Yo quería escribir sobre Villa Icha. Una finca cerca de Valledupar que ocupa, desde los tiempos de la infancia, un lugar privilegiado en mi cartografía sentimental. En algún momento –en su periplo de algodón y jornal por el recién creado departamento del Cesar–, se convirtió en el lugar en el que vivieron mis padres. Creo que no tenía edad para atesorar recuerdos cuando estuve en Villa Icha –si acaso empezaba a caminar cuando me llevaron hasta allá–, pero la memoria hizo mías las narraciones familiares de los acontecimientos del aquel sitio. Los tengo en la memoria impresos con la fidelidad del linotipo y del grabado en plomo: había un tractor color rojo, inmenso, al que le decían “El burro”, que tenía la particularidad de que las ruedas delanteras eran prácticamente del mismo tamaño de las traseras y su maquinista se llamaba Ricardo; para llegar al comisariato de la hacienda desde la casa donde la familia estaba ubicada, había que cruzar un río de aguas cristalinas en el que se podían ver una gran cantidad de peces con rayas horizontales y otros largos a los que les decíamos agujetas.
Yo quería escribir sobre Villa Icha. Y lo quería hacer porque en los predios de esa finca sucedió recientemente uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes de la nación mientras avanzaba la obra de ampliación de la carretera que conduce de Bosconia a Valledupar. Hace un poco más de un mes se empezaron a difundir los resultados del proceso de sistematización y los estudios parciales del hallazgo. Yo quería escribir un texto lleno de referencias que relacionara la memoria familiar con esos territorios repletos de vestigios maravillosos de la historia precolombina. Decir que, en ese territorio, donde mis hermanos cazaban conejos, se encontraron más de 150 ocarinas de diferentes momentos históricos que tienen a Tomás Darío Gutiérrez, investigador sobre los orígenes de las músicas de la región, bailando de contento la canción El amor, amor en un solo pie.
Las fichas técnicas dicen que durante las excavaciones participaron más de 210 auxiliares de los corregimientos de Aguas Blancas y Valencia de Jesús, y 80 arqueólogos de diferentes especialidades que recuperaron más de 6 millones de fragmentos; que se excavaron más de 133 contextos funerarios, se microexcavaron 352 vasijas de las que 81 contenían restos óseos que permitieron los primeros acercamientos a los rituales mortuorios, a la dieta alimenticia y las expectativas de vida de los grupos humanos que habitaron por temporadas la zona. Yo quería escribir sobre Villa Icha y ya tenía comprometido el texto con el director de El Pilón, el periódico de Valledupar, hasta que aparecieron los rituales de muertes más recientes en la región: hace algunos días se exhumaron 287 cadáveres en el cementerio Jardines del Ecce Homo de Valledupar, de los cuales al menos 103 son considerados cuerpos que podrían corresponder a víctimas de conflicto armado en un rango de edad entre los 20 y los 30 años. El análisis de los restos –de la que se considera una de las exhumaciones de desaparecidos más grandes de todas las que ha hecho el Sistema Integral para la Paz desde su creación en 2016, en el que participaron durante 11 días un número considerable de técnicos forenses, investigadores y funcionarios de la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas y de la Unidad de Investigación de y Acusación de la JEP–, podría mostrarnos prácticas y patrones de la violencia en la región desde los años noventa hasta tiempos recientes. Yo quería escribir sobre Villa Icha, pero aparecieron las muertes recientes.
Yo quería escribir sobre Villa Icha. Una finca cerca de Valledupar que ocupa, desde los tiempos de la infancia, un lugar privilegiado en mi cartografía sentimental. En algún momento –en su periplo de algodón y jornal por el recién creado departamento del Cesar–, se convirtió en el lugar en el que vivieron mis padres. Creo que no tenía edad para atesorar recuerdos cuando estuve en Villa Icha –si acaso empezaba a caminar cuando me llevaron hasta allá–, pero la memoria hizo mías las narraciones familiares de los acontecimientos del aquel sitio. Los tengo en la memoria impresos con la fidelidad del linotipo y del grabado en plomo: había un tractor color rojo, inmenso, al que le decían “El burro”, que tenía la particularidad de que las ruedas delanteras eran prácticamente del mismo tamaño de las traseras y su maquinista se llamaba Ricardo; para llegar al comisariato de la hacienda desde la casa donde la familia estaba ubicada, había que cruzar un río de aguas cristalinas en el que se podían ver una gran cantidad de peces con rayas horizontales y otros largos a los que les decíamos agujetas.
Yo quería escribir sobre Villa Icha. Y lo quería hacer porque en los predios de esa finca sucedió recientemente uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes de la nación mientras avanzaba la obra de ampliación de la carretera que conduce de Bosconia a Valledupar. Hace un poco más de un mes se empezaron a difundir los resultados del proceso de sistematización y los estudios parciales del hallazgo. Yo quería escribir un texto lleno de referencias que relacionara la memoria familiar con esos territorios repletos de vestigios maravillosos de la historia precolombina. Decir que, en ese territorio, donde mis hermanos cazaban conejos, se encontraron más de 150 ocarinas de diferentes momentos históricos que tienen a Tomás Darío Gutiérrez, investigador sobre los orígenes de las músicas de la región, bailando de contento la canción El amor, amor en un solo pie.
Las fichas técnicas dicen que durante las excavaciones participaron más de 210 auxiliares de los corregimientos de Aguas Blancas y Valencia de Jesús, y 80 arqueólogos de diferentes especialidades que recuperaron más de 6 millones de fragmentos; que se excavaron más de 133 contextos funerarios, se microexcavaron 352 vasijas de las que 81 contenían restos óseos que permitieron los primeros acercamientos a los rituales mortuorios, a la dieta alimenticia y las expectativas de vida de los grupos humanos que habitaron por temporadas la zona. Yo quería escribir sobre Villa Icha y ya tenía comprometido el texto con el director de El Pilón, el periódico de Valledupar, hasta que aparecieron los rituales de muertes más recientes en la región: hace algunos días se exhumaron 287 cadáveres en el cementerio Jardines del Ecce Homo de Valledupar, de los cuales al menos 103 son considerados cuerpos que podrían corresponder a víctimas de conflicto armado en un rango de edad entre los 20 y los 30 años. El análisis de los restos –de la que se considera una de las exhumaciones de desaparecidos más grandes de todas las que ha hecho el Sistema Integral para la Paz desde su creación en 2016, en el que participaron durante 11 días un número considerable de técnicos forenses, investigadores y funcionarios de la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas y de la Unidad de Investigación de y Acusación de la JEP–, podría mostrarnos prácticas y patrones de la violencia en la región desde los años noventa hasta tiempos recientes. Yo quería escribir sobre Villa Icha, pero aparecieron las muertes recientes.