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El trato dado por la humanidad a sus nuevas generaciones ha sido cruel e incluso desfavorable frente a otras especies que acoge. La preparación de los niños para la guerra en Esparta hace 2000 años no difiere hoy de la industria armamentista en el mundo “desarrollado” que construye rifles livianos dado el alto reclutamiento forzado de menores en cientos de grupos armados ilegales alrededor del mundo.
La exclusión de la escolaridad de las niñas hasta hace pocas décadas a nivel global o el hecho de permitir, por acción u omisión, que aún exista la ablación o el matrimonio infantil evidencia nuestra naturaleza humana.
En la actualidad, no hay excusa para que “casi tres de cada cuatro niños de entre dos y cuatro años (unos 300 millones) sufran con regularidad castigos corporales o violencia psicológica de la mano de padres, madres o cuidadores. Una de cada cinco mujeres y uno de cada 13 hombres declaran haber sufrido abusos sexuales cuando tenían entre cero y 17 años”, según cifras de la Organización Mundial de la Salud, OMS.
Actualmente, más de 39 millones de niños, niñas y adolescentes (NNA) han sido desplazados de sus hogares en Yemen, República Democrática del Congo, Burkina Faso, Somalia, Sudán, Birmania, Nigeria, Colombia, Gaza, Siria o Ucrania (esta última, ha expulsado de sus casas más de cinco millones). La crisis humanitaria de Venezuela ha obligado a emigrar a más de 2,5 millones de NNA. Globalmente aumenta la niñez migrante no acompañada. Desastres ambientales por sequías en el Cuerno de África y el Sahel e inundaciones en Bangladés, India y Sudáfrica, obligaron a desplazarse a 7,3 millones de menores adicionales.
El informe de UNICEF Violencia en las escuelas, una lección diaria mostró que la mitad de los estudiantes entre 13 y 15 años (150 millones) han padecido acoso escolar, registro que ha crecido desde 2021 e incluye el aumento del suicidio adolescente.
Se requiere urgente una veeduría constante sobre los recursos que se invierten en la infancia; mayor cualificación para quienes les brindan derechos como educación, alimentación, acogimiento o recreación; más impuestos para aumentar las políticas para la niñez; penas severas que erradiquen los delitos contra menores de edad; y una educación integral para las familias con epicentro en la escuela, entre otras iniciativas.
La indiferencia y la insensibilidad nos aleja de la respuesta que necesita apremiadamente la niñez.
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