Costas extrañas

Lost in translation: ‘Pedro Páramo’ en inglés

J. D. Torres Duarte
31 de enero de 2024 - 02:05 a. m.
Lost in translation: ‘Pedro Páramo’ en inglés
Foto: Cortesía

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Para 1955, la fama de Juan Rulfo se restringía al grupúsculo de lectores que lo conocían por El Llano en llamas, una compilación de relatos que había publicado dos años antes y que, aunque había tenido una tirada de apenas 2.000 ejemplares que tardaron en venderse, había recogido buenas críticas. La publicación de Pedro Páramo en marzo no modificó de manera inmediata su grado de celebridad: según Rulfo, de los 2.000 ejemplares de la primera tirada, 1.500 se lograron vender sólo a lo largo de cuatro años y los restantes 500 se agotaron por la única razón de que fueron regalados. Pero en las siguientes décadas, a pesar de que las primeras críticas se dolieron de su estructura y de su propósito estético, Pedro Páramo concedió a su autor un éxito pausado pero seguro que lo tomó por sorpresa (“Nunca me imaginé el destino de esos libros”, escribió Rulfo. “Los hice para que los leyeran dos o tres amigos o, más bien, por necesidad”) y que para 1983, tres años antes de su muerte, le habría permitido ufanarse de la venta de 500 mil ejemplares en doce ediciones y de traducciones al alemán, inglés, holandés, turco, francés, ucraniano, griego y chino (sin embargo, Rulfo nunca presumió ni abusó de su buena estrella: al contrario, se mostraba modesto, parco y oscuro ante los halagos mediáticos, y nunca más publicó otra novela).

Parte de la fortuna editorial de Pedro Páramo se debe a la consolidación de su reputación literaria entre escritores de gran peso. Gabriel García Márquez divulgó sus virtudes poéticas y espectrales en prólogos y charlas, comparó su logro estético con el de Sófocles, lo consideró una vía de escape en su atropellado camino personal hacia la fantasía; Jorge Luis Borges lo incluyó en su selección personal, publicada en más de sesenta tomos en el ocaso de su vida, con estas palabras: “Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de la literatura”; Carlos Fuentes y Octavio Paz escribieron con exaltación sobre sus aspectos mexicanos y universales. Hace sólo unas semanas, The New York Times abrió su sección de libros con un artículo de Valeria Luiselli que repasaba el genio sonoro de Rulfo y su puesto en la literatura mundial y hacía notar con perspicacia su relación de influencia con Cormac McCarthy. Pedro Páramo es hoy considerado un clásico inagotable y una muestra de que la buena literatura comenzó en las aldeas del sur antes del imperio del boom.

En su reseña, Luiselli emparenta a Rulfo, con gran acierto, con la línea modernista de Eliot, Kafka y Beckett. El vínculo de Rulfo con los modernistas (incluso los modernistas más arriesgados como Beckett) no es una idea sorpresiva para los lectores latinoamericanos, puesto que desde la publicación de Pedro Páramo algunos de sus pasajes fueron calificados en México como “faulknerianos” (aunque Rulfo confesó que por entonces todavía no había leído a Faulkner), pero sí resulta una idea sorpresiva para el establecimiento literario estadounidense, que durante largo tiempo, aislado en una fortaleza editorial a la que ha llegado a cuentagotas la noticia de que en las remotas aldeas al sur del río Grande también se repartió el don de la gran literatura, consideró a Rulfo apenas como un escritor latinoamericano cuyas cualidades eran más antropológicas que literarias.

Su interés por la obra de Rulfo fue en principio tan superficial, miope y apático que la primera versión de Pedro Páramo al inglés, en manos de Lysander Kemp y publicada en 1959, la única en el mercado durante casi cuatro décadas, se dio la licencia de abreviar y suprimir numerosos pasajes y tratar con entera negligencia la cadencia oral y culta de su prosa. La reivindicación seria de Pedro Páramo en el mundo anglófono comenzó casi cuarenta años después de su publicación original con el célebre prólogo de Susan Sontag para la segunda traducción, a cargo de Margaret Sayers Peden y publicada en 1994. En su prólogo, apoyada en los veredictos de García Márquez y Borges, Sontag resaltó la heterodoxia de la estructura de Pedro Páramo y su fascinación por los hábitos de los muertos, la declaró una obra maestra y equiparó la destreza de su narrador con las de Joseph Roth y Heinrich von Kleist. Rulfo quedaba entonces descrito como un artista que superaba los accidentes de su biografía y se inscribía, como había ocurrido ya en Latinoamérica, en la región grande y sin nacionalidad de la literatura.

