Debo empezar esta columna exactamente igual a como inicié la que escribí a finales de noviembre pasado: “cambiar de opinión es natural, ocurre porque las circunstancias varían, porque se aprende algo, porque se tiene más experiencia, o simplemente porque se envejece”. Aunque esa la culminé afirmando que probablemente cambiaría nuevamente de opinión, y que ese día volvería a confesarlo, no imaginé que me tocaría hacerlo tan rápido. Les compartí en ese momento que había encontrado límites en el trayecto de mi carrera profesional, y con esto me refería a mi decisión de no aceptar cargos públicos en general, y específicamente en gobiernos cuya ideología no concordara con la mía. Hoy mis límites volvieron a moverse, porque, como sucede cuando se toman grandes decisiones personales, confluyeron situaciones que me llevaron a aceptar el cargo de secretaria de Educación de Bogotá.
Decidí regresar al sector público, no por tener aspiraciones políticas, sino porque esta vez mi esencia de servidora pública prevaleció y, además, la educación es el tema que me apasiona. Durante casi toda mi vida profesional he estado vinculada a ella, y trabajar donde se pueden hacer grandes cosas para contribuir al proceso educativo de niñas, niños y jóvenes es muy tentador. Adicionalmente, aparte de estar en un momento profesional y personal que me permite asumir un cargo público, coincide la coyuntura política, pues concuerdo con la filosofía, el carácter y las propuestas presentadas por el alcalde Carlos Fernando Galán para Bogotá. Este es un cargo que, como mencioné en noviembre pasado, la otrora Isabel tenía en la lista de los deseados, y luego de no haberlo aceptado antes, tuve la fortuna de que me lo ofrecieran otra vez. Así que asumo este nuevo reto con entusiasmo, esperando poder contribuir al mejoramiento de la educación para todos en Bogotá.
Pero no todo es felicidad. Emprender este camino me obliga, tristemente, a despedirme de esta columna. Cumplo seis años de haber tenido el privilegio de dar mi opinión en estas páginas. Lo disfruté mucho, no siempre sin sufrimiento pero, sobre todo, me aportó infinitamente. La tarea de escribir (y de opinar de manera responsable) es una disciplina adquirida. Parece una actividad solitaria, pero en mi caso no lo fue. Más de una vez, escoger el tema fue un gran desafío, así que agradezco a mi familia y amigos por las múltiples conversaciones y discusiones que contribuyeron a esta labor. Tres de ellos merecen una mención especial, pues además de sugerir muchos de los temas tratados, fueron editores de la mayoría de las columnas acá publicadas: Jero por sus acertados y críticos comentarios; Pato por leer, comentar, aportar y editar todas las columnas que escribí, y Albita por sus excelentes sugerencias y correcciones de estilo. Mil gracias, este ejercicio sin ustedes no hubiera durado tanto.
Por último, quiero agradecer a El Espectador, a Fidel, a Juan Carlos y a todo el equipo editorial por haberme invitado a escribir y a opinar; fue una gran experiencia que espero poder retomar cuando termine este nuevo camino que, seguro, como suele suceder, concluirá con otro cambio de opinión.
PD: Desde la Secretaría espero contar con los calificados comentarios y sugerencias de esta casa editorial y de sus lectores. La educación, aunque suene a cliché, es una responsabilidad de todos.
Debo empezar esta columna exactamente igual a como inicié la que escribí a finales de noviembre pasado: “cambiar de opinión es natural, ocurre porque las circunstancias varían, porque se aprende algo, porque se tiene más experiencia, o simplemente porque se envejece”. Aunque esa la culminé afirmando que probablemente cambiaría nuevamente de opinión, y que ese día volvería a confesarlo, no imaginé que me tocaría hacerlo tan rápido. Les compartí en ese momento que había encontrado límites en el trayecto de mi carrera profesional, y con esto me refería a mi decisión de no aceptar cargos públicos en general, y específicamente en gobiernos cuya ideología no concordara con la mía. Hoy mis límites volvieron a moverse, porque, como sucede cuando se toman grandes decisiones personales, confluyeron situaciones que me llevaron a aceptar el cargo de secretaria de Educación de Bogotá.
Decidí regresar al sector público, no por tener aspiraciones políticas, sino porque esta vez mi esencia de servidora pública prevaleció y, además, la educación es el tema que me apasiona. Durante casi toda mi vida profesional he estado vinculada a ella, y trabajar donde se pueden hacer grandes cosas para contribuir al proceso educativo de niñas, niños y jóvenes es muy tentador. Adicionalmente, aparte de estar en un momento profesional y personal que me permite asumir un cargo público, coincide la coyuntura política, pues concuerdo con la filosofía, el carácter y las propuestas presentadas por el alcalde Carlos Fernando Galán para Bogotá. Este es un cargo que, como mencioné en noviembre pasado, la otrora Isabel tenía en la lista de los deseados, y luego de no haberlo aceptado antes, tuve la fortuna de que me lo ofrecieran otra vez. Así que asumo este nuevo reto con entusiasmo, esperando poder contribuir al mejoramiento de la educación para todos en Bogotá.
Pero no todo es felicidad. Emprender este camino me obliga, tristemente, a despedirme de esta columna. Cumplo seis años de haber tenido el privilegio de dar mi opinión en estas páginas. Lo disfruté mucho, no siempre sin sufrimiento pero, sobre todo, me aportó infinitamente. La tarea de escribir (y de opinar de manera responsable) es una disciplina adquirida. Parece una actividad solitaria, pero en mi caso no lo fue. Más de una vez, escoger el tema fue un gran desafío, así que agradezco a mi familia y amigos por las múltiples conversaciones y discusiones que contribuyeron a esta labor. Tres de ellos merecen una mención especial, pues además de sugerir muchos de los temas tratados, fueron editores de la mayoría de las columnas acá publicadas: Jero por sus acertados y críticos comentarios; Pato por leer, comentar, aportar y editar todas las columnas que escribí, y Albita por sus excelentes sugerencias y correcciones de estilo. Mil gracias, este ejercicio sin ustedes no hubiera durado tanto.
Por último, quiero agradecer a El Espectador, a Fidel, a Juan Carlos y a todo el equipo editorial por haberme invitado a escribir y a opinar; fue una gran experiencia que espero poder retomar cuando termine este nuevo camino que, seguro, como suele suceder, concluirá con otro cambio de opinión.
PD: Desde la Secretaría espero contar con los calificados comentarios y sugerencias de esta casa editorial y de sus lectores. La educación, aunque suene a cliché, es una responsabilidad de todos.