Hace unas semanas me invitaron a escribir una columna sobre los efectos positivos de la pandemia en el sector educativo. Dije que no, pues no me sentía capaz; creía, y sigo creyendo, que los niños y su entorno educativo fueron unos de los más afectados por esta crisis a pesar de que la enfermedad poco los aqueja. Sólo por ser niños, porque no votan, no pagan impuestos y tristemente no cuentan con sindicatos que los protejan, el sector educativo no supo responderles. Sin embargo, ahora que se ve luz al final del túnel, es importante ser conscientes de los aspectos de nuestras vidas que sí mejoraron, para no retroceder y para que el gran sacrificio que hicimos tenga alguna justificación.
La conectividad, por ejemplo, sin duda avanzó. Aún es incompleta y el campo y las zonas marginales de los centros poblados sufrieron mucho, pero no podemos negar que el esfuerzo fue grande. La necesidad total de conectarnos demostró que, sin abusar del encierro y entendiendo que el contacto humano es importante, sí se puede trabajar desde casa, se puede aprovechar mejor el tiempo y así evitar desplazamientos y viajes innecesarios que, además de ser agotadores y desgastantes, ayudan a contaminar y afectan nuestra salud mental.
El personal de la salud demostró que se le mide a lo que se necesite para cumplir con su trabajo. No creo que exista un solo ser humano que no haya apreciado el inmenso sacrificio y compromiso de todos los miembros del sector. Adicionalmente, la emergencia logró que los hospitales se fortalecieran y, en consecuencia, hoy el país cuenta con muchas más unidades de cuidados intensivos y con mejores equipos para atendernos. Seguramente falta y no cabe duda de que el personal de la salud debe ser mejor retribuido, pero los avances son innegables.
Por suerte la ciencia finalmente salió fortalecida. Nunca había sido más evidente la importancia del soporte científico para la toma de decisiones. Quienes quisieron evadirla terminaron castigados y el mejor ejemplo para demostrarlo es la caída de Trump. Poco para reconocerle al COVID-19, pero por esto más de uno le estaremos agradecidos. Además, por los avances científicos, la libre competencia y los países que entendieron para qué sirve invertir en la gente, hoy, en menos de un año, contamos no con una, sino con varias vacunas. Ojalá naciones como la nuestra, que menosprecian las inversiones en ciencia y tecnología, hayan aprendido la lección.
Y justamente por los niños, por esa población que fue extremadamente vulnerada durante este año, que sólo cuenta con nuestra voz para protegerla y velar por su integridad, espero que hayamos reconocido la importancia de salvaguardar la democracia, las instituciones y las nuevas generaciones. No podemos permitir que se vuelva a utilizar el miedo para ejercer control y abusar de la autoridad. La única forma de lograr que lo sufrido no haya sido del todo en vano y evitar que esto nos vuelva a suceder es ser conscientes de lo más valioso que nos provee una democracia: el voto. Elegir bien a nuestros gobernantes y no volvernos a equivocar, pues nadie sabe cuándo vendrá la siguiente crisis y sería imperdonable que nos volviera a sorprender con otro presidente como el actual: el de menos capacidades y experiencia que ha tenido nuestro país en los últimos 50 años.
Hace unas semanas me invitaron a escribir una columna sobre los efectos positivos de la pandemia en el sector educativo. Dije que no, pues no me sentía capaz; creía, y sigo creyendo, que los niños y su entorno educativo fueron unos de los más afectados por esta crisis a pesar de que la enfermedad poco los aqueja. Sólo por ser niños, porque no votan, no pagan impuestos y tristemente no cuentan con sindicatos que los protejan, el sector educativo no supo responderles. Sin embargo, ahora que se ve luz al final del túnel, es importante ser conscientes de los aspectos de nuestras vidas que sí mejoraron, para no retroceder y para que el gran sacrificio que hicimos tenga alguna justificación.
La conectividad, por ejemplo, sin duda avanzó. Aún es incompleta y el campo y las zonas marginales de los centros poblados sufrieron mucho, pero no podemos negar que el esfuerzo fue grande. La necesidad total de conectarnos demostró que, sin abusar del encierro y entendiendo que el contacto humano es importante, sí se puede trabajar desde casa, se puede aprovechar mejor el tiempo y así evitar desplazamientos y viajes innecesarios que, además de ser agotadores y desgastantes, ayudan a contaminar y afectan nuestra salud mental.
El personal de la salud demostró que se le mide a lo que se necesite para cumplir con su trabajo. No creo que exista un solo ser humano que no haya apreciado el inmenso sacrificio y compromiso de todos los miembros del sector. Adicionalmente, la emergencia logró que los hospitales se fortalecieran y, en consecuencia, hoy el país cuenta con muchas más unidades de cuidados intensivos y con mejores equipos para atendernos. Seguramente falta y no cabe duda de que el personal de la salud debe ser mejor retribuido, pero los avances son innegables.
Por suerte la ciencia finalmente salió fortalecida. Nunca había sido más evidente la importancia del soporte científico para la toma de decisiones. Quienes quisieron evadirla terminaron castigados y el mejor ejemplo para demostrarlo es la caída de Trump. Poco para reconocerle al COVID-19, pero por esto más de uno le estaremos agradecidos. Además, por los avances científicos, la libre competencia y los países que entendieron para qué sirve invertir en la gente, hoy, en menos de un año, contamos no con una, sino con varias vacunas. Ojalá naciones como la nuestra, que menosprecian las inversiones en ciencia y tecnología, hayan aprendido la lección.
Y justamente por los niños, por esa población que fue extremadamente vulnerada durante este año, que sólo cuenta con nuestra voz para protegerla y velar por su integridad, espero que hayamos reconocido la importancia de salvaguardar la democracia, las instituciones y las nuevas generaciones. No podemos permitir que se vuelva a utilizar el miedo para ejercer control y abusar de la autoridad. La única forma de lograr que lo sufrido no haya sido del todo en vano y evitar que esto nos vuelva a suceder es ser conscientes de lo más valioso que nos provee una democracia: el voto. Elegir bien a nuestros gobernantes y no volvernos a equivocar, pues nadie sabe cuándo vendrá la siguiente crisis y sería imperdonable que nos volviera a sorprender con otro presidente como el actual: el de menos capacidades y experiencia que ha tenido nuestro país en los últimos 50 años.