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Costas extrañas

Es de buena suerte estar cansado

J. D. Torres Duarte
20 de marzo de 2024 - 02:05 a. m.
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En 1989, Peter Handke (Austria, 1942) publicó un texto breve al estilo de Tanizaki en Elogio de las sombras y de Brodsky en Marca de agua: en apenas 77 páginas, Ensayo sobre el cansancio contempla a través de imágenes anfibias las variedades del cansancio que llevan, en los casos de menor fortuna, al hastío y al abatimiento, y en los más afortunados, al asombro y a la iluminación.

Visto por Handke, el cansancio (los del amor, la comunión, el estudio, el insomnio, el trabajo mancomunado, el viaje, la vida doméstica, la abdicación) es un camino hacia la iluminación. Quizás con menos entusiasmo: un callejón sinuoso hacia el asombro. Aunque determinados cansancios conducen al desgaste, al tedio y a la miseria, un cansancio de buena estirpe produce la liberación de los sentidos y dota a los seres contemplativos de una flexibilidad refrescante en la que el mundo es siempre nuevo y siempre antiguo, es pesado y despide levedad. “El cansancio te rejuvenece, te da una juventud que nunca has tenido”, escribe Handke. Y más adelante: “Todo, en la calma del cansancio, se hace sorprendente”. El cansancio como medio, el cansancio como extensión del pasmo orientador de la poesía: el gran cansancio, el que deriva de una tragedia domesticada o de un día de escritura en soledad, es un momento de reconciliación. Si vivir —solo o en compañía o solo en compañía— es un conflicto en el que día y noche se deben ingeniar formas de defensa y ataque, el cansancio, sugiere Handke, es el ámbito en donde cesan los alborotos bélicos y en donde, despojado de recelo y soberbia y temor, uno puede ver de verdad las cosas del cosmos.

Al contrario, dice Handke, la gente incansable, aquellos que nunca se detienen en sus labores cíclicas, que con frecuencia viven en el estupor mecánico de las ciudades, no conocen los beneficios de la contemplación ni pueden abrirle espacio a la posibilidad de acceder a la otra orilla: están en perpetuo movimiento y perpetuamente entre muros. En la inmovilidad del cansancio en que casi se pierde la respiración, reside un acceso al asombro: quietud, mudez y blanda respiración, como los muertos en su tierrero sin orillas.

Handke procede con un diálogo entre dos voces: la de un narrador (que por su biografía podría corresponder a Handke) y la de su alta consciencia (o su psique, o su alma), que inquiere, interfiere, se burla, reprueba, alienta y refuta. Se trata entonces de una dialéctica del cansancio, pero en lugar de emplear conceptos y utensilios de filósofo, Handke emplea imágenes de poeta: empieza por alguna misa de gallo de la infancia, pasa por la trilla de rigor en el campo, sigue por desamores de habitación, atraviesa un altillo donde se despiezan cartones y adonde nunca llega la noche, continúa al margen del Central Park con sus remolinos de gente y hojas de otoño. Como en sus novelas, como en sus ensayos (este integra un quinteto completado por Ensayo sobre el día logrado, Ensayo sobre el loco de las setas, Ensayo sobre el jukebox y Ensayo sobre el Lugar Silencioso), el instrumento de Handke es su percepción, que pasa sobre todo por su ojo: en los movimientos incautos de los animales, en el estruendo y la suma de una trilla, en una pandilla de hombres laboriosos almorzando sobre troncos, en un bloque de hielo que se aleja de la orilla hacia la noche, Handke encuentra fragmentos o expresiones de un difuso aliento universal, de una maquinaria profunda y misteriosa que compone y opera las variadas formas orbitantes.

En la imagen de la trilla, por ejemplo, Handke prueba que el cansancio es una forma de la iluminación. Un grupo de hombres, mujeres y niños se reúne en el granero para separar con una máquina atronadora el grano de la paja. Es época de trilla; unas manos empujan las gavillas de espigas por entre la máquina y otras manos reciben de sus bocas las hilachas de paja; el camión que trae las espigas salvajes se va vaciando; el ruido de la máquina ocupa el mundo; cortada por las pilas crecientes de paja que han compactado los niños a patadas en lo alto del granero, la luz mengua y se oscurecen las formas de los fondos; a través del camión vacío se cuela una nueva luz. Se acaba la trilla; es hora de mirar el trabajo desde el cansancio. “Qué silencio, qué calma, no sólo en el granero, sino en todo el campo —escribe Handke—; qué luz, una luz que ahora, en lugar de cegarlo, lo envolvía a uno”. En esa luz, la imagen de la trilla deja de ser sólo la imagen de una labor rural y rutinaria y se convierte en una esencia vital, en un elemento universal, que podría ser leída incluso como una descripción de su trabajo de escritura, en el que se toma un material sin desbastar, se masca con ciertas formas dentadas, se selecciona lo sustancial y se hace sustancial lo insustancial, volviendo compactas y justas las sobras, en un ambiente en el que de un lado se espesa la oscuridad y del otro se va abriendo una brecha de luz en la que orbitan el polvo y el tiempo. El cansancio enseña un estado de ambigüedad tranquila; el cansancio inaugura el mundo: “El cansancio abre —dice Handke—, le hace a uno poroso, crea una permeabilidad para la epopeya de todos los seres vivos”.

Aunque en ocasiones caiga en un fraseo torpe y desordenado (o cuya traducción es torpe y desordenada) y aunque hacia el final, en un inusitado intento por desentrañarse sin sus medios poéticos, acuda a un lenguaje abstracto, sin imágenes, ciego, Handke alcanza una conclusión iluminadora que lo vincula, quizá contra su voluntad, a la doctrina mística del Bhagavad Gita: en la parte está el todo, la vida ocurre en un eterno presente, el yo es todos los yoes. Entre más se concentre el yo —el cansancio otorga concentración—, mejor puede dispersarse por el cosmos. Habitar el cansancio, escribir en el cansancio, es un modo intenso de sospechar la unidad.

Un cansancio esclarecedor (que Handke no incluye, a pesar de que lo experimentó y escribió hace décadas sobre él en Desgracia impeorable) ocurre durante el duelo. Velar y enterrar un cuerpo implica una serie ingente de labores prácticas que conducen al cansancio. En los pueblos, el hábito es velar al muerto en su casa. Si es un muerto popular y si ha tenido una muerte prematura, se espera que acuda una muchedumbre; como será una noche más larga que todas las noches y como habrá que acoger un contingente cambiante de dolientes, se debe cocinar, pedir cuarenta sillas en préstamo, abrir las ventanas para mermar el aire caliente con las brisas del río. Alguien prepara una olla de café; alguien aparece arrastrando dos costales de pan; alguien resana con un estuco súbito las hendiduras de los muros que albergarán al muerto durante la velación. Alguien recibe y reparte con justicia las coronas que llegan a raudales durante la tarde. Alguien, midiendo a ojo en el aire hueco, ha escogido las ropas del muerto. Viene el muerto, con la tapa sellada porque fue una muerte horrible, y alguien lo asienta en su espesura de coronas y cintas; alguien tiene que atajar al que se desploma entre el hipo de las lágrimas para que no arrastre consigo el ataúd; alguien tiene que vigilar que nadie fuerce la tapa del cajón para desarmar al muerto en un último abrazo. Alguien tiene que aquietar y darle de comer al perro del muerto, que tiene la rutina trastocada y que persigue por la casa el recuerdo de un olor. Alguien tiende las camas, cuida el sueño de los dormidos, suprime del embaldosado la nata espasmódica del aguardiente. A lo largo de la noche, hasta las primeras luces, entre el silbido y la claridad sombría de la pólvora, alguien administra los ánimos armados de los borrachos; alguien se acerca a persuadirlos de que cambien ese corrido, ese escalofriante corrido de despedida, que han reproducido una y otra vez a lo que marque el bafle con la esperanza de que se apiñe entre el ataúd y de que el muerto pueda ofrecerlo como moneda de pago al cruzar las aguas moradas de los muertos. Se asoma el carro funerario: alguien ofrece al oscuro conductor café y pan. Entonces alguien encarama en el carro las coronas, los deudos, el perro, el muerto. Alguien lleva una botella de agua y un vaporizador de alcohol para atenuar el desmayo y la sed. Bajo el aguijonazo del sol y entre la muchedumbre que asedia el hueco angosto y silencioso del nicho, como si quisieran aventurarse por él junto al muerto, ocurre el entierro: alguien empuja el cajón para ocupar el vacío; alguien mezcla impasible el agua, la arena y el cemento; alguien amuralla la boca del nicho con ladrillos porosos; alguien lo sella con bofetadas de espátula. Alguien toma una ramita seca y escribe el nombre sobre el cemento fresco.

Entonces alguien vuelve a la casa vacía y se sienta frente a la habitación del muerto: “radiante de cansancio” —como dice Handke—, en el letargo de la somnolencia y la conmoción, mira la cama en penumbras, el orden tieso de las sábanas, la concavidad del aire. Lejos del frenesí de la velación y el entierro, quieto en su silla, con el tarro abandonado del estuco a los pies, se remonta en sus recuerdos durante horas con el pecho revuelto, con la sensación de que está viviendo en un territorio al margen de las horas, y siente que se ha abierto una hendidura en la realidad, y al fin lo golpea la impresión de que sus recuerdos son como raíces que ahora le brotan al muerto, y que entonces el muerto es ahora un árbol triste alargándose hacia el centro de la tierra.

‘Ensayo sobre el cansancio’, Peter Handke, Alianza Editorial, 2019 (primera reimpresión), traducción del alemán de Eustaquio Barjau.

Mi correo: juandtorresd@gmail.com

 

Juan(3racf)21 de marzo de 2024 - 12:38 a. m.
Maravilloso
Maribel(27840)20 de marzo de 2024 - 09:07 p. m.
Derecho a aburrirse también y de la peor mejor manera...
Maribel(27840)20 de marzo de 2024 - 09:05 p. m.
D-s cuántas vidas para sentirse cansado...
Gines de Pasamonte(86371)20 de marzo de 2024 - 06:05 p. m.
J.D. No he leído al Nobel de literatura 2019, Peter Handke. De acuerdo a lo que expones, diría que más que ensayo, son impresiones poéticas del autor, las que le inspiran el cansancio: eso de “sellar con bofetadas de espátula” un nicho, me parece hermosísimo. «El amor es lo que te hace sonreír cuando estás cansado». Paulo Coelho. Felicitaciones J.D
Orlando(n4yrx)20 de marzo de 2024 - 05:17 p. m.
En este mundo que cada día se acelera en donde se rinde pleitesía " al ya, a lo inmediato" es conveniente ser consciente de los grandes beneficios de ese buen cansancio que se plantea en este ensayo. Releer este ensayo es conveniente para que la vida sea más placentera y responsable. Hay que hacer un alto a ese creer que en la vida es de los incansables, siempre activos.
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