La Comisión de la Verdad presentó su Informe Final hace dos semanas. Un hecho sin precedentes en la historia de nuestro país, que no debe pasar desapercibido, pues relata, desde la perspectiva de las víctimas, las décadas más sangrientas e inhumanas de nuestra historia. Las cifras son espeluznantes. Indica el informe que 50.770 personas fueron secuestradas; 121.768, desaparecidas; 450.664, asesinadas (aunque si se tiene en cuenta el subregistro, la estimación de homicidios puede llegar a ser cercana a las 800.000 víctimas), y 7,7 millones, desplazadas forzadamente. Con respecto a los homicidios, la mayor responsabilidad recae en los grupos paramilitares con 205.028 víctimas, equivalentes al 45 %; luego, los grupos guerrilleros con 122.813, que corresponden al 27 %, y por último, los agentes estatales con 56.094, es decir, el 12 %. Cerca del 80 % de las personas que murieron en el conflicto eran civiles, y el 20 %, combatientes.
El informe también presenta en un tomo adicional las desgarradoras experiencias de niñas, niños y adolescentes causadas por el conflicto armado. En este se narran, desde la perspectiva de los menores, los horrores de las ausencias y orfandades sufridas, las consecuencias sobre sus vidas por el desplazamiento, los ataques a sus comunidades y entornos escolares, el reclutamiento forzado (16.238 niñas, niños y adolescentes fueron alistados desde 1990 hasta 2017) y todas las violencias padecidas dentro y fuera de sus familias debido a la guerra. “La lista es interminable y el dolor inmenso, y nos tomaría 17 años dar un minuto para honrar a cada una de las víctimas”, dijo el padre Francisco de Roux en su discurso de entrega del documento.
Después de años de no enseñar historia como una asignatura independiente en las instituciones educativas del país, y mientras los historiadores se ponen de acuerdo sobre qué incluir en el pénsum y cómo hacerlo nuevamente, deberíamos empezar por presentar y trabajar este informe con todos los niños, niñas, adolescentes y jóvenes colombianos. Las siguientes generaciones son quienes pueden lograr que Colombia rompa con esta terrible historia, ya que sólo “Hay futuro si hay verdad” (acertado título del informe). Por esta razón, cuanto antes debe difundirse en todas las instituciones educativas del país y los educadores apersonarse de socializarlo con todos sus estudiantes.
A los demás, todos los adultos, solo nos queda recapacitar y reflexionar sobre dónde estábamos mientras esto sucedía. La pregunta se la hace el padre De Roux en su discurso y la complementa con las siguientes: “¿Cómo nos atrevimos a dejar que pasara y cómo nos podemos atrever a permitir que continúe? ¿Por qué los colombianos y colombianas dejamos pasar durante años este despedazamiento de nosotros mismos como si no fuera con nosotros? ¿Cómo decir que somos humanos cuando todo esto es parte de nosotros?”. Podríamos empezar por ver la conmovedora presentación del informe y continuar con la lectura de sus páginas. La verdad de pronto nos ayuda a entender que todos, independientemente de nuestra ideología, fuimos responsables de esta barbarie y que ahora nuestra obligación colectiva es acabarla y no repetirla.
La Comisión de la Verdad presentó su Informe Final hace dos semanas. Un hecho sin precedentes en la historia de nuestro país, que no debe pasar desapercibido, pues relata, desde la perspectiva de las víctimas, las décadas más sangrientas e inhumanas de nuestra historia. Las cifras son espeluznantes. Indica el informe que 50.770 personas fueron secuestradas; 121.768, desaparecidas; 450.664, asesinadas (aunque si se tiene en cuenta el subregistro, la estimación de homicidios puede llegar a ser cercana a las 800.000 víctimas), y 7,7 millones, desplazadas forzadamente. Con respecto a los homicidios, la mayor responsabilidad recae en los grupos paramilitares con 205.028 víctimas, equivalentes al 45 %; luego, los grupos guerrilleros con 122.813, que corresponden al 27 %, y por último, los agentes estatales con 56.094, es decir, el 12 %. Cerca del 80 % de las personas que murieron en el conflicto eran civiles, y el 20 %, combatientes.
El informe también presenta en un tomo adicional las desgarradoras experiencias de niñas, niños y adolescentes causadas por el conflicto armado. En este se narran, desde la perspectiva de los menores, los horrores de las ausencias y orfandades sufridas, las consecuencias sobre sus vidas por el desplazamiento, los ataques a sus comunidades y entornos escolares, el reclutamiento forzado (16.238 niñas, niños y adolescentes fueron alistados desde 1990 hasta 2017) y todas las violencias padecidas dentro y fuera de sus familias debido a la guerra. “La lista es interminable y el dolor inmenso, y nos tomaría 17 años dar un minuto para honrar a cada una de las víctimas”, dijo el padre Francisco de Roux en su discurso de entrega del documento.
Después de años de no enseñar historia como una asignatura independiente en las instituciones educativas del país, y mientras los historiadores se ponen de acuerdo sobre qué incluir en el pénsum y cómo hacerlo nuevamente, deberíamos empezar por presentar y trabajar este informe con todos los niños, niñas, adolescentes y jóvenes colombianos. Las siguientes generaciones son quienes pueden lograr que Colombia rompa con esta terrible historia, ya que sólo “Hay futuro si hay verdad” (acertado título del informe). Por esta razón, cuanto antes debe difundirse en todas las instituciones educativas del país y los educadores apersonarse de socializarlo con todos sus estudiantes.
A los demás, todos los adultos, solo nos queda recapacitar y reflexionar sobre dónde estábamos mientras esto sucedía. La pregunta se la hace el padre De Roux en su discurso y la complementa con las siguientes: “¿Cómo nos atrevimos a dejar que pasara y cómo nos podemos atrever a permitir que continúe? ¿Por qué los colombianos y colombianas dejamos pasar durante años este despedazamiento de nosotros mismos como si no fuera con nosotros? ¿Cómo decir que somos humanos cuando todo esto es parte de nosotros?”. Podríamos empezar por ver la conmovedora presentación del informe y continuar con la lectura de sus páginas. La verdad de pronto nos ayuda a entender que todos, independientemente de nuestra ideología, fuimos responsables de esta barbarie y que ahora nuestra obligación colectiva es acabarla y no repetirla.