La imagen que reiteran los televisores es la del sicario que —a toda velocidad— huye en moto, después de haber acribillado a su víctima. Sin embargo, parece que esto cambia, según indicios que registré en Puerto Meluk, medio Baudó.
Reitero que viajé hasta allá para participar en la apertura de un diplomado en estudios afrocolombianos. Una de las maestras manifestó su preocupación debido a que un reciente desacuerdo entre dos adolescentes se había resuelto cuando una de ellas amenazó con matar a la otra. La madre de la agresora reforzó la intimidación blandiendo en el colegio la pistola que guardaba en su casa y asegurándoles a las docentes que no dudaría en usarla si a su hija volvían a contrariarla. Las maestras se sentían desbordadas porque no hallaban alternativas para corregir ese horror.
Horas más tarde, fui testigo del relato de un joven que se dedicaba a pintar casas y reforzaba sus ingresos bailando en una discoteca del puerto. Uno de sus compañeros de coreografía se dolía por las penurias que enfrentaban, y el pintor respondió que el de él sí era sufrimiento verdadero. Al final de su pubertad había visto cómo sicarios asesinaron a su papá. Ya desplazada, la familia se estableció más arriba del embarcadero, donde presenció el asesinato de uno de sus hermanos. Luego, vería cómo un sicario le disparaba a un segundo hermano, sentado en la salita de la casa. Consciente de que su víctima había sobrevivido, el asesino regresó, la remató y se alejó tranquilamente.
A los baudoseños se les acaban las ilusiones que les creó el Acuerdo de Paz. Constatan cómo toma vida la consigna de que “plomo es lo que hay”, orgullosamente propagada por quienes votaron no en el plebiscito de hace cinco años.
En un reciente foro académico conocí a dos abogadas quibdoseñas, profesoras de la Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba, quienes han hecho trabajo de terreno en el Baudó a favor de la paz. Les pregunté si los horrores descritos para Puerto Meluk no hablaban de una sedentarización del sicariato, de modo tal que, así como en una cuadra podía vivir un carpintero o una partera, también residía algo así como el asesino del pueblo. Sospechan que sí, por los 30 años que cumplió la instalación del conflicto armado en los ríos y valles chocoanos. Una de ellas explicó que había campamentos de grupos armados colindantes con los pueblos, de modo que la circulación de paramilitares y guerrilleros era cotidiana.
¿Y la autoridad? Caminando desde el hotel a la institución educativa, la Policía nos hizo requisas minuciosas, incluyendo la verificación telefónica de nuestras cédulas. Al mismo tiempo observamos cómo, con la mayor naturalidad, varios cargadores bajaban de un camión las pimpinas blancas de acetona que habían camuflado entre canastas de cerveza.
¿Lo observado allá son manifestaciones concretas del nuevo ciclo de violencia del cual habla Francisco Gutiérrez Sanín? Uno sueña que en 2022 nos libremos de un poder Ejecutivo empeñado en hacer trizas la paz. Sin embargo, no será nada fácil para el nuevo presidente diseñar las pedagogías necesarias para desterrar de los colegios las pistolas que los escolares usen para resolver sus disputas y, asimismo, lograr que rematar a un herido no sea parte del paisaje local.
Pese a las esperanzas que ofrecen las encuestas en cuanto al descenso del uribismo, no he visto que Gustavo Petro ni Alejandro Gaviria hagan gala de posiciones firmes en favor de las comunidades negras. En la entrevista con El País, de España, Petro mencionó a los indígenas, pero no a la gente de ascendencia africana. Y mientras que en los 60 puntos de la propuesta de Alejandro Gaviria hay referencias a los pueblos indígenas por su aporte a la salvaguardia de Chiribiquete y la naturaleza en general, no hay nada que se le compare con respecto a la gente negra, afrocolombiana, raizal y palenquera. Así, firmo por la candidatura de Francia Márquez, convencido de que ella sí será garante de la convivencia pacífica que preponderó en las afrocolombias hasta 1980.
* Profesor del programa de Antropología, Universidad Externado de Colombia.
La imagen que reiteran los televisores es la del sicario que —a toda velocidad— huye en moto, después de haber acribillado a su víctima. Sin embargo, parece que esto cambia, según indicios que registré en Puerto Meluk, medio Baudó.
Reitero que viajé hasta allá para participar en la apertura de un diplomado en estudios afrocolombianos. Una de las maestras manifestó su preocupación debido a que un reciente desacuerdo entre dos adolescentes se había resuelto cuando una de ellas amenazó con matar a la otra. La madre de la agresora reforzó la intimidación blandiendo en el colegio la pistola que guardaba en su casa y asegurándoles a las docentes que no dudaría en usarla si a su hija volvían a contrariarla. Las maestras se sentían desbordadas porque no hallaban alternativas para corregir ese horror.
Horas más tarde, fui testigo del relato de un joven que se dedicaba a pintar casas y reforzaba sus ingresos bailando en una discoteca del puerto. Uno de sus compañeros de coreografía se dolía por las penurias que enfrentaban, y el pintor respondió que el de él sí era sufrimiento verdadero. Al final de su pubertad había visto cómo sicarios asesinaron a su papá. Ya desplazada, la familia se estableció más arriba del embarcadero, donde presenció el asesinato de uno de sus hermanos. Luego, vería cómo un sicario le disparaba a un segundo hermano, sentado en la salita de la casa. Consciente de que su víctima había sobrevivido, el asesino regresó, la remató y se alejó tranquilamente.
A los baudoseños se les acaban las ilusiones que les creó el Acuerdo de Paz. Constatan cómo toma vida la consigna de que “plomo es lo que hay”, orgullosamente propagada por quienes votaron no en el plebiscito de hace cinco años.
En un reciente foro académico conocí a dos abogadas quibdoseñas, profesoras de la Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba, quienes han hecho trabajo de terreno en el Baudó a favor de la paz. Les pregunté si los horrores descritos para Puerto Meluk no hablaban de una sedentarización del sicariato, de modo tal que, así como en una cuadra podía vivir un carpintero o una partera, también residía algo así como el asesino del pueblo. Sospechan que sí, por los 30 años que cumplió la instalación del conflicto armado en los ríos y valles chocoanos. Una de ellas explicó que había campamentos de grupos armados colindantes con los pueblos, de modo que la circulación de paramilitares y guerrilleros era cotidiana.
¿Y la autoridad? Caminando desde el hotel a la institución educativa, la Policía nos hizo requisas minuciosas, incluyendo la verificación telefónica de nuestras cédulas. Al mismo tiempo observamos cómo, con la mayor naturalidad, varios cargadores bajaban de un camión las pimpinas blancas de acetona que habían camuflado entre canastas de cerveza.
¿Lo observado allá son manifestaciones concretas del nuevo ciclo de violencia del cual habla Francisco Gutiérrez Sanín? Uno sueña que en 2022 nos libremos de un poder Ejecutivo empeñado en hacer trizas la paz. Sin embargo, no será nada fácil para el nuevo presidente diseñar las pedagogías necesarias para desterrar de los colegios las pistolas que los escolares usen para resolver sus disputas y, asimismo, lograr que rematar a un herido no sea parte del paisaje local.
Pese a las esperanzas que ofrecen las encuestas en cuanto al descenso del uribismo, no he visto que Gustavo Petro ni Alejandro Gaviria hagan gala de posiciones firmes en favor de las comunidades negras. En la entrevista con El País, de España, Petro mencionó a los indígenas, pero no a la gente de ascendencia africana. Y mientras que en los 60 puntos de la propuesta de Alejandro Gaviria hay referencias a los pueblos indígenas por su aporte a la salvaguardia de Chiribiquete y la naturaleza en general, no hay nada que se le compare con respecto a la gente negra, afrocolombiana, raizal y palenquera. Así, firmo por la candidatura de Francia Márquez, convencido de que ella sí será garante de la convivencia pacífica que preponderó en las afrocolombias hasta 1980.
* Profesor del programa de Antropología, Universidad Externado de Colombia.