsidios. Y el centro y la derecha impulsaban la ortodoxia macroeconómica y fiscal. Ahora vemos regímenes de derecha llevando cheques al bolsillo de la gente y a los balances de las empresas. Y proyectando políticas sociales de gran volumen a nombre personal. El 11 de noviembre de 2020, Uribe dijo que lo que le faltaba a Duque era personalizar los auxilios. Nada institucional. De modo que a Duque no solo lo favoreció la pandemia en términos de agenda y profusión televisiva, sino en que los anticuerpos de la ortodoxia económica están en bajo nivel, lo cual ha sido aprovechado para impulsar un régimen novísimo: derecha, autoridad, populismo punitivo, dentro de un mar de ayudas personalizadas. Ojo con eso.
Quienes creemos que hay que cambiar el rumbo del país no podemos dormir sobre laureles apenas imaginados.
Reafirmo mi creencia en la necesidad de un cambio en 2022. Es posible.
Dicen algunos analistas que ya estamos en el posuribismo, dando a entender que esa corriente política ha caducado. Entre otras cosas, se basan en recientes encuestas que muestran a Petro encabezando la intención de voto, seguido de Fajardo.
No es necesario pelear con las encuestas —no se trata de eso— para examinar otras hipótesis.
En primer lugar, es posible que en efecto estemos en una ola petrista de proporciones importantes. Hasta qué punto el linchamiento de ese candidato puede estarlo favoreciendo. Hay en marcha una estrategia: inflarlo para promover el terror. El viejo castrochavismo se pretende reemplazar con el petromadurismo. Pero en esencia, siendo todo esto muy especulativo, lo único sólido es que es demasiado temprano para establecer las grandes corrientes que se formarán a partir de enero del año entrante. Solo sabemos que nada sabemos.
Con una excepción: de buenas fuentes, eso sí lo sabemos, en los comandos centrales de Uribe hay quienes piensan que ha llegado la hora del recambio. Son varias las voces que piensan que la era de su jefe ya ha terminado. O debe terminar. Pero como se trata de una operación de alta cirugía en las coronarias del régimen, que exige utilización de microscopios poderosos, queda espacio para otra hipótesis: ¿es el fin de Uribe el verdadero fin del uribismo?
No necesariamente.
Hace poco Iván Duque dijo sobre la reelección que le gustaba más la fórmula anterior al 91: admitirla dejando pasar un período. Se apresuró a señalar que era una simple digresión académica. Ocurre que los mandatarios hablan poco de academia. Ocurre también que ese sistema, aun si los intentos reeleccionistas fracasaban —y cuando prosperaban era para arruinarse pronto—, al menos sí mantenía en vigencia hipervalorada la influencia de los expresidentes. No se puede descartar un uribismo sin Uribe. Y tampoco que Duque pueda jugar un papel. De nuevo: sin pelear con las encuestas, no creo que las fuerzas opositoras deban confiar demasiado en la impopularidad del presidente. Una favorabilidad en algunas del 36 % y ahora la sorpresiva cifra del 50 % muestran que Duque no está agonizando. Hay que estar en guardia. Porque a Duque le ha tocado un panorama político patas arriba. En el reciente pasado, era la izquierda la que pregonaba la necesidad de subsidios. Y el centro y la derecha impulsaban la ortodoxia macroeconómica y fiscal. Ahora vemos regímenes de derecha llevando cheques al bolsillo de la gente y a los balances de las empresas. Y proyectando políticas sociales de gran volumen a nombre personal. El 11 de noviembre de 2020, Uribe dijo que lo que le faltaba a Duque era personalizar los auxilios. Nada institucional. De modo que a Duque no solo lo favoreció la pandemia en términos de agenda y profusión televisiva, sino en que los anticuerpos de la ortodoxia económica están en bajo nivel, lo cual ha sido aprovechado para impulsar un régimen novísimo: derecha, autoridad, populismo punitivo, dentro de un mar de ayudas personalizadas. Ojo con eso.
Quienes creemos que hay que cambiar el rumbo del país no podemos dormir sobre laureles apenas imaginados.