Publicidad

Lo bueno y lo malo que deja en confinamiento

Jaime Arias*
19 de junio de 2020 - 12:26 a. m.

Los días pasan implacables —para mí todos son lunes—, no sé cuándo llega el fin de semana y “me da lo mismo”, la rutina se va repitiendo inexorablemente, desde temprano hasta el anochecer. Ya ha pasado un trimestre y pueden faltar otros, perdemos la noción del tiempo.

Pero no todo debe ser molestia, aburrimiento y desesperanza; los colombianos somos resilientes, aguantamos y estamos esperando una nueva oportunidad para regresar a la vida normal; en medio de las privaciones e incomodidades actuales, encontraremos alicientes y momentos de satisfacción. Esperamos algo nuevo, tal vez mejor: la pandemia implica cambios, no es como los huracanes que pasan, devastan y destruyen dejando solo desolación. El coronavirus nos debe dejar lecciones y propiciar cambios. ¿Cambiarán la economía y la política? ¿Qué cambios tendrá la humanidad y cada uno de nosotros? ¿Todo seguirá siendo igual?

Aprovechar el momento para trasformar el país

Como país debemos movernos hacia un modelo de producción más diverso y fuerte. Depender solo del cultivo del café, como antes o, como ahora, del petróleo, constituye un riesgo que no se debe repetir. Se ha llegado el momento de pensar en una reforma tributaria seria, eficiente, justa y equitativa, la cual hemos venido posponiendo por años; pero, a la vez, hay que mantener la solidez del sistema financiero, que ha demostrado fortaleza, y la política monetaria desde el Banco Central. El país debe proteger más a su pequeña industria, que demostró fragilidad en la pandemia y, desde luego, propender hacia una industrialización importante para no depender tanto de las importaciones.

Colombia tiene vocación agrícola; hemos visto estos días la importancia del agro, aun cuando importemos cerca del 30 % de los alimentos que requerimos y exportemos muy poco. Urge aplicar el nuevo catastro a la tierra rural, eso sería revolucionario y cambiaría la economía agrícola hacia un modelo en que se equilibran dos fuerzas: la de los campesinos tecnificados y la industria agropecuaria.

No podemos seguir ignorando nuestra deuda con la naturaleza: hemos escuchado noticias que hablan de miles de hectáreas de bosque descuajadas durante la pandemia, de la contaminación y el daño a la tierra que causa la minería ilegal, del deterioro de nuestras fuentes hídricas, de las pérdidas de nuestra riqueza y diversidad en flora y fauna, de la pérdida del casquete de nieve de nuestros nevados; y ante ellas permanecemos impávidos, como si eso no pasara factura de cobro a las nuevas generaciones. Colombia debe adoptar una política ambiental de hechos, no de discursos o normas.

La pandemia nos ha mostrado la debilidad de nuestra seguridad social y del empleo. El “día después” significa adelantar una reforma pensional sensata, viable, justa, eficaz y progresiva; el Gobierno tiene las fórmulas, ha faltado voluntad política. El modelo de protección social —en el que se gastan más de 60 billones de pesos anualmente— no es efectivo, no saca a nadie de la pobreza, no estimula el empleo mínimo, no crea desarrollo ni conduce a la equidad; por lo tanto, debe revisarse. La estructura de salud pública territorial prácticamente no existe, y así se ha visto en la pandemia; urge desarrollar una estrategia de control epidemiológico robusta y descentralizada.

¿Cambiaremos a final del túnel?

Y, ¿de los cambios personales qué? Muchos individuos saldrán iguales, sin que los haya tocado el asunto, o saldrán marcados por el pesimismo. En cambio, otros adoptarán un estilo de vida más sosegado, menos consumista, más previsivo, tal vez con más sentido espiritual, con mayor conciencia de lo que es el interés público y la colaboración comunitaria.

En una encuesta realizada recientemente a estudiantes de la Universidad Central, que entre otras cosas contó con una respuesta significativa —cercana a la tercera parte de nuestra población estudiantil—, se indagó acerca de la intención de los estudiantes de continuar sus estudios con normalidad, ralentizarlos o posponerlos en el segundo semestre de 2020, así como sobre las principales motivaciones para inclinar su decisión en alguno de los tres sentidos señalados. Las motivaciones se pueden clasificar en cuatro grupos: salud, dificultades financieras, cambios en el bienestar general y adaptación a las clases remotas. En relación con este último ítem, llama la atención que en el subgrupo de quienes afirman su intención de aplazar, el 81 % mantiene su decisión si se continua en modalidad remota.

Los jóvenes universitarios, que constituyen una fuerza futura de liderazgo nacional, no pueden darse por vencidos simplemente porque no les gustó la educación remota mediada por tecnologías, porque les incomodó la cuarentena, o porque han caído en la incertidumbre sobre su futuro. Ese derrotismo no conduce a nada bueno; la vida es una lucha y una adaptación permanentes. Que se rindan los más viejos, entendible, pero que sean los jóvenes los que abandonan la batalla no es bueno.

En la Universidad Central nos estamos preparando con optimismo para una nueva etapa, diferente, innovadora, desafiante, mirando los retos próximos, pero a la vez entendiendo lo que ha sucedido antes. Esa empresa no la podemos dar solos los directivos y docentes, allí lo más importante es contar con la fuerza joven de nuestros estudiantes y de toda nuestra comunidad.

*Jaime Arias es rector de la Universidad Central

Por Jaime Arias*

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar