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                                                                                                                                La única gran aspiración es la poesía

                                                                                                                                El tiempo, la muerte, el exilio, el amor, la primacía de la poesía sobre la historia: ésos son los temas de la obra de Joseph Brodsky (Leningrado, 1940; Nueva York, 1996), repartida en unos pocos pero sustanciosos libros de poesía y ensayo. Son los temas de un poeta cuyo arte y cuyo ingenio siempre fueron más anchos y más profundos que sus circunstancias históricas.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Su poesía, a pesar de su calvario personal, no acoge los tonos de la denuncia y la queja y el panfleto, sino los de la elegía y la metafísica y la mitología y la música (aquí recita uno de sus poemas, Nature morte: lo canta, más bien).

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Para este manojo de nervios, lo que más cuenta es la visión particular del artista (su misión es alimentar esa visión y serle fiel a toda costa). “La realidad por sí misma no vale un comino”, escribe Brodsky en uno de sus ensayos. “Es la percepción lo que eleva la realidad a significado”. Para convertirse en significado, esa percepción debe ser trabajada, deformada, trasladada a otro ámbito, otro código, donde pueda tomar la forma de una canción y extender sus estrechos límites históricos.

                                                                                                                                Brodsky consigue esa hazaña con una variedad de registros poéticos. Uno es el amoroso (o nostálgico o apesadumbrado: nostalgia y pesadumbre son los funcionarios funerarios del amor), que resuena en poemas como Seis años después (“Tan larga había sido la vida juntos / que ella y yo, con nuestras sombras conjuntas, habíamos compuesto / una doble puerta, una puerta que, aunque estuviéramos / hundidos en el trabajo o el sueño, siempre estaba cerrada: / de algún modo sus mitades fueron divididas y caminamos / a través de ellas hacia el futuro, hacia la noche”) y Sobre el amor, donde cuenta un sueño: “Y con la luz encendida / sabía que te dejaba sola ahí, / en la oscuridad, en el sueño, donde en calma / esperarías mi regreso, / sin tratar de reprocharme o amonestarme / por ese hiato anormal. / Porque la oscuridad restaura lo que la luz no puede reparar”.

                                                                                                                                Brodsky también acude al código de la elegía, de la especulación lírica, para examinar su realidad. En El fin de una era bella, escribe: “¿O debería irme a través de las aguas, / como Cristo? De cualquier modo, en estos barrios alabados, / los ojos alelados por el hielo y el trago / te reprocharán igual por lo que sea que escojas: / rieles sin rastro, aguas sin rastro”. En Me siento junto a la ventana dice: “Me siento en la oscuridad. Y sería difícil descifrar / qué es peor: la oscuridad de adentro o la oscuridad de afuera”. En Nature morte (un poema quizás inspirado por la lectura de Malone Dies de Beckett) se eleva una voz existencial: “Polvo. Cuando se encienden las luces / no hay más que polvo [...]. / Las cosas no se mueven ni se ponen de pie. / Ése es nuestro delirio”.

                                                                                                                                Y en 24 de mayo de 1980, quizá su mejor muestra de lirismo, escribe: “He mordisqueado el pan del exilio: está rancio y cundido de verrugas. / Le he otorgado a mis pulmones todos los sonidos salvo el aullido; / me he reducido a un murmullo. Ahora tengo cuarenta años. / ¿Qué debo decir sobre la vida? Que es larga y aborrece la transparencia. / Los huevos rotos me entristecen; el omelette, sin embargo, me hace vomitar. / Pero hasta cuando rellenen mi laringe con arcilla café / sólo gratitud saldrá de ella”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La maravilla poética de Brodsky (cuyas traducciones al español, especialmente las de su poesía, son inexistentes en las librerías bogotanas y también en las del resto de ciudades principales) reside en que manipula su medio a su antojo. En sus manos, el aparato de la poesía es ágil, ingenioso, flexible y dúctil, hasta el punto que pareciera que sólo con sus elecciones formales, con ese metro y en ese número de estrofas y en ese tono, se pueden alcanzar los confines de su objeto. Brodsky, como buen poeta (y a pesar de los numerosos tropiezos lingüísticos en las traducciones de su poesía al inglés, que él revisó e incluso ejecutó personalmente y que fueron su canal de comunicación con el mundo literario occidental), da la sensación de que ha fatigado las posibilidades de su tema y de que sólo queda ir en contra de él, merodeando por sus arrabales, para allanar nuevos caminos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En De Odiseo para Telémaco, que describe la añoranza de un padre por su hijo, usa el código que, creo, mejor demuestra sus habilidades de deformación, el mitológico: “Para el vagabundo las caras de todas las islas / se parecen unas a las otras. Y la mente / se tropieza, enumerando olas; los ojos, sensibles por tanto horizonte de mar, / se escapan, y la carne del agua colma los oídos [...]. / Crece entonces, mi Telémaco, vuélvete fuerte. / Sólo los dioses sabrán si nos encontraremos otra vez”. En Cartas a un amigo romano, el mismo código se emplea para hablar de la política y el exilio, del suyo, de todos: “El que vive distante de las tormentas de nieve y del César, / no tiene necesidad de afanarse, lisonjear, pasar por cobarde. / Podrás decir que los gobernadores locales son buitres. / Yo, por mi parte, prefiero un buitre a un vampiro”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Podría argüirse que en estos poemas hay denuncia y queja, que son, después de todo, versos políticos. Sí, pero su alcance es mucho mayor que el de un panfleto de manual donde se hubieran reemplazado los nombres de Odiseo y Telémaco por los de Brodsky y su hijo y el del César por el de Khrushchev y donde la metáfora hubiera sido desplazada por la confesión a secas: sumergido en su código mitológico y clásico (Brodsky fue un lector dedicado de Propercio, Horacio y Ovidio), el poema expresa las porosidades del poder y las sensaciones del exilio en un campo imaginativo que supera sus meras circunstancias de tiempo y espacio, como si se tratara de un problema original y esencial de la naturaleza humana, condenado a repetirse sin cesar. A eso mismo se refiere el poeta polaco Zbigniew Herbert, a quien Brodsky admiraba, cuando habla de negarse a escribir durante la posguerra en el léxico del reclamo y la protesta: “No escribí de ese modo porque quería otorgar una visión más amplia a la situación vivida, específica e individual, o más bien porque quería mostrar sus perspectivas generales más profundas”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Como en el caso de los poemas de Seamus Heaney en North (1975), que tratan el conflicto irlandés con una visión que se alimenta de los mitos y los descubrimientos arqueológicos, el fondo de los poemas de Brodsky consigue su elevación gracias, ante todo, a la escultura de la forma. Cada registro poético al que acude (mitológico, elegíaco, en fin) es como un cincel, limpio y afilado, que da volumen y vida y dirección a las maderas bastas. Sin la escultura de la forma, sin el estilo, que es una visión de mundo y una jerarquía rítmica de los elementos de la vida, no habría más que una sustancia floja y fría.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Y vuelvo a la idea que esbocé en los primeros párrafos: es gracias a estas numerosas variaciones del estilo que la poesía supera a la historia. Es la percepción poética de Brodsky la que descubre y determina la asociación entre dos imperios (el soviético y el romano; a veces incluso el ruso y el bizantino) que viven y se extienden en espacios y tiempos distintos y distantes. La poesía puede agrupar la historia y reordenarla como quiera en los moldes poéticos que se ha inventado; es su amaestradora y a veces su mejor exégeta; puede recorrerla y hacerla caber entera en un verso o en un par de líneas (Virginia Woolf lo consigue en cierto párrafo inicial de Mrs Dalloway donde avanza desde el presente hasta un remoto futuro de cenizas y polvo en cinco líneas).

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Algo parecido escribe W. H. Auden en En memoria de W. B. Yeats, que causó tantas epifanías en Brodsky cuando lo leyó por primera vez en su exilio de parásito: “El tiempo, que es intolerante / con los valientes e inocentes / e indiferente en una semana / a un físico hermoso, / venera al lenguaje y perdona / a todo el que vive a su sombra”. El tiempo (o la historia) venera al lenguaje: el lenguaje tiene esencia de dios.

