Entre los delirios de Florentino Ariza para ganarse el corazón cerrero de Fermina Daza, estuvo el de rescatar para ella los tesoros sumergidos del galeón San José. En esa empresa, contrató los servicios de Euclides, un niño negro de Bocachica, de la cuadrilla de los que a diario nadaban como sábalos cerca al fuerte de San Fernando y buceaban a pulmón las monedas lanzadas por los turistas desde los barcos en tránsito hacia la bahía de Cartagena. Hoy el tema del galeón San José sigue pareciendo de novela, pero no de novela romántica como El amor en los tiempos del colera, sino del mejor estilo de las aventuras de piratas, corsarios y filibusteros en el Caribe.
En el año 2001 la Unesco sacó la Convención sobre la Protección del Patrimonio Cultural Subacuático, bajo el principio rector de que todo material histórico sumergido encontrado en los mares es patrimonio y no pertenece a ninguna nación sino a la humanidad. La Convención plantea que el patrimonio debe protegerse in situ, es decir en el mismo lecho marino donde ocurrió el hallazgo, y la recuperación de algunas piezas debe hacerse solo con fines científicos; que no debe explotarse con fines comerciales ni debe ser diseminado bajo ninguna circunstancia; y que es muy importante promover procesos de formación e intercambios que sensibilicen a la humanidad del valor del patrimonio sumergido.
Pero Colombia no suscribió esta Convención. Durante mucho tiempo el país había mantenido la esperanza de hallar el galeón español, hundido por los ingleses el 8 de junio de 1708 cerca a las Islas del Rosario, de modo que no tenía ningún sentido suscribirse a una convención que definía como patrimonio lo que acá ya se había asumido como un tesoro.
Que la gente, alimentada por la literatura y el cine, vea el patrimonio sumergible como un tesoro, es entendible, pero que el Gobierno colombiano también lo entienda así es preocupante. La Ley 1675 de 2013 o Ley de patrimonio sumergido lo demuestra. Es una ley que se hizo a la medida del hallazgo y de las intenciones del Gobierno sobre ese hallazgo. Resulta muy sintomática la preocupación por definir no tanto qué es patrimonio, sino qué no lo es. Y no son patrimonio —según la ley— las perlas, las piedras preciosas y semipreciosas, “y los bienes muebles seriados que hubiesen tenido valor de cambio o fiscal tales como monedas y lingotes”. Es decir, justo de lo que se cree venía repleto el San José. Lo cual faculta al Estado para comercializarlo y para ser usado como parte del pago a la empresa que participe en el rescate.
Como en las viejas historias de tesoros y piratas, todo ha estado envuelto en una atmósfera de misterio y secretos. La negación del Gobierno de dar a conocer la empresa que estuvo en el hallazgo; el uso de expresiones como “el santo grial de los hallazgos”; la contratación de un supuesto dream team de investigadores de todo el mundo del que nunca se revelan sus nombres; y la circulación de videos oficiales recreados con una música épica y misteriosa —que parecen más la promoción de una película de aventuras que la preocupación de un Estado por el patrimonio— dejan mucho que desear.
Al Gobierno le convendría replantear su estrategia y ser más claro en el manejo de una información que lo que ha despertado son suspicacias. Debería recordar que Euclides, aquel niño negro de Bocachica que nada como los sábalos, estuvo a punto de mandar al carajo a Florentino Ariza porque, durante un tiempo, éste se negó a revelarle las intenciones de su empresa.
Entre los delirios de Florentino Ariza para ganarse el corazón cerrero de Fermina Daza, estuvo el de rescatar para ella los tesoros sumergidos del galeón San José. En esa empresa, contrató los servicios de Euclides, un niño negro de Bocachica, de la cuadrilla de los que a diario nadaban como sábalos cerca al fuerte de San Fernando y buceaban a pulmón las monedas lanzadas por los turistas desde los barcos en tránsito hacia la bahía de Cartagena. Hoy el tema del galeón San José sigue pareciendo de novela, pero no de novela romántica como El amor en los tiempos del colera, sino del mejor estilo de las aventuras de piratas, corsarios y filibusteros en el Caribe.
En el año 2001 la Unesco sacó la Convención sobre la Protección del Patrimonio Cultural Subacuático, bajo el principio rector de que todo material histórico sumergido encontrado en los mares es patrimonio y no pertenece a ninguna nación sino a la humanidad. La Convención plantea que el patrimonio debe protegerse in situ, es decir en el mismo lecho marino donde ocurrió el hallazgo, y la recuperación de algunas piezas debe hacerse solo con fines científicos; que no debe explotarse con fines comerciales ni debe ser diseminado bajo ninguna circunstancia; y que es muy importante promover procesos de formación e intercambios que sensibilicen a la humanidad del valor del patrimonio sumergido.
Pero Colombia no suscribió esta Convención. Durante mucho tiempo el país había mantenido la esperanza de hallar el galeón español, hundido por los ingleses el 8 de junio de 1708 cerca a las Islas del Rosario, de modo que no tenía ningún sentido suscribirse a una convención que definía como patrimonio lo que acá ya se había asumido como un tesoro.
Que la gente, alimentada por la literatura y el cine, vea el patrimonio sumergible como un tesoro, es entendible, pero que el Gobierno colombiano también lo entienda así es preocupante. La Ley 1675 de 2013 o Ley de patrimonio sumergido lo demuestra. Es una ley que se hizo a la medida del hallazgo y de las intenciones del Gobierno sobre ese hallazgo. Resulta muy sintomática la preocupación por definir no tanto qué es patrimonio, sino qué no lo es. Y no son patrimonio —según la ley— las perlas, las piedras preciosas y semipreciosas, “y los bienes muebles seriados que hubiesen tenido valor de cambio o fiscal tales como monedas y lingotes”. Es decir, justo de lo que se cree venía repleto el San José. Lo cual faculta al Estado para comercializarlo y para ser usado como parte del pago a la empresa que participe en el rescate.
Como en las viejas historias de tesoros y piratas, todo ha estado envuelto en una atmósfera de misterio y secretos. La negación del Gobierno de dar a conocer la empresa que estuvo en el hallazgo; el uso de expresiones como “el santo grial de los hallazgos”; la contratación de un supuesto dream team de investigadores de todo el mundo del que nunca se revelan sus nombres; y la circulación de videos oficiales recreados con una música épica y misteriosa —que parecen más la promoción de una película de aventuras que la preocupación de un Estado por el patrimonio— dejan mucho que desear.
Al Gobierno le convendría replantear su estrategia y ser más claro en el manejo de una información que lo que ha despertado son suspicacias. Debería recordar que Euclides, aquel niño negro de Bocachica que nada como los sábalos, estuvo a punto de mandar al carajo a Florentino Ariza porque, durante un tiempo, éste se negó a revelarle las intenciones de su empresa.