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En la última década, el sector agrícola colombiano no ha logrado aproximarse a los niveles de rendimientos por hectárea de sus pares en América Latina.
Para producir 16 millones de huevos y 1,8 millones de toneladas de carne de pollo, el sector avícola, por ejemplo, tuvo que importar el año pasado alrededor de 5,8 millones de toneladas de maíz amarillo, 1,5 millones de toneladas de torta soya y 484 mil toneladas de soya, porque los precios eran más bajos que los locales. Cuando se produce más toneladas por hectárea con menos recursos, se puede competir con precios en cualquier rincón del mundo. Es muy preocupante que el Ministerio de Agricultura no comprenda algo tan sencillo de resolver. Cuando se está al frente de la cartera agropecuaria, el principal reto y responsabilidad es enfocar todos los recursos -humanos y financieros- para cerrar la brecha de la falta de competitividad con respecto a las economías avanzadas, tratándose que hoy vivimos en un mundo globalizado.
Para dejar de entregarle los billones de recursos y empleos a los agricultores de Estados Unidos, Brasil, Argentina, Bolivia, Paraguay y países de la Unión Europea, basta con ordenarle al ICA simplificar los trámites de las importaciones de semillas genéticamente mejoradas; exigir al Invías adecuar las carreteras de los centros de producción agropecuaria del país y gestionar ante la banca multilateral un empréstito para que Finagro pueda irrigar recursos de créditos baratos a largo plazo a los empresarios del campo, para adecuación de los terrenos, plantar los cultivos, comprar maquinaria agrícola moderna, instalar sistemas de riego y construir la infraestructura de transformación y almacenamiento. Es la única manera de competir con los costos de producción y productividad de los agricultores de países con los cuales hemos suscrito 18 Tratados de Libre Comercio (TLC). Es un plan de inversión productiva que se recupera en el corto plazo. En vez de estar repartiendo subsistidos con criterio político a la gente que no trabaja, inviértanlos en la gente que trabaja y genera empleos.
Los burócratas no han entendido que detrás del bajo crecimiento del PIB agropecuario está la baja productividad. ¿O cómo explicar que después de tanta inyección de recursos públicos y de los fondos parafiscales, tuviésemos que importar el año pasado 345 millones de dólares en carne de cerdo y 239 millones de dólares en leche y sus derivados, teniendo las granjas porcícolas y los hatos ganaderos al lado de los frigoríficos y las industrias lácteas locales? En los sectores de la papa y el arroz, el problema de ineficiencia productiva es mucho peor. Sus dirigentes gremiales han sido permisivos en la utilización de semillas no certificadas y de contrabando en la mayoría de las superficies sembradas, y culpables de la falta de tecnificación de los cultivos. Hoy tienen los costos de producción más altos y rendimientos más bajos de la región. Es inaudito, por ejemplo, que por cada 10 kilos de papa congelada que se consumen en el país, siete vengan desde Bélgica, Holanda y Alemania.
El premio Nobel de Economía Paul Krugman decía que “la productividad no lo es todo, pero en largo plazo es casi todo”.
* Asesor en crédito de fomento agroindustrial.