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                                                                                                                                Contenido Patrocinado
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                                                                                                                                Toda la literatura es contemporánea

                                                                                                                                El don aleatorio que otorga la literatura a un escritor no es la inmortalidad, que es un espejismo de la vanidad y la altanería, sino la actualidad: el poder de ser presente, de tener vigencia, de preservarse como evento y temblor, de formularse —sin hacer caso de la furia del tiempo, renaciendo según los virajes de su corriente— como novedad.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                La literatura consta de un solo tiempo, de un único periodo en forma de espiral: un eterno presente que va desde el primer libro que se escribió en la recámara húmeda de un palacio babilónico hasta el que se terminará de escribir, sin enmendaduras y en el corazón del ruido, en la víspera de las tormentas y los fuegos finales. Todos los libros que comprende ese conjunto abrumador circulan y laten en torno a los lectores del presente como si recién hubieran sido publicados: el orden por periodos y por escuelas es un consuelo de estudiante; el pasado es una ilusión; Ovidio, Jean Cocteau y Margarita García Robayo están escribiendo hoy.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

                                                                                                                                Que un texto antiguo hable del presente con tanta veracidad como cualquier libro vomitado por las imprentas este año es un aspecto reiterado hasta el cliché desde que Eliot y Calvino nos instruyeron en la lectura de los clásicos. Tiene menos fama, en cambio, el movimiento opuesto: la posibilidad de que un libro cuyas imágenes y cuyos referentes estén arraigados en el presente reconfigure, reanime y descifre las imágenes y los referentes del pasado. Una profecía en reversa. Omeros de Derek Walcott ocurre en la isla de Santa Lucía y dice mucho, sin embargo, de la Grecia náutica y aventurera de Homero de la que lo separan veintinueve siglos; a través de Comala se puede indagar el inframundo que visita Eneas; en una Dublín sin diosas ni gigantes, el Ulises de Joyce revela la vida interna de Odiseo en sus retornos interrumpidos. Ocurre también, en contraposición al dogma de que el pasado determina el presente, que los libros del presente reclasifican los del pasado: Kafka, según Borges, impone una estirpe inédita en la que se cuentan Von Kleist, Kierkegaard y Zenón de Elea. Elegir su parentela, refutar la genética, revivir la materia enterrada: conversiones posibles bajo la tutela de la literatura.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Mi correo: juandtorresd@gmail.com

                                                                                                                                El don aleatorio que otorga la literatura a un escritor no es la inmortalidad, que es un espejismo de la vanidad y la altanería, sino la actualidad: el poder de ser presente, de tener vigencia, de preservarse como evento y temblor, de formularse —sin hacer caso de la furia del tiempo, renaciendo según los virajes de su corriente— como novedad.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                La literatura consta de un solo tiempo, de un único periodo en forma de espiral: un eterno presente que va desde el primer libro que se escribió en la recámara húmeda de un palacio babilónico hasta el que se terminará de escribir, sin enmendaduras y en el corazón del ruido, en la víspera de las tormentas y los fuegos finales. Todos los libros que comprende ese conjunto abrumador circulan y laten en torno a los lectores del presente como si recién hubieran sido publicados: el orden por periodos y por escuelas es un consuelo de estudiante; el pasado es una ilusión; Ovidio, Jean Cocteau y Margarita García Robayo están escribiendo hoy.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Mi correo: juandtorresd@gmail.com

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