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Los nuevos cimarrones

Javier Ortiz Cassiani
27 de septiembre de 2024 - 05:00 a. m.

Las cifras virreinales dicen que de las 5.600 personas negras de origen africano que había en Panamá en 1575, 2.500 eran cimarrones. Para que prácticamente la mitad de la población que había sido introducida al istmo en calidad de esclavizados se movieran durante mucho tiempo como fugados de la tecnología esclavista, se necesitaba la complicidad de la geografía: allí siempre ha estado el Darién. Durante los tiempos coloniales este espacio se convirtió en el emporio del cimarronaje y la resistencia indígena, y en un desafío a la soberanía que pretendía ejercer el imperio español sobre este territorio. Con la participación de los cimarrones, el Darién fue tierra de nadie y tierra de todos.

También por su ubicación geográfica la soberanía de la modernidad, que los estados postcoloniales pretendieron imponer en los dominios de la manigua y de otras formas tradicionales de habitar, nunca pudieron llevarse a cabo. Hoy sólo son planos de la cartografía histórica de viejas utopías que a veces intentan renovarse. “Nada ocurre dos veces y nunca ocurrirá…”, dice Wislawa Szymborska en un poema maravilloso que combina certeza y belleza. Pero el Darién sigue siendo tierra de cimarrones, de nuevos cimarrones, ahora transnacionales, que transitan a diario por uno de los mayores corredores de migrantes de múltiples nacionalidades.

Este corredor del Darién, donde la muerte, la desaparición y la violación está incluida en el riesgo que toman las personas en busca de mejores opciones de vida, sigue desafiando la soberanía de las naciones. Complejo, porque si hay algo que exacerba el nacionalismo y la xenofobia es precisamente el fenómeno de la migración masiva, pero si hay algo que necesita de la revisión de la visión ortodoxa y tradicional de los estados-naciones y de la soberanía es este mismo hecho.

La migración, los cientos de muertos que produce a diario, exigen bajar las banderitas de los estrados en las reuniones de los países para analizar estos temas. Exigen revisar los relatos fundacionales y acudir a la historia para construir una diplomacia más porosa. Una diplomacia de la sensibilidad que entienda que la condición humana se inventó antes de que se inventaran otras sensibilidades que hicieron que esa misma humanidad se matara por las banderas, los himnos y los escudos. Requerimos una diplomacia de la sensibilidad, y en un territorio como el Darién, ubicado en el Caribe –un espacio cosmopolita por tradición histórica–, hay que prestarle la debida atención a esta posibilidad.

No se traiciona a la nación si entendemos que la humanidad debe estar por encima de la construcción de esa misma nación. Si algo acude a la universalidad es la migración. Es un desafío a las fronteras nacionales construidas en la búsqueda de alternativas de vida, de modo que no pueden ser inferiores las respuestas a estos desafíos; las soluciones exigen principios universales y no hay nada más universal que la humanidad.

Si algo nos dice el cimarronaje histórico es que fue una reacción humana ante la infame trata trasatlántica que pretendía deshumanizar a millones de seres humanos arrancados de sus territorios de origen. El cimarronaje fue una forma de recuperar la humanidad. Estos nuevos cimarrones que se mueven por la compleja geografía del Darién pretenden exactamente lo mismo, recuperar la dignidad, la humanidad. La respuesta mundial debe ser un acto de humanidad, no de ortodoxa soberanía nacional.

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