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                                                                                                                                El inútil de la familia

                                                                                                                                Jaime Bayly

                                                                                                                                Escritor, periodista y conductor de televisión peruano.

                                                                                                                                De pronto Barclays se siente atacado por una suma de infortunios que, a sus ojos, constituyen una crisis: el editor de su programa de televisión se va de vacaciones a Cancún (y no hay otro editor en el canal que pueda sustituirlo, porque simplemente no hay otro editor en el canal); la empleada doméstica viaja una semana a descansar con su madre en Punta Cana (a descansar no tanto de la vida misma, como del propio señor Barclays); la cuidadora de su perro aborda una aerolínea turca en compañía de sus amigas y se marcha dos semanas a Estambul (por lo visto, ha hecho una fortuna cuidando perros); el jardinero renuncia y vuelve a su Guatemala natal, tras ahorrar un buen dinero que le permitirá abrir un negocio (probablemente, una ferretería); y el señor que echa cloro en la piscina cae enfermo de una cirrosis, porque es conocido por echar cloro a la pileta, al tiempo que, a la sombra de una palmera, alcohólico veterano, incendia con aguardientes caribeños su organismo diezmado por los años y el calor (y no tiene seguro médico, y Barclays corre al hospital para dejar su tarjeta de crédito y asegurar que su amigo, el técnico de la piscina, no pierda la vida).

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                El asunto se agrava porque la esposa de Barclays está de viaje con sus padres, un viaje que había planeado tiempo atrás y que, para mala fortuna de Barclays, coincidió con la repentina ausencia del editor, la empleada, la nana del perro, el jardinero y el cuidador de aguas, un viaje que la ha llevado a Palm Beach con sus padres encantadores, un señor casi octogenario, caballeroso y honorable, y una señora casi septuagenaria, amorosa y regalona. La esposa de Barclays es escritora y quiere escribir un libro sobre su infancia y por eso necesita hablar largamente con sus padres en un hotel de Palm Beach, reconstruyendo o reviviendo ciertos hechos del pasado, y desde luego ayuda mucho que Barclays, también escritor, no esté presente, entrometiéndose, hablando de su propia infancia, mientras ellos hablan, recuerdan, se emocionan y ríen. Dicho de otra manera: los tres se han tomado unas vacaciones muy merecidas del propio señor Barclays, que se ha quedado solo en su casa, con el perro y la gata. Se ha quedado solo, del todo solo, porque su hija adolescente de trece años se ha marchado con amigas a un campamento de verano en Nueva Inglaterra.

                                                                                                                                -Joder, qué mala suerte la mía -piensa Barclays, como siempre sintiéndose la víctima, exagerando las cosas, lloriqueando, quejándose-. Justo cuando viajan mi esposa y mi hija, y me quedo solo en la casa, viajan también el editor, la empleada, la cuidadora del perro, el jardinero y en cierto modo hasta el beodo cuidador de aguas, un viaje que lo conduce al hospital y a punto está de llevárselo al más allá.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Las lluvias, sin embargo, presentan un problema, o varios, en el canal de televisión, pues el parqueo se inunda de inmediato, convirtiéndose en una laguna amarronada, y los invitados al programa de Barclays estacionan allí mismo, pero no se animan a bajar de sus autos, porque, si lo hacen, se mojarán los zapatos, las medias y hasta los pies, y entonces el propio Barclays, sin editor, sin productor, sin asistente, sin secretaria, sin orgullo, sin alma misma, sale con un paraguas al estacionamiento y, mientras todos se mojan de pies a cabeza, los recibe y hace entrar deprisa a la televisora y, de inmediato, todos empapados, goteando como balseros recién llegados, les ofrece bocadillos de jamón y queso y refrescos.

                                                                                                                                -Mil disculpas -les dice-. Vamos quedando pocos en el canal. Ahora hago un programa unipersonal, al punto que yo mismo me maquillo y compro las bebidas de los invitados.

                                                                                                                                No exagera Barclays, van quedando pocos en aquella televisora anegada: la semana pasada, la gerencia del canal ha despedido, sin miramientos ni contemplaciones, a su periodista estrella, a quien más prestigio y audiencia tenía, porque quisieron rebajarle dramáticamente sus honorarios y él, un caballero a la antigua que silbaba en las pausas comerciales, un periodista influyente, acaso un músico frustrado, se negó a dicho recorte y entonces fue cesado. No se trata, sin embargo, de que el canal se ensañase con él ni con nadie: el problema es que el negocio ha dejado de ser negocio porque la publicidad se ha ido a otra parte y la televisión abierta se va quedando sola y vacía, como solo y vacío se ha sentido Barclays esa semana en su oficina, en el estudio, en su casa.

                                                                                                                                Pronto volverán su esposa, sus suegros, su hija. Pronto volverán la cuidadora del perro y la empleada doméstica. Pronto volverá el editor de noticias. Pronto, con suerte, saldrá del hospital el cuidador de aguas y Barclays conseguirá un nuevo jardinero. Entretanto, Barclays recuerda que solo sirve para hablar y escribir (y aún eso está por verse), y que, en todo lo demás, es un perfecto inútil, el inútil de la familia.

