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                                                                                                                                  El pirata de la nevera

                                                                                                                                  Jaime Bayly

                                                                                                                                  Escritor, periodista y conductor de televisión peruano.

                                                                                                                                  Tengo una nevera en mi habitación. Es tan grande como la refrigeradora que tenemos abajo, en la cocina. Duermo al lado de una heladera porque guardo en ella ciertas cosas esenciales para pasar la noche sin sobresaltos. En la refrigeradora de mi dormitorio hay helados, frutas, gelatinas y bebidas. Cuando digo helados, quiero decir pequeños helados en cono o barquillo coronados por una bola de vainilla recubierta de chocolate. Son convenientes porque, al ser pequeños, se disfrutan en pocos bocados. Cuando digo frutas, quiero decir plátanos, uvas verdes y fresas. Cuando digo gelatinas, quiero decir gelatinas rojas, de fresa, en porción individual, vaso de plástico, como para enfermos de un hospital. Cuando digo bebidas, no quiero decir bebidas alcohólicas, pues no bebo alcohol, quiero decir bebidas gaseosas azucaradas, en particular una soda refrescante a base de jengibre.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD
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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Curiosamente, ahora soy de comer más de noche, entre sueño y sueño entrecortados, que de día. Mis días son cortos porque me levanto a la una de la tarde y no desayuno, pues he pasado la noche asaltando la refrigeradora al lado de mi cama. Entonces voy con mi esposa a una cafetería, bebo un jugo de frutas y picoteo una ensalada. Por las tardes no tengo hambre. Antes de salir a la televisión, mi esposa me sugiere comer unos huevos revueltos blancos. Los prepara ella misma con un amor que me conmueve. Luego bebo un café y me voy a trabajar. En el canal no como nada, comen mis gatos, no yo. A medianoche, de regreso en la casa, empiezo a tener hambre. En realidad, tomo mis pastillas para la bipolaridad y después me asalta el hambre con la furia de un pirata harto de comer peces crudos y beber agua de mar. Debo suponer que las pastillas abren poderosamente mi apetito. Tomo tres pastillas, no diré cuáles, son la cifra química de mi felicidad, y una hora después deseo amar a mi esposa y después comer a solas, ya sin ella, o cuando duerme a mi lado, antes de irse a su cama. Es hermoso hacer el amor y luego abrir la nevera y comer tres barquillos al hilo de chocolate con vainilla. Es la felicidad pura. Podría bajar a la cocina, cómo no, pero es más lindo hacerlo allí mismo, al lado de la cama. En esos momentos siento que mi habitación en un santuario donde venero los placeres mundanos, un templo en el que adoro a mi mujer y a mis dulces fríos y mis frutas frescas. No lo digo yo, lo dijo un poeta: el camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría.

                                                                                                                                  Lo que mi esposa no sabía, y vino a descubrirlo la otra tarde, aspirando la alfombra de mi habitación, es que, debajo de mi cama, yo escondía unas pastillas de chocolate de leche, envueltas en papel platino, de forma redondeada, que me traen mis parientes desde la ciudad en que nací. Ahora esos chocolates La Ibérica están también en la refrigeradora de mi cuarto, ya no tengo que escondérselos a mi mujer. Los metía debajo de la cama porque me gustaba saborearlos no tan fríos, levemente blandos, de modo que se derritieran en mi lengua, pero mi esposa me ha reñido, me ha dicho que las pastillas de chocolate dispersas en el piso del dormitorio traen hormigas, arañas y cucarachas y que está harta de aspirar la alfombra donde caen las migajas de los helados en cono que me administro todas las noches, como el auténtico pirata de la nevera.

                                                                                                                                  Siendo ahora mismo las dos de la mañana, y estando mi esposa en su habitación, durmiendo con nuestra gata y nuestro perro, me toca interrumpir esta crónica de nuestra intimidad, ponerme de pie y abrir la heladera al lado de mi cama. A pesar de que soy un escritor, la fuente de mi felicidad no está en la biblioteca, sino en la refrigeradora de mi dormitorio.