Desde entonces, al reconocimiento de Sontag se han sumado los de numerosos escritores de raíces latinas que escriben en inglés (o que han penetrado el mercado inglés en Estados Unidos gracias a un torrente de traducciones más o menos recientes, en particular de obras contemporáneas) y que confiesan una deuda de forma y fondo con la visión y el trabajo de Rulfo. (En noticias menos optimistas, Pedro Páramo todavía parece incapaz de permear el medio europeo, aunque los constantes elogios que hace de la novela el director de cine Werner Herzog sugieren que tiene las puertas abiertas para un tercer descubrimiento en Europa.) A ese camino de rehabilitación de Rulfo como autor universal habría que añadirle un evento reciente, que fue el incentivo para el artículo de Luiselli en The New York Times: la publicación de una tercera traducción de Pedro Páramo, hace apenas unas semanas, a cargo de Douglas J. Weatherford, una nueva tentativa de trasladar a Rulfo a una lengua en la que, a pesar de los buenos deseos, todavía parece fuera de su elemento. El problema consiste, sobre todo, en el género de español que propone Rulfo, cuyo fraseo mezcla sin vergüenza la lengua literaria con los giros orales y cuyos mejores pares en tono y color en el mundo anglófono podrían ser, no McCarthy ni Faulkner, sino Saul Bellow y J. D. Salinger, también tan huidizos cuando se intenta abrirles un lugar en la lengua castellana.

2

Para ilustrar la dificultad de traducir a Rulfo al inglés, basta con examinar, en las tres traducciones publicadas y en una inédita, la oración de arranque de Pedro Páramo: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”.

Se trata de una oración que tiene la virtud encontrada de la ligereza y la densidad, porque presenta simultáneamente un aspecto de enorme sencillez (en sus elecciones de vocabulario, en el orden de sus elementos, incluso en su aliteración entre padre, Pedro y Páramo) y un interior poblado de informaciones complicadas: habla de un viaje (“Vine a Comala”), consigna la ubicación presente del narrador (“acá”, lo que sugiere algún “allá”), avisa sobre el rumor que lo incita a emprender el viaje (“porque me dijeron”) y sobre su presunto parentesco con Pedro Páramo, y la suma de esas informaciones no conduce a la certeza, sino a la formulación de varias preguntas difíciles sobre la naturaleza y la misión del narrador. ¿Por qué no conoce con rigor el nombre de su padre? ¿Por qué ni siquiera parece haberlo visto nunca? ¿Con qué propósito se lanza en su búsqueda mientras procede con base en rumores, en una presunta identidad (y luego, como dice poco después, en una ilusión, es decir, en una esperanza y en un engaño)? ¿Quién es en verdad Pedro Páramo?

La extrañeza del narrador y la opacidad de su misión se acentúan con el último segmento de la oración, el inciso en que se revela vagamente el supuesto nombre del padre y que por su aliento de vacilación nos permite dudar de inmediato de su existencia en el mundo de los vivos: “un tal Pedro Páramo”. Como la expedición que propone Pedro Páramo tiene como destino el reino de los muertos, y como en la novela el único modo de estar vivo es estar muerto, es apropiado y justo que el recuento de sus circunstancias sea vago, turbio y variable como el contorno de un espíritu (y también, por cierto, como los frutos de la memoria). Su condición elegida de penumbra es tan esencial y tenaz que en mitad del libro el narrador todavía está diciendo: “Vine a buscar a Pedro Páramo, que según parece fue mi padre”. Cualquier intento por traducir a Rulfo implica asumir y reconstituir esa atmósfera de vaguedad e imprecisión, que eleva a la novela desde su primera oración a la región de los que transitan temblando.

