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El lado africano del padre de la moderna literatura rusa

Javier Ortiz Cassiani
07 de noviembre de 2024 - 05:05 a. m.
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A Alexander Pushkin me lo presentó Marshall Berman a comienzos de los años noventa a través del capítulo dedicado a San Petersburgo en su maravilloso libro Todo lo sólido se desvanece en el aire. Berman considera que el poema de Pushkin, El jinete de bronce –escrito en 1833–, es el mejor resumen de la historia de San Petersburgo, esa ciudad construida a partir de 1703 en los pantanos del río Neva fundamentada en los nuevos principios del poder monumental zarista encarnados en la figura de Pedro I.

En el poema, la naturaleza, con una inundación que va arrasando todo a su paso, parece cobrarse la soberbia de Pedro el Grande por desafiarla construyendo a toda costa una ciudad en aquel territorio agreste para convertirla en la imagen de la modernidad zarista. Pedro ya no está. Pero sí su estatua ecuestre de bronce, y en medio de aquella tragedia líquida –que por supuesto se ensaña contra los más pobres–, Eugenio, el personaje desclasado, marginado de esa modernidad construida desde arriba en la que las personas como él no tienen lugar, le reclama a la estatua la tragedia a la que los ha conducido su capricho. Eugenio, como invención de Pushkin, inaugurará las características de los personajes de la literatura rusa moderna.

Hace un par de semanas estuve en San Petersburgo, y tuve un encuentro con el jinete Pedro el Grande y su caballo encabritado, tal como aparece en el poema de Pushkin. Pero dado que había ido a la vieja ventana zarista al mundo occidental a hablar en un par de universidades y algunos centros culturales de figuras de la literatura colombiana como Candelario Obeso, Manuel Zapata Olivella y Arnoldo Palacios, no pude evitar fijarme en medio de su otoño dorado en la condición de Pushkin de descendiente de gente negra por la vía materna.

Los registros históricos hablan de un bisabuelo negro, Abram Gannibal, procedente de Etiopía, que en realidad fue sacado de Camerún por esclavistas otomanos y que fue regalado como un presente de uno de sus embajadores a Pedro el Grande cuando era un niño pero que fue educado como un miembro de la corte y se convirtió en un ingeniero militar de valía. Su hijo, Iván Gannibal –abuelo de Pushkin–, también pertenecería a la aristocracia zarista y tendría una hija, Nadezhda Osipovna, que sería la madre del celebrado poeta.

No ha sido un tema destacado en los estudios del zarismo, pero se sabe de la presencia de gente negra en las cortes –conocidos como araps– hasta la llegada de la revolución. El lado afro de Pushkin tampoco era desconocido. En su estudio, encima del escritorio de trabajo en el apartamento donde vivió una temporada antes de su muerte en un duelo de honor y que ahora es un museo, reposa un tintero con una pequeña escultura de un niño negro que le regaló un amigo con una nota en la que le decía que le enviaba su “pequeño antepasado con tintero”. El mismo Pushkin, en 1827, empezó un relato biográfico sobre su bisabuelo con el título de El negro de Pedro el Grande, que lastimosamente quedó sin terminar. “No dejó pasar ni un baile, ni una fiesta, ni un estreno y se entregaba al torbellino general con todo ardor de sus años y de su raza”, dice Puskhin de los años en que su bisabuelo fue enviado a París para su educación. Lo poco que sabemos de la gente negra en la corte rusa no deja de estar metido en aura de curiosidad o “nota de color”, como se puede ver, incluso, en las mismas notas interrumpidas de uno de sus descendientes más insignes.

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