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Hace unos meses fui invitado por la Cámara de Comercio de Barranquilla a un panel sobre alternativas de tecnificación e industrialización de la producción agrícola en Colombia.
A diferencia de los aburridos y acartonados foros de los bibliotecarios del agro en Bogotá, en este evento se expusieron y debatieron varios casos de éxitos en innovación biotecnológica que han tenido un alto impacto en el crecimiento exponencial de la productividad y rentabilidad de los agronegocios, en países que hoy son vanguardistas en la producción de alimentos que favorecen la salud humana y la sostenibilidad medioambiental. Se trata de tecnologías sencillas que dependen más del “cómo hacer” que del “con qué hacer”.
El caso de Honduras es de admirar. El panelista hondureño, Jorge Cardona, nos mostró cómo la Universidad Zamorano, una institución de estudios superiores, sin fines de lucro, especializada en el agro, está impulsando en Honduras el valor agregado de la producción agroindustrial. Ellos les están enseñando a las nuevas generaciones de agricultores cómo obtener de un producto hasta cinco ingresos. En la producción de coco, por ejemplo, les enseñan cómo producir carbón, sustrato para suelos más productivos, aceite, leche, harina y azúcar. Allá no saben qué es el desperdicio en la producción, transformación ni comercialización de los alimentos.
Otro de los paneles interesantes fue el de aplicación de nuevas biotecnologías, liderado por el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT), quien tiene como misión aumentar la eco-eficiencia en cultivos como la yuca, frijol, forrajes tropicales para ganadería y arroz, y la Cámara de Procultivos de la Andi, que reúne once empresas extranjeras que proveen tecnologías de protección y nutrición de cultivos a nivel local e internacional. Ellos tienen toda la oferta de semillas genéticamente modificadas y fertilizantes para sacar de la ineficiencia productiva a los productores del campo y del subdesarrollo rural a nuestro país.
Claramente, la comercialización de los productos agropecuarios representa un alto porcentaje de la rentabilidad de los agronegocios, por ello presenté una ponencia para crear los Food Hub municipales como una alternativa eficiente para alimentar ciudades. La idea es proporcionar una cadena de suministro más corta desde el productor al consumidor que la cadena de suministro tradicional. Pues no hay derecho que las siete capitales de la región Caribe tengan que traer desde el centro del país los alimentos que consume una población de 11 millones de habitantes, cuando ya existen sistemas de producción bajo invernaderos y biotecnologías de semillas que se pueden adaptar a las condiciones agroecológicas de la región.
Los mandatarios locales y el gobierno nacional, a través de los ministerios de Hacienda, Agricultura, Comercio e Industria, Transporte y Educación, deberían crear una mesa agrícola para instituir una herramienta básica de planificación, que le permita a los productores del campo saber qué, dónde, cuánto y cuándo sembrar, y a ellos, orientar eficientemente sus presupuestos de inversión en distritos de riego, vías de comunicación y servicios públicos. Solo así podremos lograr la competitividad del sector agropecuario en las regiones del país. Milton Friedman decía: “copien lo que los países ricos hicieron para hacerse ricos, no lo que están haciendo ahora que ya son ricos”.
* Consultor en crédito de fomento agroindustrial.