Es inadecuado, entonces, el movimiento de precisión que opera en la traducción de Sayers Peden (1994), en la que incluso el verbo central (“me dijeron que”) parece haber sido enmendado para darle un matiz de certera temporalidad: “I came to Comala because I had been told that my father, a man named Pedro Páramo, lived there”. Cuando escribe “I had been told” (“me habían dicho”) en lugar del más elemental y fiel “I was told” (“me dijeron”), Sayers le asigna a la oración un tiempo preciso que en el original no existe, pues “me dijeron” se refiere a cualquier punto en el pasado, mientras que “me habían dicho” señala el instante exacto que precede al viaje (y se nos dice, dos párrafos después, que ha transcurrido un cierto tiempo de duda, un vago tiempo de duda, entre la noticia del padre y el comienzo de su búsqueda). De otro lado, Sayers convierte el “acá” de Rulfo en un “allí” o “allá” (“there”), de modo que oculta y deforma la ubicación real del narrador (nos enteraremos más tarde que está pronunciando su monólogo, como el resto de personajes, desde el país de las almas en pena); la oración, además, pierde su fuerza de acumulativa imprecisión cuando Sayers opta por coronarla con “lived there” (“vivía allí”) en vez del original “un tal Pedro Páramo”, un trozo de información, como se vio, dispuesto en el cierre de la oración para producir su mayor efecto de vaguedad y oscuro asombro. El ejercicio de la traducción exige con frecuencia modificaciones en la jerarquía de las palabras; aquí son todas evitables, pues la posición de sus elementos en español es más o menos extrapolable al inglés. Ordenada como está en la traducción de Sayers, la oración termina en una improbable cojera.

Su mayor defecto, sin embargo, no radica en su abusiva intervención sintáctica (que equivale, con la obra de escritores meticulosos, a alterar el ritmo y la configuración de su visión), sino en la traducción de un fragmento en apariencia menor: Sayers vierte “un tal Pedro Páramo” en “a man named Pedro Páramo”. Mientras en las palabras de Rulfo el narrador a duras penas sospecha que su padre se llama Pedro Páramo (“un tal”), en las de Sayers su sospecha se coagula en una certidumbre (“named”). Para Rulfo es una identidad borrosa; para Sayers ya es un nombre y, por lo tanto, una coordenada clara. Para Rulfo es una presencia; para Sayers, apenas un hombre. Se desvanece de golpe la aventura hacia lo inexacto y lo ilimitado.

La versión de Weatherford (2023) de la oración de apertura procede con mejor tino: “I came to Comala because I was told my father lived here, a man called Pedro Páramo”. Weatherford suprime el inconveniente “I had been told” y restituye el simple “I was told”; registra con fidelidad la situación de ultratumba del narrador; cierra en la cima de incertidumbre que le asignó Rulfo. Falla, pero por poco, al aproximarse a la indefinición de “un tal Pedro Páramo” con “a man called Pedro Páramo”, puesto que en comparación con “named” (que evoca un nombre), “called” (“llamado”) sugiere que Pedro Páramo podría no ser su nombre sino una deformación de su nombre o acaso un alias. Su traducción consigue plasmar a Pedro Páramo como una silueta brumosa, como un juego de presencias superpuestas. Sin embargo, la vaguedad rigurosa e inflexible de “un tal” reclama medidas extremas y, en definitiva, el olvido transitorio de toda correspondencia de Pedro Páramo con un hombre de carne y hueso.

Es irónico, entonces, que la versión publicada que mejor se acerca al decir de Rulfo sea la de Kemp (1959), cuya traducción desfiguró la obra de Rulfo y sólo fue fiel a la doctrina estadounidense según la cual se debe aniquilar todo lo que sea ajeno e incomprensible. Kemp tradujo así el inicio de Pedro Páramo: “I came to Comala because I was told that my father, a certain Pedro Páramo, was living here”. Es lícito culpar a Kemp por su desacierto al concluir la oración con la misma impertinente inversión de Sayers; es lícito también deplorar su rechazo de “lived here”, que con su opacidad mantiene la ubicación de Pedro Páramo en la órbita del rumor, en favor de “was living here”, que da la impresión certera de que el padre está viviendo ahora mismo en Comala. Pero también es admirable su apego a la imprecisión rulfiana cuando traduce “un tal” por “a certain”. Su olor de vaguedad es total y la ausencia de la figura de un hombre permite al fin concentrarse en el aspecto esencial del inciso, las palabras Pedro Páramo, en sus evocaciones de una tierra yerma, fría e inhospitalaria, en su vocación de formación intemporal de la naturaleza (tanto Páramo como Pedro, que viene de piedra). Una traducción atenta (aunque Kemp dista de ser un traductor atento en muchas otras áreas) redunda en la lectura abundante de ciertos planos invisibles.

A estas alturas, se podría concebir una lista de rasgos para la traducción ideal de la línea de entrada de Pedro Páramo. En cierta península de los márgenes de Washington, existe una que parece contenerlos, pero permanece oculta al público anglófono.

