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Ahora que algunos reclaman por el equilibrio de una nación que nunca fue equilibrada sino en la administración del desequilibrio; ahora que muchos han puesto el grito en el cielo por la participación de una cantante que, hasta hace poco, era considerada por muchos un símbolo de liberación femenina en una canción que sexualiza a menores de edad; ahora que un parlamentario majadero superó su vocación de estúpido metiéndose con uno de los símbolos más sentidos de la violencia de Estado en Colombia; ahora que los bananeros de Aracataca y de toda la zona bananera siguen usando el agua de los ríos que bajan de la Sierra a su antojo; ahora que los biógrafos reconocidos del nobel le tiraron la papa caliente a un periodista de provincia en la revelación de la identidad de la hija que Gabo tuvo por fuera del matrimonio; ahora que ya hace diez años que se murió Gabo y luego Mercedes y se editó una novela que algunos consideraron —incluyendo al mismo autor— que nunca debió salir; ahora que Netflix estrena la primera temporada de la serie Cien años de soledad y que muchos están sacando los taburetes a la puerta de la calle para analizar el acontecimiento como una especie de conmoción nacional, quizá es tiempo de decir algunas cosas:
El próximo miércoles 11 de diciembre se estrenará Cien años de soledad y, sin duda, superará todas las cifras de sintonía de una serie de Netflix transmitida en Colombia. Pese a que ha hecho carrera graduarse de inteligente criticando a Gabriel García Márquez —a otros les ha servido para graduarse de derechosos de poco nivel—, el nobel sigue siendo el escritor más popular de la nación, y cuando digo popular no necesariamente implica que todos lo hayan leído. Implica, sí, que es un símbolo reconocido popularmente, lo que hace que se pueda hablar de él y de su obra, incluso sin haberla leído.
Pasa del lenguaje escrito a lo oral —lo que de alguna manera es un encuentro con los orígenes que tanto reivindicó—, y se consume a modo de anécdotas por un público amplio. Algo de eso presintió él mismo pocos días después del lanzamiento de Cien años de soledad, cuando la vio asomada en la bolsa de mercado junto con el pan y la verdura que llevaba una ama de casa en Buenos Aires. La serie se consumirá en esa misma lógica.
Pero quizá muchos dirán que esa forma de consumo no incluye a las nuevas generaciones, que estos no consumen a Gabo ni desde la lectura ni desde el anecdotario que circula a través de la oralidad; que simplemente es un asunto generacional, que a estos poco les interesa y que algunos ni siquiera saben quién es. Pero aquí lo que puede pasar es que su acercamiento a Cien años de soledad será a través de lo audiovisual —desde una forma de consumo más ligada a sus tiempos—, y quizá esto haga que la curiosidad los lleve a leerse el libro para contrastar y ampliar su participación en el espectro de lo que estaría de moda. En realidad, la cosa no es tan inédita: ¿Cuántos creen que leyeron el libro El Padrino antes de ver la película? Vito Corleone es Marlon Brandon, no el que imaginaron leyendo el libro. Ni modo.
Ahora que nos quejamos porque supuestamente los niños y los jóvenes no se acercan a la literatura, quizá es tiempo de sacar los taburetes a la puerta de la calle para tratar de entender con nostalgia válida las múltiples formas actuales del consumo cultural.