                                                                                                                                Mi correo: juandtorresd@gmail.com

                                                                                                                                El tiempo, la muerte, el exilio, el amor, la primacía de la poesía sobre la historia: ésos son los temas de la obra de Joseph Brodsky (Leningrado, 1940; Nueva York, 1996), repartida en unos pocos pero sustanciosos libros de poesía y ensayo. Son los temas de un poeta cuyo arte y cuyo ingenio siempre fueron más anchos y más profundos que sus circunstancias históricas.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Su poesía, a pesar de su calvario personal, no acoge los tonos de la denuncia y la queja y el panfleto, sino los de la elegía y la metafísica y la mitología y la música (aquí recita uno de sus poemas, Nature morte: lo canta, más bien).

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Para este manojo de nervios, lo que más cuenta es la visión particular del artista (su misión es alimentar esa visión y serle fiel a toda costa). “La realidad por sí misma no vale un comino”, escribe Brodsky en uno de sus ensayos. “Es la percepción lo que eleva la realidad a significado”. Para convertirse en significado, esa percepción debe ser trabajada, deformada, trasladada a otro ámbito, otro código, donde pueda tomar la forma de una canción y extender sus estrechos límites históricos.

                                                                                                                                Brodsky consigue esa hazaña con una variedad de registros poéticos. Uno es el amoroso (o nostálgico o apesadumbrado: nostalgia y pesadumbre son los funcionarios funerarios del amor), que resuena en poemas como Seis años después (“Tan larga había sido la vida juntos / que ella y yo, con nuestras sombras conjuntas, habíamos compuesto / una doble puerta, una puerta que, aunque estuviéramos / hundidos en el trabajo o el sueño, siempre estaba cerrada: / de algún modo sus mitades fueron divididas y caminamos / a través de ellas hacia el futuro, hacia la noche”) y Sobre el amor, donde cuenta un sueño: “Y con la luz encendida / sabía que te dejaba sola ahí, / en la oscuridad, en el sueño, donde en calma / esperarías mi regreso, / sin tratar de reprocharme o amonestarme / por ese hiato anormal. / Porque la oscuridad restaura lo que la luz no puede reparar”.

                                                                                                                                Brodsky también acude al código de la elegía, de la especulación lírica, para examinar su realidad. En El fin de una era bella, escribe: “¿O debería irme a través de las aguas, / como Cristo? De cualquier modo, en estos barrios alabados, / los ojos alelados por el hielo y el trago / te reprocharán igual por lo que sea que escojas: / rieles sin rastro, aguas sin rastro”. En Me siento junto a la ventana dice: “Me siento en la oscuridad. Y sería difícil descifrar / qué es peor: la oscuridad de adentro o la oscuridad de afuera”. En Nature morte (un poema quizás inspirado por la lectura de Malone Dies de Beckett) se eleva una voz existencial: “Polvo. Cuando se encienden las luces / no hay más que polvo [...]. / Las cosas no se mueven ni se ponen de pie. / Ése es nuestro delirio”.

                                                                                                                                Y en 24 de mayo de 1980, quizá su mejor muestra de lirismo, escribe: “He mordisqueado el pan del exilio: está rancio y cundido de verrugas. / Le he otorgado a mis pulmones todos los sonidos salvo el aullido; / me he reducido a un murmullo. Ahora tengo cuarenta años. / ¿Qué debo decir sobre la vida? Que es larga y aborrece la transparencia. / Los huevos rotos me entristecen; el omelette, sin embargo, me hace vomitar. / Pero hasta cuando rellenen mi laringe con arcilla café / sólo gratitud saldrá de ella”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La maravilla poética de Brodsky (cuyas traducciones al español, especialmente las de su poesía, son inexistentes en las librerías bogotanas y también en las del resto de ciudades principales) reside en que manipula su medio a su antojo. En sus manos, el aparato de la poesía es ágil, ingenioso, flexible y dúctil, hasta el punto que pareciera que sólo con sus elecciones formales, con ese metro y en ese número de estrofas y en ese tono, se pueden alcanzar los confines de su objeto. Brodsky, como buen poeta (y a pesar de los numerosos tropiezos lingüísticos en las traducciones de su poesía al inglés, que él revisó e incluso ejecutó personalmente y que fueron su canal de comunicación con el mundo literario occidental), da la sensación de que ha fatigado las posibilidades de su tema y de que sólo queda ir en contra de él, merodeando por sus arrabales, para allanar nuevos caminos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En De Odiseo para Telémaco, que describe la añoranza de un padre por su hijo, usa el código que, creo, mejor demuestra sus habilidades de deformación, el mitológico: “Para el vagabundo las caras de todas las islas / se parecen unas a las otras. Y la mente / se tropieza, enumerando olas; los ojos, sensibles por tanto horizonte de mar, / se escapan, y la carne del agua colma los oídos [...]. / Crece entonces, mi Telémaco, vuélvete fuerte. / Sólo los dioses sabrán si nos encontraremos otra vez”. En Cartas a un amigo romano, el mismo código se emplea para hablar de la política y el exilio, del suyo, de todos: “El que vive distante de las tormentas de nieve y del César, / no tiene necesidad de afanarse, lisonjear, pasar por cobarde. / Podrás decir que los gobernadores locales son buitres. / Yo, por mi parte, prefiero un buitre a un vampiro”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Podría argüirse que en estos poemas hay denuncia y queja, que son, después de todo, versos políticos. Sí, pero su alcance es mucho mayor que el de un panfleto de manual donde se hubieran reemplazado los nombres de Odiseo y Telémaco por los de Brodsky y su hijo y el del César por el de Khrushchev y donde la metáfora hubiera sido desplazada por la confesión a secas: sumergido en su código mitológico y clásico (Brodsky fue un lector dedicado de Propercio, Horacio y Ovidio), el poema expresa las porosidades del poder y las sensaciones del exilio en un campo imaginativo que supera sus meras circunstancias de tiempo y espacio, como si se tratara de un problema original y esencial de la naturaleza humana, condenado a repetirse sin cesar. A eso mismo se refiere el poeta polaco Zbigniew Herbert, a quien Brodsky admiraba, cuando habla de negarse a escribir durante la posguerra en el léxico del reclamo y la protesta: “No escribí de ese modo porque quería otorgar una visión más amplia a la situación vivida, específica e individual, o más bien porque quería mostrar sus perspectivas generales más profundas”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Como en el caso de los poemas de Seamus Heaney en North (1975), que tratan el conflicto irlandés con una visión que se alimenta de los mitos y los descubrimientos arqueológicos, el fondo de los poemas de Brodsky consigue su elevación gracias, ante todo, a la escultura de la forma. Cada registro poético al que acude (mitológico, elegíaco, en fin) es como un cincel, limpio y afilado, que da volumen y vida y dirección a las maderas bastas. Sin la escultura de la forma, sin el estilo, que es una visión de mundo y una jerarquía rítmica de los elementos de la vida, no habría más que una sustancia floja y fría.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Y vuelvo a la idea que esbocé en los primeros párrafos: es gracias a estas numerosas variaciones del estilo que la poesía supera a la historia. Es la percepción poética de Brodsky la que descubre y determina la asociación entre dos imperios (el soviético y el romano; a veces incluso el ruso y el bizantino) que viven y se extienden en espacios y tiempos distintos y distantes. La poesía puede agrupar la historia y reordenarla como quiera en los moldes poéticos que se ha inventado; es su amaestradora y a veces su mejor exégeta; puede recorrerla y hacerla caber entera en un verso o en un par de líneas (Virginia Woolf lo consigue en cierto párrafo inicial de Mrs Dalloway donde avanza desde el presente hasta un remoto futuro de cenizas y polvo en cinco líneas).

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Algo parecido escribe W. H. Auden en En memoria de W. B. Yeats, que causó tantas epifanías en Brodsky cuando lo leyó por primera vez en su exilio de parásito: “El tiempo, que es intolerante / con los valientes e inocentes / e indiferente en una semana / a un físico hermoso, / venera al lenguaje y perdona / a todo el que vive a su sombra”. El tiempo (o la historia) venera al lenguaje: el lenguaje tiene esencia de dios.

                                                                                                                                Mi correo: juandtorresd@gmail.com

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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