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Costas extrañas

Sobre la habilidad de ver fantasmas

J. D. Torres Duarte
03 de noviembre de 2021 - 05:01 a. m.
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La metáfora es el gran aparato literario: es, en términos globales, el disfraz que permite que una cosa tenga las características de otra, como la habitación “empapada en la luz de la lámpara” que ve Proust en el inicio de En busca del tiempo perdido, como si la luz pudiera empapar como el agua, o como la gota de tinta en La alegría de escribir de Szymborska que contiene una “reserva considerable de cazadores” que le apuntan, como si la gota fuera un bosque y ella, una cierva. Quizá el primer acto metafórico fue el de crear las palabras: formas en un papel (o en el viento, como dice Vallejo en Logoi) que buscan equivaler a otras formas que existen en cerrado silencio en el mundo tangible y en el intangible.

La metáfora supone que cosas incluso demasiado lejanas pueden parecerse entre ellas: acorta los abismos de la materia. Cuando Borges escribe en Las ruinas circulares que “la selva palúdica ha profanado” el templo, la selva adquiere el carácter de cualquier cristiano que se interna en un lugar prohibido: el verbo profanar le da voluntad a un objeto que no la tiene. Cuando Rulfo escribe en Luvina que el viento avanza “hasta sentirlo bullir dentro de uno como si se pusiera a remover los goznes de nuestros mismos huesos”, todas las cosas están dislocadas, removidas de su lugar de costumbre: el viento “bulle” como si fuera agua caldeada y “remueve” como si tuviera manos, mientras los huesos tienen “goznes” como las puertas.

La metáfora infunde vida a lo que está quieto y anima lo que anda estancado. También recuerda que las cosas son más que sí mismas: que un objeto es apenas una referencia en el mundo físico, que detrás de él y en sus flancos anidan otros mil objetos invisibles. La metáfora hace otear al ojo y meditar al oído: una cerca eléctrica “tararea” como un colibrí, el tráfico “arrecia” como un río o “se espesa” como una masa de harina, el arroyo “remonta” o “salta” o “muerde” como una bestia montaraz. Para el ojo metafórico, la carne de las cosas es un accidente del tiempo. El ojo metafórico contempla fantasmas.

Por eso, una metáfora termina siendo más que un mero aparato que eleva una oración ordinaria a una extraña esfera de epifanía: la literatura misma, sospecho, no es más que el disfraz popular de la metáfora. Puesto que la literatura se dedica a coser universos que hablan por otros universos y a animar lo que primero fue piedra y suelo infértil, todo en ella, desde los ambientes hasta el fraseo, es metáfora.

La metáfora permite que en Fin de partida unos viejos sin extremidades se alojen en canecas y que en Los días felices una mujer esté enterrada hasta la cadera y luego hasta el cuello en una hinchazón de hierba chamuscada. La metáfora permite que Yeats hable a través de Bizancio de la nostalgia de envejecer. La metáfora permite que el rey Lear pase de gobernador supremo a mendigo y que Gloucester pierda sus ojos. La metáfora permite que Áyax acabe a cuchilladas con un rebaño de animales mientras sus ojos le dicen que son sus enemigos, Agamenón, Menelao y Odiseo. La metáfora permite que Jane Eyre observe en unas fotografías de parajes desolados y tristes de nieve su propia desolación y que Wuthering Heights sea, según Dante Gabriel Rosetti citado por Borges, el Infierno con nombres ingleses.

En todos estos casos, se trate o no de situaciones realistas (pero ¿qué es realista en literatura si todo es un acto de traducción y de perspectiva?), las cosas son otras cosas (ya se comienza a parecer esto al poema de Escobar: “Las cosas son iguales a las cosas…”). “El desierto es real y es simbólico”, escribió Borges de El desierto de los tártaros de Buzzati. La metáfora promueve esa paradoja. Fin de partida, con su emperador ciego y su servidor apestado de amargura y sus viejos tullidos, habla del oscuro amor al prójimo: no se trata sólo de un emperador ciego y su corte de impedidos. ¿No es El nadador, ese cuento corto y largo de Cheever, una metáfora bien limada del esfuerzo ingenioso y la recompensa que siempre elude? Pero en la superficie, sólo es un hombre que en un día de calor y guayabo resuelve irse a casa de piscina en piscina, “esa corriente cuasisubterránea” de los suburbios gringos. El artista del hambre puede parecer directo y seco en tono y en forma, a menudo casi informativo, pero no es sólo la historia de un hombre de circo que se justifica con el consuelo del ayuno.

La metáfora es una adición de los sentidos, una fervorosa linterna de exploración. El mundo que se vive con una habilidad metafórica es más ancho y más poblado que el que toma las cosas sólo por las cosas: el que supone que un árbol es apenas un árbol. Para quien vigila el mundo con un ojo de metáfora, el mundo es siempre nuevo, en lo turbio y en lo transparente. En ciertas regiones del globo, la metáfora, tipificada con otros nombres en los códigos civiles, supone un delito.

CODA

¿Se les viene otro texto a la cabeza que hable en clave de metáfora (o de alegoría, que es tan cercana a la metáfora)? Sigo sin concebir uno que no sea metáfora: hasta la Biblia (el libro de Job, por ejemplo), a pesar de tanto tonto, ateo y no, que la toma como manual de instrucciones.

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WILFREDO(2901)03 de febrero de 2022 - 03:36 p. m.
UN GRAN CONOCEDOR DEL ARTE DE LAS PALABRAS. MUY AGUDO, BUEN ENVITE A ATRAVESAR EL PORTAL DE LA METAFORA.
Felipe(97456)04 de noviembre de 2021 - 12:08 p. m.
Gracias... que rico leerlo!
Felipe(97456)04 de noviembre de 2021 - 12:07 p. m.
El Viejo y El Mar... metáfora completa...
Álamo(88990)04 de noviembre de 2021 - 04:04 a. m.
Bella metáfora del alma, de la vida y más allá de la vida, en trascendental poesía pura, el gran poema de Paul Valéry: El cementerio marino.
Ana(dubiy)04 de noviembre de 2021 - 02:21 a. m.
Auto de fe de Canetti, Homo Faber de Frisch, Romulo el grande y La visita de la vieja dama de Dürrenmatt... Pero también es interesante el fenómeno de las metáforas que terminan por no notarse en el habla cotidiana, algo que mostraban Vico y Nietzsche. El lenguaje cotidiano es poético: nombra una taza en el baño, un bizcocho, una llave, una regadera, una pera, una cadena, pero ya no los ve.
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