Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
En Bucaramanga, el pasado 26 de febrero, el ministro de Cultura Felipe Buitrago lanzó El Año de la Libertad para conmemorar “los 170 años de la abolición de la esclavitud, que se cumplen el 21 de mayo… gracias a la expedición de la Ley 2ª de 1851″. Invita a aprovechar esa ocasión para el “cambio de estereotipos”, mas no para su erradicación como cimientos del racismo.
La propuesta volvió a recordarme la exofilia, aquella política consistente en combinar diversas formas de exclusión con las contrarias para la supuesta afiliación nacional. Entre las primeras sobresalen las desposesiones territoriales y sociales mediante plomo y glifosato. Entre las segundas, la de Luis Alberto Sevillano, director de Poblaciones del mismo ministerio para dedicar esas festividades a “reflexionar sobre los aportes de nuestros ancestros”, a quienes descalificó valiéndose de la desueta noción de “tribus”, al hablar en el programa radial UNAnálisis del 12 de abril.
También estudié un documental que el Instituto Colombiano de Antropología e Historia divulga en su página web para apoyar el mismo ágape. Se refiere al trabajo de Luis Francisco López acerca de la arqueología de las comunidades negras mediante excavaciones en la hacienda Cañasgordas de Cali. López pondera el valor del análisis interdisciplinario alabando su lectura de El Alférez Real que Eustaquio Palacios publicó en 1886, con aquellas “crónicas de Cali” de finales del siglo XVIII, escenificadas en la hacienda objeto de sus excavaciones, y María de Jorge Isaacs, desarrollada en El Paraíso, otra hacienda valluna de Cerrito. Cuando el video por fin llega a los tiestos excavados, muestra ¡piezas europeas e indígenas!
Parece que López no se percató de que Palacios narró que el Alférez Real compró unos negros bozales, o recién llegados de África, quienes “sintieron mucha alegría cuando encontraron en la hacienda otros negros congos, que hacía tiempo habían salido de su patria, pero recordaban perfectamente su nativa lengua, porque en ella se comunicaban entre s픨¨. Considerando que la gente del valle del río Congo llegó desde los primeros años de la colonia, se deduciría que las personas de esa afiliación habrían estado en estas tierras por dos siglos, los cuales parecen haber sido suficientes para diálogos pedagógicos con los indígenas, como ha demostrado Martha Luz Machado en su comparación de los patrones estéticos que presentan tanto los bastones de curación congos, como los que usan los médicos tradicionales de los pueblos embera y tule del Chocó y el Darién.
Por su parte, Isaacs recogió la historia de la nana de María. Se llamaba Nay y era una princesa Achimi de la familia lingüística Akán desterrada desde Ghana hasta Senegal, donde fue secuestrada la noche de su boda para ser deportada hacia las Américas. Esa pista daba para buscar patrones artísticos y religiosos de esas naciones. Se pueden apreciar en un pájaro Sankofa que hay en el Museo Nacional de Colombia o en páginas como la del Museo Metropolitano de Nueva York donde figuran bastones de los Ashanti labrados en madera y cubiertos de láminas de oro con la figura de Ananse, aquella deidad que aún hace parte de la tradición oral de ambos litorales y del Caribe insular. Parece ser que el mentado Año de la Libertad va a ser como el del glifosato, más de aquello mismo que a lo largo del tiempo ha demostrado ser un fracaso rotundo.
* Profesor, Programa de Antropología, Universidad Externado de Colombia.
** Página 133 de la edición facsimilar de 1886.