Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Álvaro Uribe Vélez apareció trajeado, con sus años y su voz más cansina en la Comuna 13 de la ciudad de Medellín. Visitó el lugar en la víspera del fin de año, pero no lo hizo para desearle un próspero año nuevo a la comunidad ni a la nación. Fue al lugar porque, fiel a su manejo populista de los símbolos, le pareció que era el mejor escenario para reaccionar ante el descubrimiento de la JEP de restos humanos en la Escombrera que podrían estar asociados a los más de cien desaparecidos durante la operación Orión que se desarrolló en esa zona de Medellín a los dos meses de haber comenzado su mandato presidencial en el 2002. Frentero, dirán los que celebraron aquello de “le doy en la jeta, marica”; “todo asesino vuelve al lugar de crimen”, dirán sus contrarios, pero creo que el análisis no debe fundamentarse en estas dos retóricas.
El caso es que el expresidente –creo que sus seguidores a pie juntillas, que ahora no son tantos ni están tan unidos, ya no le dicen presidente–, leyó un comunicado de diez páginas, con cada hoja membretada en el margen inferior izquierdo con su nombre, cargado de la pirotecnia que acostumbra. Usó el término gobierno Petro-santista –la nueva muletilla con la que reemplazó la de castro-chavista–, en seis ocasiones y nombró un par de veces a la JEP para hablar de la politización de los procesos de búsqueda de víctimas de la mencionada operación. También citó más de diez titulares de prensa que se referían a la situación de la Comuna antes de la intervención militar y un número parecido de títulos de notas de prensa para contrastar el antes y el después del lugar.
Pero a mí lo que más me llamó la atención fue el comienzo y el final de su texto: “Turistas del mundo: el arte que aquí los recibe estuvo anulado por la mordaza terrorista. Por eso la operación Orión. Honor a los soldados y policías”. Esta especie de manifiesto de guerra parece una justificación que indulta los procesos de violencia ocurridos en el desarrollo de la operación. Y quizá tiene todo el sentido entenderlo así cuando el comunicado se explaya en un listado de los beneficios que recibió ese lugar después de la entrada militar: Biblioteca, Metrocable, Casa de Justicia, Colegio las Independencias, Bulevar de la 99, centros de salud, escaleras eléctricas y la visita a la zona de más de cuatro mil personas diarias y de un millón de turistas al año. Es decir, los que merecen explicación de lo que pasó en la Comuna 13 con una operación militar de nefastas secuelas sociales son los turistas, no la comunidad que todavía llora a sus muertos y desaparecidos.
Para este tipo de visiones, las víctimas no importaron ayer, tampoco importan ahora. “No hay un documento de cultura que no sea, a la vez, de barbarie”, dijo alguna vez Walter Benjamin. Uribe apeló al arte y a la cultura que los turistas ahora pueden disfrutar en la Comuna 13 como una estrategia para justificar la operación Orión. Nada calza más para esta situación que aquella frase construida por Benjamin en otro momento aciago de la humanidad.
El expresidente se quejó porque considera que lo que está haciendo la JEP y el gobierno actual a propósito de la operación Orión es hacer campaña política electoral, pero con su desplazamiento al lugar, y por las características del comunicado que leyó, quien parecía en campaña era él. En campaña política sobre los escombros de la muerte, otra vez.