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Martín Moreno Caballero es uno de los protagonistas de la clásica novela “La marquesa de Yolombó”. Adolescente díscolo y noble, dispuso crucificar al esclavo Cirilo para festejar una Semana Santa en las minas de oro de su familia. Insolado y aguijoneado por miles de insectos, Cirilo suplicaba para que lo bajaran de la cruz y le desamarraran brazos y piernas. Para el amito esas eran cosas de flojera y cuando, al fin se compadeció, ya era muy tarde. Como máxima autoridad del pueblo, don Pedro Caballero dejó impune a su nieto por la muerte de la cual era culpable. No lo podía azotar porque era “hidalgo”, y para esa última mitad del siglo XVIII, ya eran dogmas que “los castigos se hicieron para los infelices” y que la crueldad venía “…de raza. Todo español es cruel: España es grande por guerras y conquistas, que no son sino crueldades” (pág 353 de la edición de Penguin Classics, 2024).
Si en Colombia la extrema derecha llegara al poder y comenzara a emular las promesas del movimiento MAGA ya instalado en los Estados Unidos, ¿prohibiría que en escuelas, colegios y universidades los estudiantes leyeran la obra clásica de Tomás Carrasquilla? El segmento citado y otros apartes de ese libro documentan cómo los españoles constituyeron su colonia a partir no solo del desprecio por la gente negra e india, sino de una naturalización que persiste: impunidad para las clases dirigentes. Así, hoy esos escritos podrían avergonzar a quienes hacen gala del orgullo por descender de quienes nos legaron su estirpe, religión y lengua. En los Estados Unidos, gobiernos como el de la Florida instituyeron el llamado “Stop WOKE Act” (Acto para detener el despertar) contra aquellas pedagogías críticas que puedan hacer sentir a los estudiantes avergonzados por su identidad racial o de género, léase blanca y heterosexual, porque no hay prohibiciones gubernamentales equivalentes contra docencias que avergüencen a gentes negras, latinas, hispanas, indias, asiáticas o LGBTIQ†.
Es bien probable que las Viquis les sigan los pasos al señor Ray Rodríguez, canciller del Sistema Universitario de la Florida, y propongan un programa de gobierno concordante con el de censura de libros iniciado durante el último lustro no solo allá, sino en Utah, Carolina del Sur y Tennessee, el cual ya va por diez mil títulos, incluyendo los que tengan como protagonistas a “personas de color” o LGBTIQ†, sexo y desnudos. Ese inventario incluye “Raíces” de Alex Haley, “Reconstrucción negra en América, 1860-1880″ de W.E.B. DuBois y “Cien años de soledad”. No será raro que las Marías Fernandas ideen propuestas alabadas por republicanos como Manny Díaz, Jr., comisionado de educación en la Florida: eliminar la sociología del ciclo básico universitario, considerando que “a la sociología la secuestraron activistas de izquierda”, de quienes se dice que no educan, sino adoctrinan. Esa opción también se extiende por Texas y Wyoming. El mencionado Rodríguez expresa otros pensamientos que deben ser muy apetitosos para nuestros Miguelitos Uribe y para quienes, por años, han pugnado por acabar con la enseñanza de historia y minimizar la relevancia de literatura y artes: si las ciencias sociales quedan por fuera del núcleo curricular, quienes ingresen a la universidad dependerán de materias electivas para afianzar su decisión de escoger esas carreras o virarán hacia campos de estudio que estén cubiertos por cursos obligatorios. Para Rodríguez, las universidades son mercados de ideas, y quienes las gerencien determinarán cuáles de esas ideas será rentable albergar en sus instituciones.
A esa militancia contra la diversidad la podrá reforzar una posible secretaria de Educación —Linda McMahon— quien propone realizar el Proyecto 2025 y desfinanciar la educación pública norteamericana. Promete estimular las instituciones privadas mediante subsidios con los cuales el Sur global ya ha experimentado, como es el caso de nuestro “ser pilo paga”. Adicionalmente, en Texas aprobaron la obligatoriedad de la formación bíblica desde pre kínder, tendencia que también aparece en Oklahoma y Luisiana, de modo que se vislumbra un futuro teocrático-plutocrático y monocultural de posible propagación hacia nuestro medio si no fortalecemos alternativas contrarias.
* Doctor en antropología cultural, Miembro fundador del Grupo de Estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional.