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                                                                                                                                Kipling: un cuento fantástico

                                                                                                                                El adjetivo fantástico suele añadirse en literatura a relatos que suponen un desvío de los grises engranajes de la realidad: lo sobrenatural y lo bíblico abundan en fantasía. Pero toda buena literatura supone una torcedura de la realidad (o, digamos, de lo probable), incluso cuando respeta la gravedad y los movimientos de los astros: Jane Eyre es tan fantástica, por su construcción armoniosa y su verbo sucio, como Pata de mono, que acude a oscuras magias. Toda imaginación desbordada que deforma el mundo a discreción cabe en el adjetivo fantástico.

                                                                                                                                PUBLICIDAD
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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Entonces la fantasía se huele: quizás haya un motor car, una casa en majestuosa piedra, un bosque (donde, se descubre después, los padres de luto caminan su pena) y un nombre rastreable en los mapas (Washington, al sur de Inglaterra), pero éste es un viaje en barca de motor por los arrabales del Hades, donde se espesan las almas.

                                                                                                                                La sensación de irrealidad (de mito, también) se hincha cuando el hombre divisa niños en la casa y en el jardín, siempre a media luz: en una ventana distante, detrás de los arbustos, en un trozo de ropa que palpita entre la hierba alta, en el rabillo del ojo. El narrador, que aborda el encuentro con ingenuidad infantil, nunca permite que el lector contemple a los niños, y el instinto, que anda alerta por la naturaleza sombría de la casa y de la ciega, adivina que son fantasmas. Sí y no: son presencias, tímidos espíritus que ríen y murmuran. Un fantasma aterra; un espíritu convive.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Es un contraste fascinante. Mientras la mujer se siente muerta y desafortunada en las sombras largas de su ceguera y el hombre quiere sentirse vivo y paliar su pena junto a los niños sin poder verlos del todo (como si él también fuera ciego: incluso resulta más ciego que la mujer, a quien le basta palpar el aire para descifrar la noche), las cosas quietas y sobrenaturales del mundo prosperan, trepan, deforman, asen, murmullan. Más vivo está lo quieto.

                                                                                                                                La movilidad de lo que debería estar inmóvil produce, a la larga, dolor: el duelo es el escozor del espíritu al admitir que, pese a los rituales de clausura de la muerte, algo todavía se remueve. Las presencias de los niños y la vivacidad del ambiente (con todas sus sugerencias míticas: hurst, que es la segunda mitad del nombre de la señora Madehurst, significa bosque en anglosajón: hecha de bosque) espesan ese dolor.

                                                                                                                                Justo la señora Madehurst, cuando el hombre se asombra de que una madre en duelo camine por el bosque en el frío, hace esta anotación: “Yo no sé, pero eso abre el corazón. Sí: abre el corazón. Ahí es donde perder y tener se vuelven al final la misma cosa, como decimos aquí”.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                El adjetivo fantástico suele añadirse en literatura a relatos que suponen un desvío de los grises engranajes de la realidad: lo sobrenatural y lo bíblico abundan en fantasía. Pero toda buena literatura supone una torcedura de la realidad (o, digamos, de lo probable), incluso cuando respeta la gravedad y los movimientos de los astros: Jane Eyre es tan fantástica, por su construcción armoniosa y su verbo sucio, como Pata de mono, que acude a oscuras magias. Toda imaginación desbordada que deforma el mundo a discreción cabe en el adjetivo fantástico.

                                                                                                                                PUBLICIDAD
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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Entonces la fantasía se huele: quizás haya un motor car, una casa en majestuosa piedra, un bosque (donde, se descubre después, los padres de luto caminan su pena) y un nombre rastreable en los mapas (Washington, al sur de Inglaterra), pero éste es un viaje en barca de motor por los arrabales del Hades, donde se espesan las almas.

                                                                                                                                La sensación de irrealidad (de mito, también) se hincha cuando el hombre divisa niños en la casa y en el jardín, siempre a media luz: en una ventana distante, detrás de los arbustos, en un trozo de ropa que palpita entre la hierba alta, en el rabillo del ojo. El narrador, que aborda el encuentro con ingenuidad infantil, nunca permite que el lector contemple a los niños, y el instinto, que anda alerta por la naturaleza sombría de la casa y de la ciega, adivina que son fantasmas. Sí y no: son presencias, tímidos espíritus que ríen y murmuran. Un fantasma aterra; un espíritu convive.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Es un contraste fascinante. Mientras la mujer se siente muerta y desafortunada en las sombras largas de su ceguera y el hombre quiere sentirse vivo y paliar su pena junto a los niños sin poder verlos del todo (como si él también fuera ciego: incluso resulta más ciego que la mujer, a quien le basta palpar el aire para descifrar la noche), las cosas quietas y sobrenaturales del mundo prosperan, trepan, deforman, asen, murmullan. Más vivo está lo quieto.

                                                                                                                                La movilidad de lo que debería estar inmóvil produce, a la larga, dolor: el duelo es el escozor del espíritu al admitir que, pese a los rituales de clausura de la muerte, algo todavía se remueve. Las presencias de los niños y la vivacidad del ambiente (con todas sus sugerencias míticas: hurst, que es la segunda mitad del nombre de la señora Madehurst, significa bosque en anglosajón: hecha de bosque) espesan ese dolor.

                                                                                                                                Justo la señora Madehurst, cuando el hombre se asombra de que una madre en duelo camine por el bosque en el frío, hace esta anotación: “Yo no sé, pero eso abre el corazón. Sí: abre el corazón. Ahí es donde perder y tener se vuelven al final la misma cosa, como decimos aquí”.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Ver todas las noticias
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