                                                                                                                                De pronto Barclays se siente atacado por una suma de infortunios que, a sus ojos, constituyen una crisis: el editor de su programa de televisión se va de vacaciones a Cancún (y no hay otro editor en el canal que pueda sustituirlo, porque simplemente no hay otro editor en el canal); la empleada doméstica viaja una semana a descansar con su madre en Punta Cana (a descansar no tanto de la vida misma, como del propio señor Barclays); la cuidadora de su perro aborda una aerolínea turca en compañía de sus amigas y se marcha dos semanas a Estambul (por lo visto, ha hecho una fortuna cuidando perros); el jardinero renuncia y vuelve a su Guatemala natal, tras ahorrar un buen dinero que le permitirá abrir un negocio (probablemente, una ferretería); y el señor que echa cloro en la piscina cae enfermo de una cirrosis, porque es conocido por echar cloro a la pileta, al tiempo que, a la sombra de una palmera, alcohólico veterano, incendia con aguardientes caribeños su organismo diezmado por los años y el calor (y no tiene seguro médico, y Barclays corre al hospital para dejar su tarjeta de crédito y asegurar que su amigo, el técnico de la piscina, no pierda la vida).

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                El asunto se agrava porque la esposa de Barclays está de viaje con sus padres, un viaje que había planeado tiempo atrás y que, para mala fortuna de Barclays, coincidió con la repentina ausencia del editor, la empleada, la nana del perro, el jardinero y el cuidador de aguas, un viaje que la ha llevado a Palm Beach con sus padres encantadores, un señor casi octogenario, caballeroso y honorable, y una señora casi septuagenaria, amorosa y regalona. La esposa de Barclays es escritora y quiere escribir un libro sobre su infancia y por eso necesita hablar largamente con sus padres en un hotel de Palm Beach, reconstruyendo o reviviendo ciertos hechos del pasado, y desde luego ayuda mucho que Barclays, también escritor, no esté presente, entrometiéndose, hablando de su propia infancia, mientras ellos hablan, recuerdan, se emocionan y ríen. Dicho de otra manera: los tres se han tomado unas vacaciones muy merecidas del propio señor Barclays, que se ha quedado solo en su casa, con el perro y la gata. Se ha quedado solo, del todo solo, porque su hija adolescente de trece años se ha marchado con amigas a un campamento de verano en Nueva Inglaterra.

                                                                                                                                -Joder, qué mala suerte la mía -piensa Barclays, como siempre sintiéndose la víctima, exagerando las cosas, lloriqueando, quejándose-. Justo cuando viajan mi esposa y mi hija, y me quedo solo en la casa, viajan también el editor, la empleada, la cuidadora del perro, el jardinero y en cierto modo hasta el beodo cuidador de aguas, un viaje que lo conduce al hospital y a punto está de llevárselo al más allá.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Las lluvias, sin embargo, presentan un problema, o varios, en el canal de televisión, pues el parqueo se inunda de inmediato, convirtiéndose en una laguna amarronada, y los invitados al programa de Barclays estacionan allí mismo, pero no se animan a bajar de sus autos, porque, si lo hacen, se mojarán los zapatos, las medias y hasta los pies, y entonces el propio Barclays, sin editor, sin productor, sin asistente, sin secretaria, sin orgullo, sin alma misma, sale con un paraguas al estacionamiento y, mientras todos se mojan de pies a cabeza, los recibe y hace entrar deprisa a la televisora y, de inmediato, todos empapados, goteando como balseros recién llegados, les ofrece bocadillos de jamón y queso y refrescos.

                                                                                                                                -Mil disculpas -les dice-. Vamos quedando pocos en el canal. Ahora hago un programa unipersonal, al punto que yo mismo me maquillo y compro las bebidas de los invitados.

                                                                                                                                No exagera Barclays, van quedando pocos en aquella televisora anegada: la semana pasada, la gerencia del canal ha despedido, sin miramientos ni contemplaciones, a su periodista estrella, a quien más prestigio y audiencia tenía, porque quisieron rebajarle dramáticamente sus honorarios y él, un caballero a la antigua que silbaba en las pausas comerciales, un periodista influyente, acaso un músico frustrado, se negó a dicho recorte y entonces fue cesado. No se trata, sin embargo, de que el canal se ensañase con él ni con nadie: el problema es que el negocio ha dejado de ser negocio porque la publicidad se ha ido a otra parte y la televisión abierta se va quedando sola y vacía, como solo y vacío se ha sentido Barclays esa semana en su oficina, en el estudio, en su casa.

                                                                                                                                Pronto volverán su esposa, sus suegros, su hija. Pronto volverán la cuidadora del perro y la empleada doméstica. Pronto volverá el editor de noticias. Pronto, con suerte, saldrá del hospital el cuidador de aguas y Barclays conseguirá un nuevo jardinero. Entretanto, Barclays recuerda que solo sirve para hablar y escribir (y aún eso está por verse), y que, en todo lo demás, es un perfecto inútil, el inútil de la familia.

                                                                                                                                Por Jaime Bayly

                                                                                                                                Escritor, periodista y conductor de televisión peruano.
                                                                                                                                Ver todas las noticias
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