Las ballenas pueden esperar

Javier Ortiz Cassiani
10 de junio de 2018 - 04:00 a. m.
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Hace unos días, para argumentar el temor por los radicalismos y ponderar un supuesto centro político, Mauricio García Villegas, uno de los columnistas más lúcidos y sensatos que tiene este periódico, dijo que la responsabilidad de que nunca se hubiera realizado una reforma agraria en Colombia se debía, en buena parte, al radicalismo intransigente de los grupos marxistas que se tomaron la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos –ANUC–. Por supuesto que no fue solo debido a eso, y Mauricio lo dice en su columna, sin embargo, pone en la misma jerarquía de responsabilidades, las acciones de los políticos tradicionales y el gamonalismo nacional con el accionar político y las demandas de la representación campesina. Así las cosas, en el fracaso de la reforma estarían, vis a vis, por un lado el nefasto Pacto de Chicoral y por el otro lado la ANUC.

Creo que la buena intención de mostrar cómo los extremos atentan contra los centros progresistas –el de Lleras Restrepo en su momento y el de Sergio Fajardo ahora– no alcanza para llegar a explicaciones que se sustentan –paradójicamente–, también en dos posiciones extremas. Mucho menos cuando sabemos que han sido tan pocos los logros de las luchas agrarias en Colombia que en la actualidad pareciera que la única opción que tienen los campesinos de acceder a ciertos derechos básicos es asumiendo la condición de indígenas, afrodescendientes o víctimas o las tres cosas. No sobra decir que la aplicación de estas políticas de enfoque diferencial no implican una reforma agraria.

Tampoco alcanza el debate político actual para insistir en la supuesta radicalidad del programa de Gustavo Petro. Reinhart Koselleck, el pensador alemán, referente de la historia conceptual, dice que “toda semántica hace referencia a algo que se encuentra más allá de sí misma”, es decir que toda noción o concepto se fundamenta en algo que llamamos realidad, pero que “ningún campo de objetos puede concebirse y experimentarse sin la aportación semántica del lenguaje”. No se puede nombrar la cosa sin la palabra, pero tampoco se puede abusar de la palabra, la noción o el concepto sin ningún fundamento en la realidad. Ocurre en la discusión política actual un uso exagerado de las palabras sin que estas vengan sustentadas en una realidad demostrable empíricamente. Así, algunos se engolosinan hablando de izquierda radical, radicalismo, marxismo ortodoxo, como opositores al supuesto progresismo de centro, sin que podamos tener ejemplos claros en la práctica de cuales son esas acciones, grupos o personas a las que aluden tales denominaciones.

Mientras escribo estas líneas Antanas Mockus y Claudia López, quienes en algún momento usaron estas expresiones, hicieron público su apoyo a Gustavo Petro. Saben que en la actual coyuntura electoral no se está eligiendo al chico simpatía de 10º grado, sino al presidente que regirá los destinos de una nación comprometida con el proceso de paz, la lucha anticorrupción, el fortalecimiento de la justicia y el respeto a los logros de las minorías. Saben también que el mejor escenario para fortalecer el llamado centro político que dicen profesar, definitivamente no es quedarse con los brazos cruzados ante la posibilidad de andar, otra vez, un camino de sufrimiento. Mientras esto pasa, Fajardo debería pensar en que las ballenas pueden esperar –regresan cada año–, el país quizá se enfrente a su última oportunidad.

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