3

Thomas Hitoshi Pruiksma, que vive en Vashon Island, Washington, es un escritor estadounidense que ha vertido al inglés textos de sabiduría del tamil (The Kural: Tiruvalluvar’s Tirukkural y Give, Eat, and Live: Poems of Avvaiyar) y publicado un libro de poemas de su autoría, The Safety of Edges. Desde hace 20 años, Pruiksma cultiva un tranquilo fervor por el español y por Pedro Páramo, y ha estado trabajando desde entonces en una traducción que por cuestiones de derechos no ha sido publicada y que él se contenta con enseñar a quien quiera pedírsela con curiosidad mediante un correo electrónico. Mientras consigue publicarla, Pruiksma se embarca cada año en una campaña de reforma y reescritura para, según cuenta, componer el paralelo en inglés que mejor replique “la armonía verbal” de Rulfo, que es “fundamental en la experiencia, importancia y los múltiples significados de la novela”. Pruiksma publicaría en el corto plazo (no está seguro, depende de nuevo de la voluntad inescrutable de la máquina editorial) un libro sobre la labor intensa de traducir a Rulfo al inglés.

En su versión, Pruiksma ofrece esta equivalencia para la línea de arranque de Pedro Páramo: “I came to Comala because I was told my father lived here, one Pedro Páramo”. Las formas de los verbos (“was told”, “lived”) respetan los modos inexactos del original; el espacio desde donde el narrador formula sus ecos es, en efecto, un cierto limbo; Pedro Páramo resalta al final del orden como una enorme y desperdigada presencia. En contraste con la versión de Kemp (“a certain”), Pruiksma es aun más vago y mínimo, lo que amplifica las reverberaciones borrosas de la oración: “one” Pedro Páramo, alguno con esas señas, uno que responde a esas palabras, acaso uno entre una multitud que no se puede señalar con el dedo. Una entidad ubicua y fantasmal. El Pedro Páramo que, unas líneas después, es padre del mundo entero. La versión de Pruiksma, a pesar de un timbre algo culto en ese “one” (que en español es, en cambio, de lo más coloquial), restaura en inglés su aire de descomunal opacidad y anuncia el tono general y lírico de incertidumbre del resto del libro.

El predominio de una sola traducción en el mercado suele imponer ciertas lecturas sobre la obra y producir malentendidos: Kafka fue un Kafka deforme en las traducciones del matrimonio Muir; cierta negligencia en la traducción de Malone muere de la editorial Sur sólo pudo ser remediada décadas después por la versión juiciosa de Matías Battistón en Ediciones Godot. Las cinco traducciones de Joyce al español, en cambio, ilustran las ventajas de las muchas variaciones: Joyce, gracias a la inacabable labor de arqueología que implica una traducción, es cada vez más castellano sin dejar de ser irlandés. Todavía es admisible jugar en inglés con las oraciones de Rulfo en busca de su consistencia: especulo que, para mayor ambigüedad y un coloquialismo más fiel, “some” podría sustituir a “one”, “some Pedro Páramo”. Las obras maestras exigen más de un intento para trasladarlas con alguna naturalidad a un ambiente ajeno y a veces hostil (en un proceso, por cierto, de tensa domesticación). El acento vernáculo de Rulfo se beneficiaría, como el de Dante o el de Joyce, de las múltiples aproximaciones, y sería conveniente y deseable la inclusión de la versión de Pruiksma en los estantes del mundo inglés para la comprensión y la merecida difusión de los fantasmas de Rulfo.

Mi correo: juandtorresd@gmail.com

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John(00956)04 de febrero de 2024 - 10:58 a. m.
Excelente columna. Por la manera clara en la que esta escrita, muestra a un público amplio las dificultades la traducción y el valor que le debemos dar.
Fernando(01465)01 de febrero de 2024 - 06:56 p. m.
Como siempre, un placer leerlo. Me parece que "some Pedro Páramo" no funcionaría. One, en cambio, es adecuado, lo mismo que "a certain". En fin, excelente columna. Gracias.
Marta(11929)01 de febrero de 2024 - 05:25 p. m.
Excelente artículo. Sí, traducir es un trabajo arduo, de tiempo, conocimiento y sensibilidad.
Roberto FP(97545)01 de febrero de 2024 - 05:23 p. m.
Disfrute la columna, gracias.
Helga66(40077)01 de febrero de 2024 - 02:12 a. m.
Buen y refrescante análisis literario.
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