Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Escribo con la pena por la muerte de Ernesto Guhl Nanetti, amigo y guía a lo largo de 1997, en el trabajo sobre el Programa Nacional de Recursos Naturales.
En la memorable noche del 19 de junio de 2022, la vicepresidenta electa y su madre lucían vestidos con los patrones estéticos de las telas kente de los ashanties de Ghana (África occidental). Su carácter sagrado se debe a que la diosa-araña Ananse o Anancy tejió hilos de algodón y seda en largas bandas, con amarillos de fertilidad, azules de paciencia, zigzags de las sorpresas que da la vida o rombos de realeza.
La araña les pasó a las personas ese legado, junto con el fuego y la sabiduría que —gracias a su astucia— le había arrebatado al dios Niamen[1]. Por su ingenio, siempre vence a enemigos poderosos, según las historias que madres y padres Ashanti les relatan a sus hijos e hijas. Sus descendientes de las Américas y el Caribe continúan con la misma tradición, pese a que al Akán que hablaron sus antepasados lo remodeló el inglés de los esclavistas. Ese idioma creole de ahora, junto con la mitología de Anancy, aglutina a los raizales de San Andrés, Providencia y Santa Catalina con sus familias extendidas en Puerto Limón (Costa Rica), Colón (Panamá), Blue Fields y Monkey Point (Nicaragua), La Ceiba (Honduras), Jamaica e Islas Caimán. Al ejercer su solidaridad con las víctimas del huracán Iota que casi arrasa a Providencia el 13 de noviembre de 2020, optaron por llamar Creoleland a una nación cuya riqueza cultural, lingüística y paisajística ha menospreciado la élite andina amurallada en el provincialismo.
A esa miopía la deletrea el documento “Mar, Guerra y Violencia, el conflicto armado en el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina”[2]. Lo elaboraron mujeres de R-Youth Organization, Miss Nancy Land, Congala Providencia, Mamaroja Company y el Centro de Estudios Afrodiaspóricos de la Universidad Icesi de Cali, para ser incorporado al volumen de la Comisión de la Verdad, “Resistir no es aguantar, Violencias y daños contra los pueblos étnicos de Colombia”.En Mar, guerra y violencia aparecen otros colombianos que sí se pillaron la relevancia de la Creoleland, a saber, los carteles de la droga. En el archipiélago irrumpieron en el decenio de 1980, cuando, además de traficar, contribuyeron a ampliar el turismo depredador que introdujo la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla hacia 1955. Sin embargo, a partir de 2006, debido a la post-desmovilización, se afincaron Paisas, Urabeños y Rastrojos. Tomaron mayor conciencia tanto de la solidez de las parentelas de esa nación caribeño-occidental, como de las habilidades náuticas que sus miembros habían adquirido pilotando goletas y “cat boats” que usaban tanto para la pesca de la cual dependía parte de su sustento y el comercio insular, como para unir a los familiares y amigos del maritorio, es decir de las tierras emergidas del mar y de la unidad con las aguas que las rodean. Las mafias se valieron de Creoleland para bombear cocaína hacia México y el norte, y hacia el sur, armas y tulas de dólares. Mediante sus economías ilícitas, lograron algo que se le ha escapado al estado colombiano por medios legítimos: integrar al archipiélago con los ríos y ensenadas del Caribe continental y el Pacífico. De Mar, guerra y violencia, cito un testimonio sobre efectos de ese cambio:
“[San Andrés] es una gran lágrima de madres, que han perdido a sus hijos en dos … caminos posibles de la generación de las go fast [lanchas rápidas]: el cementerio de agua salada, que no es otra cosa que los dos millones de metros cuadrados del Caribe, o el laberinto intrincado de las cárceles de Centro y Norteamérica, las cuales están llenas de sanandresanos que ni siquiera han podido notificar a su familia a qué específico enrejado fue que los condujo su osadía…” (MGV, 10)
Otra de las autoras desnuda el trato asimétrico hacia la gente raizal:
“Estamos cansados de perder y de explicar hasta la saciedad que los habitantes del mar tienen pensamiento propio… Nos rebelamos contra una sola forma de país, de nación y de territorio…lo nuestro es el maritorio… la sensación salobre del destino. Tuvimos que esperar 104 años para que la Constitución Política nos reconociera como pueblo…No estuvimos cerca del Proceso de Paz pese a que nuestros muertos se encuentran bajo la fosa común de las olas. Más de 700 desaparecidos de altamar es una cifra abominable que merece que los responsables sean señalados y juzgados. Hemos perdido tanto mar que dentro de poco dejaremos de ser islas y seremos desiertos…”.
En contravía con esa tradición, durante la campaña, Francia Márquez visitó las islas en dos ocasiones. Propongo interpretar la ética que inspiró su presencia en función de la obra de Anancy: soy —hilo— porque somos —telaraña—. Se reunió con miembros de la Federación de Pescadores de Providencia en el Raizal Dignity Camp del arroyo Bowden, en busca de una vida más digna para ellos, y para oponerse a la construcción de una base guardacostas de la Armada en el sector de Old Town. Por su parte, el 22 de julio de 2022, nuestro próximo canciller, Álvaro Leyva Durán, conversó con el Raizal Team, incluyendo al internacionalista Ken Francis James, quien estuvo en La Haya y ha trabajado con Joe Jessy, Greybern Livingston y Fady Ortíz Roca. Leyva tuiteó “Recibí al equipo raizal, preocupado por las decisiones de la Corte Internacional de Justicia. Me presentaron la propuesta “Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina Corazón del Gran Caribe”. Estudiaremos conjuntamente las soluciones a la situación planteada”.
Temas adicionales de Mar, guerra y violencia serán objeto de próximas columnas.
* Miembro fundador del Grupo de estudios afrocolombianos, Universidad Nacional y profesor, Programa de Antropología, Universidad Externado de Colombia.
[1] Ver, Gyasi, Yaa. 2019. Volver a casa. Salamandra, Narrativa, pág.: 47.
[2] La antropóloga Inge Valencia, coautora de ese documento, contribuyó a mejorar este escrito.