Su pinta de niño aplicado, de esos que las tías orgullosas hacen sonrojar cuando los sacan a bailar en la cena de nochebuena, nos llegó con la masificación de la televisión por cable en el país. Era el colombiano que trabajaba para CNN. “Sale por la parabólica”, decían en el barrio. Y aunque su fuerte era dar consejos sobre la administración de unas finanzas ajenas a la pobreza del arrabal, representaba cierta cercanía con el potrero porque Carlos Antonio Vélez, su padre, con sus amores y desamores, era uno de los atizadores de la polémica futbolística en la nación.
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Su pinta de niño aplicado, de esos que las tías orgullosas hacen sonrojar cuando los sacan a bailar en la cena de nochebuena, nos llegó con la masificación de la televisión por cable en el país. Era el colombiano que trabajaba para CNN. “Sale por la parabólica”, decían en el barrio. Y aunque su fuerte era dar consejos sobre la administración de unas finanzas ajenas a la pobreza del arrabal, representaba cierta cercanía con el potrero porque Carlos Antonio Vélez, su padre, con sus amores y desamores, era uno de los atizadores de la polémica futbolística en la nación.
Luis Carlos Vélez, con su dicción perfecta para los estándares que se requería en los comienzos del periodismo televisivo pensado para una gran audiencia latina, tenía credibilidad. Tampoco es menos cierto que acá algunos lo veían con los prismáticos del patriotismo, dado que era una de las voces reconocidas de una prestigiosa cadena de noticias a la que apenas el país empezaba a acercarse.
Pero entonces, en el 2012, aceptó el cargo de director de noticias Caracol. Ya había trabajado con la cadena durante un tiempo como redactor y jefe de corresponsales internacionales, pero esto era otra cosa. Estaba en juego una alta cuota de poder y la necesidad de asumir un rol, por supuesto, más protagónico que los que demandaba la supervisión de cables noticiosos. Quizá en la retórica que expuso para sublimar lo que estaba de fondo –una propuesta salarial tentadora–, había algo del papel que terminaría asumiendo con su regreso a Colombia. Puso como su primera motivación “hacer algo por mi país desde mi labor, porque siento que todos los que tenemos la oportunidad de salir, aprender en grandes universidades y trabajar en excelentes compañías, debemos devolverle algo a nuestra patria”.
Sobre lo que vino después con el joven periodista, ya se ha chorreado bastante tinta y salivados muchos micrófonos. Vélez fue retirado de su último trabajo como director de La FM. Pero más allá de las especulaciones del caso, el tema con el periodista en mención obliga a revaluar –por lo menos en este país– esa idea, concebida a finales del siglo XVIII y afianzada en el XIX, del periodismo como cuarto poder. Este poder, se supone, se deriva de la capacidad de crítica y de vigilancia a los poderes políticos clásicos en los sistemas democráticos, pero lo que ahora estamos viendo en Colombia es que precisamente algunos de ellos, y ellas, acudiendo a formas a veces poco elegantes, quieren ser ellos mismos el poder político, y cuando lo digo no me refiero exclusivamente a las aspiraciones electorales.
Esto no es un problema específico de Luis Carlos Vélez. Lo trasciende. Lo que está sucediendo es parte del histrionismo periodístico de estos tiempos que no se conforma con dar la noticia y opinar sobre la realidad, sino que mientras se hace este ejercicio básico el periodista también debe convertirse en una noticia. Un estilo pendenciero y tremendista que explota el facilismo de los lugares comunes y hasta los prejuicios para ganar adeptos. Lo que menos importa es la mesura y el análisis reposado. Lo que vende es el escándalo porque muchos periodistas, en la misma lógica de la industria del entretenimiento, deben generar pasiones y adhesiones.
Quizá el niño bueno que “salía en la parabólica” nunca se sonrojó con los escarceos dancístico de la tía jacarandosa en la cena navideña, simplemente lo aguantaba cierto formato mesurado del periodismo internacional, pero cuando llegó al patio comenzó su solo de baile arrebatado como un ventilador con las aspas descompuestas.