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                                                                                                                                  Contenido Patrocinado
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                                                                                                                                  Carta a Hipona

                                                                                                                                  Querido San Agustín:

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Para sustentar tu memorial de agravios contra la literatura, contrapones las historias de la imaginación a la lectura: dices que para un hombre cuerdo siempre será más importante, beneficiosa y digna de pulimento su habilidad de lectura que su afición por los libros de historias y dramas, puesto que dominar el desciframiento de los signos de la escritura permite el acceso a numerosos estudios y a incontables libros, mientras que las invenciones de una mente ociosa son pábulo de distracción. Me opongo. Primero, porque los inventos del ingenio afinan el sentido y el entendimiento, y porque distraerse es el modo heterodoxo de traerse. Segundo, porque por vías alternas la literatura permite también un grado de acceso, un vasto acceso, vedado con frecuencia a la tiranía de la fórmula en el laboratorio: a las propiedades metafísicas de la luz y de la llovizna, a las convulsiones de la mente, a las paradojas del deseo, a los terrenos mixtos, a los límites blandos entre las cosas y su entorno, a las variaciones y verdades del ritmo. Del ritmo deriva quizás el encanto de las historias que leías en tu infancia con amor (te conmovían el destino ajeno y la aflicción imaginada, lo cual es seña de amor) y que en tu madurez de eremita despreciaste como banales e insidiosas porque en sus núcleos no habitaba Dios. Su encanto indicaba su inferioridad, su ausencia de divinidad.

                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  ¿O repruebas la literatura para demostrar con humildad que ni siquiera un hombre que aspira con devoción a la rectitud y al amor por Dios puede escapar de cierto grado de ceguera ante los aspectos de Dios, que vivo está quien vive en la desorientación y que el poder de un hombre alcanza, por mucho y sólo cuando Dios no juega a las escondidas, para resolverse a enderezar su camino mientras el camino lo manda por los desvíos?

                                                                                                                                  Abandono las preguntas, por ahora.

                                                                                                                                  Y me atengo a las pruebas. Elegiste componer, no una parrafada de teología ni unas apuntaciones en defensa de la existencia de Dios, sino una larga oración: escarbaste, como es deber de todo escritor, en busca de la forma que mejor correspondía a tu ánimo y que mejor animaba tu necesidad, que era aproximarte a Dios con la confesión de tus flaquezas, tus vicios y tus malandreces, advirtiendo a cada vuelta de párrafo, como es deber de todo escritor, que confesar no es ni alabar ni consentir sino contemplar y que acudías a la divinidad sin rostro con urgencia de purga, y que camino de la purga supiste meterte en un enredo. No te mientas ni evadas, que la antigua ira de Dios cobra vigor ante el engaño y la evasión: tienes hábitos de escritor y de poeta. Estás más cerca de Virgilio que de Orígenes. Te gustan las palabras, sus órdenes flexibles, te las pones, como dice un escritor checo cuyo librito de soledad y papel prensado habrías disfrutado, como un caramelo en la punta de la lengua, y las saboreas, y te apetecen. De ahí emanará tu aversión por la literatura: de tu tanto gozo secreto por las palabras, que es lujuria.

                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Relee, por favor, tus palabras y dime si no escribes como escritor de ficciones. Las tentaciones vienen por mareas; tu espíritu es una arcilla sin moldear; tú eres ante Dios poco menos que polvo y cenizas; los maestros sirven en costosas copas el vino del error; el hábito es una corriente tan fuerte como la de un río; un discurso sin sustancia es para ti un humo sin fuego. Las metáforas y los símiles resuelven tus necesidades de expresión ante Dios. Te explican y te hacen claro; desenmarañan lo enmarañado y acercan lo que reposa en la lejura; sustentan tu ilusión de acercamiento a Dios. Ahora responde, tras esta larga tregua sin preguntas: ¿no fueron esos dispositivos de la literatura los que desbrozaron una senda que parecía impenetrable, la de poner en palabras lo que en la vida era sólo confusión, y te permitieron ponerte en contacto con Dios? ¿No crees que contar como cuentas tu vida desde la niñez es admitir y asumir el encanto que tanto te espantaba de La Eneida? ¿No contienen esos dispositivos literarios una veta divina que se parece a la fe, puesto que hacen que exista lo que no tiene materia? ¿No supuso la reelaboración de tu historia en forma de oración una creación que se asemeja a los trabajos de Dios?

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Confiesa tu pecado mayor: buscando a Dios, quisiste igualar a Dios. Y tu pecado subsidiario: lo lograste.

