Abra el ojo, colombiano: con otra usual marrullería de culebreros, el Plan Nacional de Desarrollo, en su artículo 78, le abre paso al Puerto Multipropósito de Tribugá en el Pacífico chocoano. A pesar de que parlamentarios como Iván Marulanda y Catalina Ortiz dieron la pelea y alertaron al país sobre el desastre que puede significar un megapuerto en una de las zonas más diversas del planeta, el Congreso pasó la semana pasada el PND en primera instancia sin modificar el “articulito”.
El proyecto del puerto en esta zona es un viejo sueño de los empresarios de siempre. Los intereses de los “emprendedores” de Risaralda, Caldas y Antioquia, y algunos del Valle del Cauca, han venido desde finales de los años 90 codiciando el departamento del Chocó, con sus riquezas naturales enormes, y se han unido en el “Plan Arquímedes”. No faltan tampoco intereses extranjeros: a los chinos se les redondean los ojos con la idea.
La filosofía detrás del proyecto Tribugá se apoya en el desfasado paradigma del “desarrollo y crecimiento”: extracción, explotación y comercio sin consideraciones con las poblaciones indígena, afro y colona, con un cínico desdén por las selvas y las riquezas marinas, y con mentirijillas de lo bueno que sería “para todos” hacer un megapuerto multipropósito (piense el lector en Hidroituango e imagínese esos múltiples propósitos).
Hay además una contradicción muy nacional entre el Plan de Ordenamiento Territorial y la preexistencia de un Distrito de Manejo Integrado. En 1993 el Chocó fue declarado “área especial de reserva ecológica de Colombia, de interés mundial y como recipiente singular de la megabiodiversidad del trópico húmedo”; y es un hotspot mundial, un lugar que alberga más del 0,5% de las especies vegetales vasculares del mundo en calidad de endémicas y que se encuentra altamente amenazado.
¿Entenderán los codiciosos el concepto de especies endémicas, desove de tortugas, ballenas jorobadas, corales, importancia de los manglares en la pesca, calentamiento global, selvas vírgenes y ríos de aguas transparentes? Evidentemente no. Como no entienden las implicaciones sociales de los desplazamientos por creación de “infraestructura” o la ruptura de comunidades –que operan como tales y no como individuos egoístas–, ni el impacto del puerto en una población vulnerable de ricas culturas ancestrales que además viene expresando que no quieren ser como Buenaventura, aunque añoran la verdadera presencia del Estado.
Cuando uno ve en los videos de un grupo de científicos, fotógrafos y ambientalistas de la llamada Expedición Tribugá lo que perderíamos en esta zona del Pacífico, el alma se retuerce. La zona de Tribugá y sus parques nacionales aledaños son la vida en su esplendor, la Tierra en su suprema majestad, el agua viva, el tesoro común de este país.
Así que, en este momento del planeta, con Tribugá hay que hacer mucha alharaca. La “calidad de vida” de centro comercial no es suficiente; no aspiramos a nada distinto de buena agua, buen aire y una educación que nos permita reconectarnos con la naturaleza y con la vida de otros seres vivos.
Entre más nos llamen alharaquientos y enemigos del “progreso”, con más ímpetu daremos la pelea. Pueden comerse sus dólares, lubricados con caviar. Los otros nos defenderemos con agua de quebrada, con un pescado frito y un banano, unos cuantos amigos y la sombra de un árbol.
¿No es mejor, como opinan muchos, hacer florecer Buenaventura, sanearla, resarcir a su población del daño de un “desarrollo” alrevesado y mezquino y convertirla de verdad en un Distrito Especial, Portuario, Biodiverso y Ecoturístico, como se llama con nombres y apellidos ilusorios esa dolorosa realidad? Definitivamente no queremos “su” puerto en Tribugá.
Abra el ojo, colombiano: con otra usual marrullería de culebreros, el Plan Nacional de Desarrollo, en su artículo 78, le abre paso al Puerto Multipropósito de Tribugá en el Pacífico chocoano. A pesar de que parlamentarios como Iván Marulanda y Catalina Ortiz dieron la pelea y alertaron al país sobre el desastre que puede significar un megapuerto en una de las zonas más diversas del planeta, el Congreso pasó la semana pasada el PND en primera instancia sin modificar el “articulito”.
El proyecto del puerto en esta zona es un viejo sueño de los empresarios de siempre. Los intereses de los “emprendedores” de Risaralda, Caldas y Antioquia, y algunos del Valle del Cauca, han venido desde finales de los años 90 codiciando el departamento del Chocó, con sus riquezas naturales enormes, y se han unido en el “Plan Arquímedes”. No faltan tampoco intereses extranjeros: a los chinos se les redondean los ojos con la idea.
La filosofía detrás del proyecto Tribugá se apoya en el desfasado paradigma del “desarrollo y crecimiento”: extracción, explotación y comercio sin consideraciones con las poblaciones indígena, afro y colona, con un cínico desdén por las selvas y las riquezas marinas, y con mentirijillas de lo bueno que sería “para todos” hacer un megapuerto multipropósito (piense el lector en Hidroituango e imagínese esos múltiples propósitos).
Hay además una contradicción muy nacional entre el Plan de Ordenamiento Territorial y la preexistencia de un Distrito de Manejo Integrado. En 1993 el Chocó fue declarado “área especial de reserva ecológica de Colombia, de interés mundial y como recipiente singular de la megabiodiversidad del trópico húmedo”; y es un hotspot mundial, un lugar que alberga más del 0,5% de las especies vegetales vasculares del mundo en calidad de endémicas y que se encuentra altamente amenazado.
¿Entenderán los codiciosos el concepto de especies endémicas, desove de tortugas, ballenas jorobadas, corales, importancia de los manglares en la pesca, calentamiento global, selvas vírgenes y ríos de aguas transparentes? Evidentemente no. Como no entienden las implicaciones sociales de los desplazamientos por creación de “infraestructura” o la ruptura de comunidades –que operan como tales y no como individuos egoístas–, ni el impacto del puerto en una población vulnerable de ricas culturas ancestrales que además viene expresando que no quieren ser como Buenaventura, aunque añoran la verdadera presencia del Estado.
Cuando uno ve en los videos de un grupo de científicos, fotógrafos y ambientalistas de la llamada Expedición Tribugá lo que perderíamos en esta zona del Pacífico, el alma se retuerce. La zona de Tribugá y sus parques nacionales aledaños son la vida en su esplendor, la Tierra en su suprema majestad, el agua viva, el tesoro común de este país.
Así que, en este momento del planeta, con Tribugá hay que hacer mucha alharaca. La “calidad de vida” de centro comercial no es suficiente; no aspiramos a nada distinto de buena agua, buen aire y una educación que nos permita reconectarnos con la naturaleza y con la vida de otros seres vivos.
Entre más nos llamen alharaquientos y enemigos del “progreso”, con más ímpetu daremos la pelea. Pueden comerse sus dólares, lubricados con caviar. Los otros nos defenderemos con agua de quebrada, con un pescado frito y un banano, unos cuantos amigos y la sombra de un árbol.
¿No es mejor, como opinan muchos, hacer florecer Buenaventura, sanearla, resarcir a su población del daño de un “desarrollo” alrevesado y mezquino y convertirla de verdad en un Distrito Especial, Portuario, Biodiverso y Ecoturístico, como se llama con nombres y apellidos ilusorios esa dolorosa realidad? Definitivamente no queremos “su” puerto en Tribugá.