Costas extrañas

Chico Buarque: cuando la poesía se vuelve popular

J. D. Torres Duarte
29 de mayo de 2019 - 05:00 a. m.
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UNO

Chico Buarque ganó el Premio Camões hace unos días y el asombro general parece menor si se tiene en cuenta que la reciente victoria literaria de otro autor de versos cantados —Bob Dylan con el premio Nobel de Literatura— suscitó reacciones iracundas que incluso redujeron sus canciones a escombros de una modernidad en decadencia.

El Premio Camões es quizás la recompensa más destacada en el universo literario portugués. La han ganado autores como José Saramago y Rubem Fonseca. Hasta Buarque, el premio se había mantenido en las esferas seguras de la prosa y la poesía, donde está más o menos claro qué clasifica como literatura: historias e indagaciones vitales en formato de libro.

Pero ambos premios, tanto el de Buarque como el de Dylan, han confirmado que la literatura supera sus confines y que encerrarla en los libros es, por lo menos, producto de una perspectiva estrecha y aun clasista. Podría decirse —aunque la relativización es abusiva— que todo es literatura. El resto es ruido cósmico.

DOS

Los méritos técnicos de Buarque son manifiestos: ha escrito varias novelas —la más reciente es El hermano alemán— y obras de teatro con algún éxito. El grueso de su obra opera en los dominios musicales, a lo largo de treinta y siete álbumes de estudio, cuya muestra más cercana es Caravanas, publicado hace dos años. Chico Buarque tiene la fortuna, inusual entre casi todos los artistas, de haberse convertido en un clásico vivo.

Su fortuna es aún mayor cuando se reconoce que no ha perdido el temple ni por un minuto. A Banda, incluida en su primer álbum, va cantando: “Mi gente sufrida / se despidió de su dolor / para ver pasar la banda / cantando cosas de amor”. Y en Tua Cantiga, de Caravanas, dice: “Cuando te dé saudade de mí, / cuando tu garganta apriete, / basta con un suspiro para que vaya ligero a consolarte”.

Cincuenta y un años separan a ambos temas. También están separados por mutaciones en los ritmos adquiridos por Buarque: según el tema y el verso, ha acudido al bosa nova y a ciertas cadencias del jazz latino, como un prosista que ajusta su fondo a la forma y admite de entrada que ninguno podría sobrevivir sin el otro. Chico Buarque, es evidente, es un heredero del errante legendario que componía versos con una lira terciada al hombro.

TRES

Buarque es un poeta. Que tenga una guitarra cruzada no es una mera casualidad, sino una aceptación de principios: la poesía es sobre todo un canto vivo que puede ser repetido y sentido por muchos. En su caso, la música es un medio para el encantamiento masivo.

Dicen que la poesía es abstrusa e inaccesible. Los poetas se han encargado, en buena parte, de su desprestigio: compensan su mediocridad como observadores con una locuacidad pretenciosa. Quieren una flor y no alcanzan a las espinas. Miran el ombligo del poema y se restringen a sus variaciones mientras el mundo de afuera espera. Sus palabras no alcanzan a nadie: en vez de congregar, dispersan. Cuentan que más de cuatro mil personas asistieron a una lectura pública de T. S. Eliot en un estadio. Esos tiempos parecen muertos.

Excepto que no están muertos. El trabajo de Buarque demuestra que la división muda e insulsa entre la cultura de élite —a la que pocos acceden porque es en teoría sofisticada— y la cultura popular —patrimonio de muchos, al parecer, por la simpleza de su material— es un espejismo que sólo eleva al arte a esferas ajenas, lejos de la vulgar y mítica experiencia humana. Shakespeare era sofisticado y popular, también Sófocles. El Quijote está inscrito en la historia del lenguaje común.

Uno de los temas más populares de Buarque, Construção, es cantado por millones que ignoran que los versos están escritos en dodecasílabos, cuyos acentos finales son todos esdrújulos y conforman, con ciertas libertades, típicos alejandrinos. Eso no importa más que a los arqueólogos poéticos. El tema ha superado su curiosidad técnica.

CUATRO

Los premios siempre llegan tarde a las regiones donde la belleza ya se ha afincado con mucha antelación. Leonard Cohen —integrante esencial de la estirpe vagabunda— dijo que darle un premio Nobel a Bob Dylan era como darle una medalla al Everest. El mérito supera la aceptación pública. A veces incluso va en contra de ella.

El Premio Camões llega entonces a reparar un entuerto. La recompensa no suma ni resta en la trayectoria de Buarque: suele suceder que el galardonado es quien da prestigio al premio. Además, el entuerto —que sería injusto endilgar a un premio creado apenas en 1988— ha tomado dimensiones históricas, pues resulta inaudito que ningún académico con un juicio respetable no se hubiera fijado en que los poetas que escriben versos sobre papel y publican son un artificio más bien reciente, y que la poesía hablada y cantada es la madre antiquísima de todo género moderno.

Quizás Chico Buarque suene contemporáneo gracias a la maravilla tecnológica, pero su canto precede a las aspiraciones citadinas y a la creación de países, a la fundación de reinos y a la creación de herramientas con piedras: se acopla sobre una línea directa y firme con el primitivo que rumiaba viendo las estrellas y de golpe dejó de ver en ellas sólo estrellas.

 

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