                                                                                                                                  Mi correo: juandtorresd@gmail.com

                                                                                                                                  Querido San Agustín:

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Para sustentar tu memorial de agravios contra la literatura, contrapones las historias de la imaginación a la lectura: dices que para un hombre cuerdo siempre será más importante, beneficiosa y digna de pulimento su habilidad de lectura que su afición por los libros de historias y dramas, puesto que dominar el desciframiento de los signos de la escritura permite el acceso a numerosos estudios y a incontables libros, mientras que las invenciones de una mente ociosa son pábulo de distracción. Me opongo. Primero, porque los inventos del ingenio afinan el sentido y el entendimiento, y porque distraerse es el modo heterodoxo de traerse. Segundo, porque por vías alternas la literatura permite también un grado de acceso, un vasto acceso, vedado con frecuencia a la tiranía de la fórmula en el laboratorio: a las propiedades metafísicas de la luz y de la llovizna, a las convulsiones de la mente, a las paradojas del deseo, a los terrenos mixtos, a los límites blandos entre las cosas y su entorno, a las variaciones y verdades del ritmo. Del ritmo deriva quizás el encanto de las historias que leías en tu infancia con amor (te conmovían el destino ajeno y la aflicción imaginada, lo cual es seña de amor) y que en tu madurez de eremita despreciaste como banales e insidiosas porque en sus núcleos no habitaba Dios. Su encanto indicaba su inferioridad, su ausencia de divinidad.

                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  ¿O repruebas la literatura para demostrar con humildad que ni siquiera un hombre que aspira con devoción a la rectitud y al amor por Dios puede escapar de cierto grado de ceguera ante los aspectos de Dios, que vivo está quien vive en la desorientación y que el poder de un hombre alcanza, por mucho y sólo cuando Dios no juega a las escondidas, para resolverse a enderezar su camino mientras el camino lo manda por los desvíos?

                                                                                                                                  Abandono las preguntas, por ahora.

                                                                                                                                  Y me atengo a las pruebas. Elegiste componer, no una parrafada de teología ni unas apuntaciones en defensa de la existencia de Dios, sino una larga oración: escarbaste, como es deber de todo escritor, en busca de la forma que mejor correspondía a tu ánimo y que mejor animaba tu necesidad, que era aproximarte a Dios con la confesión de tus flaquezas, tus vicios y tus malandreces, advirtiendo a cada vuelta de párrafo, como es deber de todo escritor, que confesar no es ni alabar ni consentir sino contemplar y que acudías a la divinidad sin rostro con urgencia de purga, y que camino de la purga supiste meterte en un enredo. No te mientas ni evadas, que la antigua ira de Dios cobra vigor ante el engaño y la evasión: tienes hábitos de escritor y de poeta. Estás más cerca de Virgilio que de Orígenes. Te gustan las palabras, sus órdenes flexibles, te las pones, como dice un escritor checo cuyo librito de soledad y papel prensado habrías disfrutado, como un caramelo en la punta de la lengua, y las saboreas, y te apetecen. De ahí emanará tu aversión por la literatura: de tu tanto gozo secreto por las palabras, que es lujuria.

                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Relee, por favor, tus palabras y dime si no escribes como escritor de ficciones. Las tentaciones vienen por mareas; tu espíritu es una arcilla sin moldear; tú eres ante Dios poco menos que polvo y cenizas; los maestros sirven en costosas copas el vino del error; el hábito es una corriente tan fuerte como la de un río; un discurso sin sustancia es para ti un humo sin fuego. Las metáforas y los símiles resuelven tus necesidades de expresión ante Dios. Te explican y te hacen claro; desenmarañan lo enmarañado y acercan lo que reposa en la lejura; sustentan tu ilusión de acercamiento a Dios. Ahora responde, tras esta larga tregua sin preguntas: ¿no fueron esos dispositivos de la literatura los que desbrozaron una senda que parecía impenetrable, la de poner en palabras lo que en la vida era sólo confusión, y te permitieron ponerte en contacto con Dios? ¿No crees que contar como cuentas tu vida desde la niñez es admitir y asumir el encanto que tanto te espantaba de La Eneida? ¿No contienen esos dispositivos literarios una veta divina que se parece a la fe, puesto que hacen que exista lo que no tiene materia? ¿No supuso la reelaboración de tu historia en forma de oración una creación que se asemeja a los trabajos de Dios?

                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  Mi correo: juandtorresd@gmail.com

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