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En 1790, apenas unos pocos meses antes del primer levantamiento de los negros en Santo Domingo, La Barre, un colono francés, tranquilizaba a su mujer que vivía en París: “No hay ningún movimiento entre nuestros negros” —decía en la carta que envió a su esposa—, “son muy tranquilos y obedientes. Entre ellos una revuelta es imposible. No tenemos nada que temer de parte de los negros; son muy obedientes y siempre lo serán. Dormimos siempre con las puertas y ventanas abiertas de par en par. Para los negros la libertad es una quimera”. Estos argumentos sirvieron de punto de partida a Michel-Rolph Trouillot para escribir Silenciando el pasado: el poder y la producción de la historia, uno de los análisis más sesudos sobre los usos hegemónicos de la historia, que nos mostró, además, cómo la Revolución haitiana entró en la categoría de los impensables históricos porque al mundo —como se puede ver por la carta del confiado esposo— no le cabía en la cabeza que unos negros pudieran hacer una revolución moderna. Ese no era su lugar en la historia.
Explicando ese contexto, Trouillot escribió algo que ayuda a comprender la aplanadora racista que se ha desatado por estos días en el país con la designación de Francia Márquez como cuota vicepresidencial de las aspiraciones presidenciales de Gustavo Petro: “Cuando la realidad no coincide con las creencias más arraigadas, los seres humanos tienden a formular interpretaciones que fuerzan la realidad dentro del ámbito de estas creencias. Elaboran fórmulas para reprimir lo impensable y para incorporarlo dentro del reino del discurso aceptado”. Francia, para muchos colombianos, es un impensable histórico, alguien que puede funcionar en unos contextos, pero no en otros, ser la vicepresidenta de esta nación, por ejemplo. Aplaudieron cuando ganó el Premio Goldman y repitieron hasta la saciedad que era el equivalente al Premio Nobel en la defensa medioambiental, aceptaron que hablara sobre la contaminación de los ríos por la práctica indiscriminada de la minería, pues estaba dentro de la cuota de sensiblería ecológica de rigor en estos tiempos, pero cuando fue elegida como la llave política de Petro se descolocaron y entonces salieron al ruedo con toda la tribu racista armada de prejuicios que los habita para deslegitimarla. Ha habido de todo, desde las críticas más burdas y groseras, hasta las más sutiles y refinadas.
Es curioso. Tengo la certeza de que varios de los que salieron a manifestar su admiración y respeto por la importante votación que sacó en la consulta como una forma de restarle méritos al triunfo de Petro, y que luego insistieron en que debía elegirla como fórmula porque de lo contrario no era más que un traidor que no cumplía con su palabra, son los mismos que ahora, una vez escogida, se suman al coro de los que ven sus aspiraciones como un impensable histórico, dispuestos a hacer hasta lo indecible —tenemos experiencia en ello— para que no suceda o si sucede resistirse a aceptarlo.
No tengo la menor duda de que estamos en un momento histórico para la nación y, más vale, para la salud del país, que algunos empiecen a aceptar como la cosa más natural —así como han naturalizado el odio, el clasismo y el racismo— que una mujer negra, de orígenes rurales, de escasos recursos económicos, luchadora y de izquierda, puede ser la vicepresidenta de Colombia. Lo contario es seguir moviéndonos en la espiral centenaria que acude a cualquier tipo de argumentos, desde los más burdos hasta los más refinados —repito—, para negar cualquier posibilidad de cambio por mínimo que este sea.