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                                                                                                                                Aspen, Argentina

                                                                                                                                Jaime Bayly

                                                                                                                                Escritor, periodista y conductor de televisión peruano.

                                                                                                                                Las montañas más elevadas de Aspen cosquillean las nubes a casi cuatro mil metros de altura. El problema no es llegar a la cumbre. Una góndola que el viento hamaca levemente se ocupa de transportar al esquiador, al caminante o al fotógrafo hasta la cima en apenas quince minutos. Una vez arriba, el sol reverbera sobre la nieve con una luminosidad que enceguece, los aviones rugen cada tanto a distancia visible en su descenso al aeropuerto municipal, los dioses espían a los humanos y nosotros, los humanos, tratamos de bajar la montaña esquiando sin rompernos los huesos. El problema entonces no es subir: el problema es bajar ileso.

                                                                                                                                PUBLICIDAD
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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Después de esquiar, era inevitable salir a dar un paseo por el pueblo, a temperaturas heladas, menos de cero grados centígrados, pero bien abrigados. Desde luego, las tiendas de ropa son caras, muy caras o carísimas. Digamos que no conviene comprar ropa en Aspen. Yo compré solo dos gorros y unas botas de nieve. Pero nuestra hija, que se encontró con varias de sus amigas del colegio, compró ropa muy bonita en las tiendas de moda para adolescentes. En tiendas como Dior, Gucci y Louis Vuitton, yo entraba, me sentaba, me ofrecían un café y una coca cola de cortesía, me hacía el despistado y poco después me retiraba sin comprar nada. Por recomendación de mi hermano Andy, el más inteligente y refinado de todos mis hermanos, comimos en el café Paradise y quien nos sirvió los croissants y los chocolates calientes era, por supuesto, una argentina.

                                                                                                                                Una tarde nos encontramos de casualidad con una amiga argentina, Clara, quien vive entre Austin y Aspen, y a quien invitamos a cenar nuestra última noche en el pueblo, pero ella tenía un compromiso. Celebré verla linda, radiante, contenta, llena de vida. Es una campeona, una emprendedora, como tantas otras jóvenes argentinas que han conquistado Aspen. Aquella noche sin Clara cenamos en un restaurante mexicano, Las Montañas, en medio de un bullicio infernal, y nos atendió una mexicana transexual a quien amamos, y al final me hice fotos con dos mozos argentinos y dos peruanos, mientras algunos comensales anglosajones me miraban con cara de quién será este gordito famoso mal peinado que es popular en la cocina del establecimiento. Sí, soy yo, el peruano parlanchín, y a mucha honra.

                                                                                                                                No ha sido fácil volver a nuestra casa en la isla. No hay vuelos directos desde Aspen, Argentina. Hay que cambiar de avión en Denver, Dallas o Houston. Elegí Denver, pero el mal tiempo demoró los vuelos y dilató abusivamente la travesía. Como nuestra hija asiste a un colegio exclusivo y tiene amigas cuyos padres son muy ricos, tan ricos que vuelan en sus propios aviones y poseen casas en las faldas de las montañas de Aspen, y como la espera en el aeropuerto de Denver se prolongó varias horas, fue inevitable que ella me preguntara si algún día volaremos en un avión privado. Es demasiado caro, le dije, no me alcanza la plata, mi amor. Eres un campesino, me dijo ella en inglés (you are a peasant!), y soltó una risotada irónica que yo celebré. Sí, soy un campesino, le dije, y nos reímos juntos.

                                                                                                                                Las montañas más elevadas de Aspen cosquillean las nubes a casi cuatro mil metros de altura. El problema no es llegar a la cumbre. Una góndola que el viento hamaca levemente se ocupa de transportar al esquiador, al caminante o al fotógrafo hasta la cima en apenas quince minutos. Una vez arriba, el sol reverbera sobre la nieve con una luminosidad que enceguece, los aviones rugen cada tanto a distancia visible en su descenso al aeropuerto municipal, los dioses espían a los humanos y nosotros, los humanos, tratamos de bajar la montaña esquiando sin rompernos los huesos. El problema entonces no es subir: el problema es bajar ileso.

                                                                                                                                PUBLICIDAD
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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Después de esquiar, era inevitable salir a dar un paseo por el pueblo, a temperaturas heladas, menos de cero grados centígrados, pero bien abrigados. Desde luego, las tiendas de ropa son caras, muy caras o carísimas. Digamos que no conviene comprar ropa en Aspen. Yo compré solo dos gorros y unas botas de nieve. Pero nuestra hija, que se encontró con varias de sus amigas del colegio, compró ropa muy bonita en las tiendas de moda para adolescentes. En tiendas como Dior, Gucci y Louis Vuitton, yo entraba, me sentaba, me ofrecían un café y una coca cola de cortesía, me hacía el despistado y poco después me retiraba sin comprar nada. Por recomendación de mi hermano Andy, el más inteligente y refinado de todos mis hermanos, comimos en el café Paradise y quien nos sirvió los croissants y los chocolates calientes era, por supuesto, una argentina.

                                                                                                                                Una tarde nos encontramos de casualidad con una amiga argentina, Clara, quien vive entre Austin y Aspen, y a quien invitamos a cenar nuestra última noche en el pueblo, pero ella tenía un compromiso. Celebré verla linda, radiante, contenta, llena de vida. Es una campeona, una emprendedora, como tantas otras jóvenes argentinas que han conquistado Aspen. Aquella noche sin Clara cenamos en un restaurante mexicano, Las Montañas, en medio de un bullicio infernal, y nos atendió una mexicana transexual a quien amamos, y al final me hice fotos con dos mozos argentinos y dos peruanos, mientras algunos comensales anglosajones me miraban con cara de quién será este gordito famoso mal peinado que es popular en la cocina del establecimiento. Sí, soy yo, el peruano parlanchín, y a mucha honra.

                                                                                                                                No ha sido fácil volver a nuestra casa en la isla. No hay vuelos directos desde Aspen, Argentina. Hay que cambiar de avión en Denver, Dallas o Houston. Elegí Denver, pero el mal tiempo demoró los vuelos y dilató abusivamente la travesía. Como nuestra hija asiste a un colegio exclusivo y tiene amigas cuyos padres son muy ricos, tan ricos que vuelan en sus propios aviones y poseen casas en las faldas de las montañas de Aspen, y como la espera en el aeropuerto de Denver se prolongó varias horas, fue inevitable que ella me preguntara si algún día volaremos en un avión privado. Es demasiado caro, le dije, no me alcanza la plata, mi amor. Eres un campesino, me dijo ella en inglés (you are a peasant!), y soltó una risotada irónica que yo celebré. Sí, soy un campesino, le dije, y nos reímos juntos.

                                                                                                                                Por Jaime Bayly

                                                                                                                                Escritor, periodista y conductor de televisión peruano.
                                                                                                                                Ver todas las noticias
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