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El costo de la “perfección”

Isabel Segovia
01 de junio de 2022 - 05:30 a. m.
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Cada cierto tiempo siento la obligación de escribir sobre lo que más me preocupa de nuestro país: la supervivencia, el bienestar y la educación de nuestras niñas y nuestros niños. Seguramente no lo hago con la frecuencia que debería y es porque es un tema doloroso, desesperanzador y por consiguiente agotador, sobre el cual los colombianos al parecer preferimos no saber y mucho menos actuar, pero que nos define como sociedad ahora y lo hará en el futuro si no reaccionamos.

En medio de nuestro momento electoral, cuando al parecer cualquier otro hecho queda suspendido en el tiempo, acaeció otra horrible masacre en un colegio en los Estados Unidos. Esta vez, un joven de 18 años decidió disparar indiscriminadamente en un salón de primaria asesinando a 21 personas, de las cuales 19 eran niños menores de 11 años, e hiriendo a cerca de una veintena más. El espeluznante suceso consternó una vez más a una sociedad que no logra equilibrar las libertades individuales con las de la comunidad y que permite que un adolescente, con problemas emocionales severos, pueda hacerse legalmente a un arma.

La noticia me recordó las horribles cifras que llevo acumulando y resistiendo a compartir. En Colombia, según datos del Instituto Nacional de Medicina Legal, durante los primeros tres meses del año 847 niñas y niños murieron de forma violenta; 847 muertes que no se conocen, ni generan alguna reacción. Adicional a esta insólita cifra, la misma entidad reportó que en lo que va corrido del año 4.817 niñas, niños y adolescentes han sido víctimas de abuso sexual, de los cuales 429 tenían entre cero y cuatro años. Cerca de 5.000 menores de edad cuya infancia y juventud quedaron completamente truncadas. Para completar el horror, según el Boletín Epidemiológico Semanal (BES) e informes del Instituto Nacional de Salud, este año se han notificado 84 muertes de niños menores de cinco años por desnutrición crónica, lo que equivale a 41 % más casos que al comienzo del año pasado. Mientras tanto los colombianos seguimos como si nada, esperando que cada suceso y sus consecuencias se los lleve el viento.

Todo esto, sin mencionar las atroces noticias de colegios bombardeados con niños adentro, del asesinato justificado por el Estado de “niños combatientes”, y de casos como el de Delvis y Yelina, de ocho y cuatro años respectivamente, asesinados por grupos ilegales una noche por transitar a horas prohibidas, en una Colombia donde su “perfeccionista” presidente pregona que el control y la seguridad están garantizados, después de un paro armado que confinó a más de un tercio de la población durante cuatro días.

Sin duda la masacre de Uvalde (Texas) fue un horror, pero, aunque no queramos verlo, hechos similares suceden casi todos los días en Colombia. En seguridad infantil, nutrición, educación y abuso, entre otros aspectos, estamos mucho peor que hace unos años. Ninguna población sufre más directamente las consecuencias de un mal gobierno que la de niñas, niños y adolescentes, aunque su aflicción sea silenciosa y no queramos escucharla. Aunque el tema aparece tímidamente en los debates y en las propuestas (obvio, los niños no votan), espero que quien sea elegido para liderar el próximo gobierno se ocupe de niños, niñas y adolescentes; sobre este tema pende nuestro futuro y llevamos cuatro años acabándolo sistemáticamente.

 

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