                                                                                                                                  Tengo una nevera en mi habitación. Es tan grande como la refrigeradora que tenemos abajo, en la cocina. Duermo al lado de una heladera porque guardo en ella ciertas cosas esenciales para pasar la noche sin sobresaltos. En la refrigeradora de mi dormitorio hay helados, frutas, gelatinas y bebidas. Cuando digo helados, quiero decir pequeños helados en cono o barquillo coronados por una bola de vainilla recubierta de chocolate. Son convenientes porque, al ser pequeños, se disfrutan en pocos bocados. Cuando digo frutas, quiero decir plátanos, uvas verdes y fresas. Cuando digo gelatinas, quiero decir gelatinas rojas, de fresa, en porción individual, vaso de plástico, como para enfermos de un hospital. Cuando digo bebidas, no quiero decir bebidas alcohólicas, pues no bebo alcohol, quiero decir bebidas gaseosas azucaradas, en particular una soda refrescante a base de jengibre.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD
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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Curiosamente, ahora soy de comer más de noche, entre sueño y sueño entrecortados, que de día. Mis días son cortos porque me levanto a la una de la tarde y no desayuno, pues he pasado la noche asaltando la refrigeradora al lado de mi cama. Entonces voy con mi esposa a una cafetería, bebo un jugo de frutas y picoteo una ensalada. Por las tardes no tengo hambre. Antes de salir a la televisión, mi esposa me sugiere comer unos huevos revueltos blancos. Los prepara ella misma con un amor que me conmueve. Luego bebo un café y me voy a trabajar. En el canal no como nada, comen mis gatos, no yo. A medianoche, de regreso en la casa, empiezo a tener hambre. En realidad, tomo mis pastillas para la bipolaridad y después me asalta el hambre con la furia de un pirata harto de comer peces crudos y beber agua de mar. Debo suponer que las pastillas abren poderosamente mi apetito. Tomo tres pastillas, no diré cuáles, son la cifra química de mi felicidad, y una hora después deseo amar a mi esposa y después comer a solas, ya sin ella, o cuando duerme a mi lado, antes de irse a su cama. Es hermoso hacer el amor y luego abrir la nevera y comer tres barquillos al hilo de chocolate con vainilla. Es la felicidad pura. Podría bajar a la cocina, cómo no, pero es más lindo hacerlo allí mismo, al lado de la cama. En esos momentos siento que mi habitación en un santuario donde venero los placeres mundanos, un templo en el que adoro a mi mujer y a mis dulces fríos y mis frutas frescas. No lo digo yo, lo dijo un poeta: el camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría.

                                                                                                                                  Lo que mi esposa no sabía, y vino a descubrirlo la otra tarde, aspirando la alfombra de mi habitación, es que, debajo de mi cama, yo escondía unas pastillas de chocolate de leche, envueltas en papel platino, de forma redondeada, que me traen mis parientes desde la ciudad en que nací. Ahora esos chocolates La Ibérica están también en la refrigeradora de mi cuarto, ya no tengo que escondérselos a mi mujer. Los metía debajo de la cama porque me gustaba saborearlos no tan fríos, levemente blandos, de modo que se derritieran en mi lengua, pero mi esposa me ha reñido, me ha dicho que las pastillas de chocolate dispersas en el piso del dormitorio traen hormigas, arañas y cucarachas y que está harta de aspirar la alfombra donde caen las migajas de los helados en cono que me administro todas las noches, como el auténtico pirata de la nevera.

                                                                                                                                  Siendo ahora mismo las dos de la mañana, y estando mi esposa en su habitación, durmiendo con nuestra gata y nuestro perro, me toca interrumpir esta crónica de nuestra intimidad, ponerme de pie y abrir la heladera al lado de mi cama. A pesar de que soy un escritor, la fuente de mi felicidad no está en la biblioteca, sino en la refrigeradora de mi dormitorio.

                                                                                                                                  Por Jaime Bayly

                                                                                                                                  Escritor, periodista y conductor de televisión peruano.
                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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